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Después del período de hegemonía mundial de Estados Unidos, lo que vendrá será un mundo “peligrosamente inestable”, predijo Zbigniew Brzezinski, el consejero de Seguridad Nacional del presidente Jimmy Carter (1977-1981), politólogo y analista internacional, en un artículo publicado en la revista Foreign Policy a principios de este año, titulado “Después de América”.
El artículo de Brzezinski no es el único que analiza esta perspectiva, en vísperas de una nueva elección presidencial en Estados Unidos (EE.UU.). De hecho, el escenario internacional fue precisamente el tema del último debate entre los dos candidatos principales, el presidente Barack Obama y Mitt Romney, su rival republicano y exgobernador de Massachusetts, la semana pasada.
El debate surge desde la idea misma de declive que diversos analistas atribuyen al papel de EE.UU. en el mundo, una idea en la que no todos están de acuerdo.
Noam Chomsky —lingüista del Instituto Tecnológico de Massachusetts y conocido por sus críticas al capitalismo y a la política exterior de su país— señaló que la “pérdida de China”, cuando los comunistas asumieron el poder en 1949, fue el primer gran paso de lo que él llama el “declive de América”.
Desde su punto de vista, este ha sido un largo proceso en el que, pese a algunas victorias, hay una línea de continua caída. Entre estas “victorias”, cita el golpe militar del general Suharto (1965, en Indonesia) o el del general Pinochet (1973, en Chile), que permitieron a Estados Unidos detener desarrollos políticos percibidos como contrarios a sus intereses.
Chomsky recuerda que en 1970, la porción de Estados Unidos en la riqueza mundial había caído a 25 %, prácticamente la mitad de lo que era al final de la II Guerra Mundial. Empezó entonces un giro significativo en su economía, orientado hacia la especulación financiera y el traslado de la producción a terceros países, con mano de obra más barata, elementos fundamentales de los cambios en el escenario internacional que hoy preocupan a los candidatos presidenciales.
CAMBIO DE EJE
Los cambios iniciados en esa época se pueden ver con más claridad 40 años después. “El desarrollo de China representa el mayor cambio en el balance de poder”, destacó en una conferencia, el mes pasado, Lee Hsien Loong, el primer ministro de Singapur. “El centro de gravedad de los asuntos mundial giró hacia el este”, afirmó.
Hsien Loong no es, sin embargo, de los que piensan que la preponderancia de EE.UU. en el escenario mundial desaparecerá pronto: “Seguirá siendo la superpotencia dominante en un futuro previsible. Está enfrentando actualmente algunos problemas muy complicados, pero no es una nación en declive”, comentó en la prestigiosa Central Party School, en Beijing, donde se forman los cuadros del partido.
Ahí mismo, destacó que las relaciones entre China y EE.UU. no pueden ser comparadas con las que mantenían Estados Unidos y la Unión Soviética en el siglo pasado. El comercio entre esos dos países era mínimo y la disuasión nuclear era el primer factor de estabilización de la política mundial. Hoy, agregó, “China y Estados Unidos están profundamente vinculados y su relación se basa en una dependencia económica mutua”. Nada de eso ocurría con la Unión Soviética.
El debate se extiende a las previsiones para el futuro próximo. Para Brzezinski es improbable que, en caso de decadencia norteamericana, el mundo sea dominado por un único sucesor, ni siquiera China. “Incertidumbre internacional, creciente tensión entre competidores globales o aun el caos, pueden ser los resultados más probables” de ese escenario, y agregó que China no está lista para asumir plenamente el papel de EE.UU. en el mundo.
Bruce D. Jones, analista del Brookings Institute de Washington, estimó también que las potencias emergentes no están en condiciones de conformar —según sus intereses— el futuro escenario internacional, pero pueden bloquear y complicar las iniciativas estadounidense.
NUEVAS DOCTRINAS
Ante esta realidad, el debate sobre política internacional adquiere particular importancia en la campaña electoral, aunque no sea un tema que atraiga especialmente la atención del elector norteamericano, como señalaron los comentaristas.
La necesidad de cambios fue destacada por el presidente Obama durante el debate, con una frase que acaparó la atención de los medios. Ante la acusación del Romney de que durante su presidencia, se había debilitado la fuerza militar de EE.UU. —al afirmar que “hoy tenemos menos buques que en la década de los 60”—, Obama contestó que también tenían menos bayonetas y caballos, recordando con ironía los cambios ocurridos en el armamento y en la estrategia militar.
George Friedman —director de Stratfor, un centro de análisis estratégico— habló de la “nueva doctrina de Estados Unidos”, gracias a la cual, en vez de asumir un papel predominante desde el inicio de los eventos regionales, deja que las crisis se desarrollen hasta que se logre un nuevo balance de fuerzas. Esta doctrina, que se ha venido desarrollando poco a poco durante la administración Obama, parece no ser compartida por Romney, afirma Friedman.
Naturalmente, los acontecimientos que sirven de base para este análisis son los del Oriente Medio, incluyendo Siria. En todo caso, para otros analistas, el solo surgimiento de las revueltas populares, su desarrollo y eventual solución, en el norte de África y Oriente Medio, pone en evidencia la pérdida de influencia y de capacidad de reacción de Estados Unidos.
No se trataría, por lo tanto, solo de una nueva opción, sino de una impuesta por una nueva y limitante realidad, tanto interna como externa. Desgastado por dos guerras –Irak y Afganistán– que no ha podido ganar y que, por el contrario, han dejado exhaustas las arcas de Washington, involucrarse en nuevos conflictos exigiría una decisión mucho más cuidadosa o la haría, incluso, imposible.
En todo caso, David Vine, profesor asistente de antropología de la American University en Washington D.C. y autor de diversos libros, analiza la nueva estrategia militar norteamericana, a la que llama “del nenúfar”.
“Sin que lo sepa la mayoría de los estadounidenses, la creación de bases en todo el planeta está aumentando, gracias a una nueva generación de bases que los militares llaman ‘nenúfares’ (como cuando una rana salta a través de un estanque hacia su presa)”. El “pivote hacia Asia”, anunciado recientemente por Obama, “señala que Asia oriental estará en el centro de la explosión de bases nenúfares”.
DEBATE
En ese marco, el último debate presidencial no aportó mucho para el análisis de los desafíos que enfrenta la política exterior norteamericana.
“Más que un debate sobre política exterior, lo que ha estado encima de la mesa han sido temas de seguridad nacional desde una perspectiva internacional centrada en Oriente Medio”, estimó José Antonio Gurpegui, antiguo profesor en Harvard y director del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos de la Universidad de Alcalá.
Ni una sola pregunta del conductor del debate, Bob Schieffer, de CBS News, se refirió a este hemisferio. Tampoco se habló de Europa o de Rusia.
Si bien Obama y Romney insisten en que no aceptarán que Irán se haga de un arma nuclear, expertos norteamericanos, aun los más conservadores, advierten sobre las dramáticas limitaciones del Gobierno.
En un debate celebrado la semana pasada en el Centro por el Interés Nacional (CNI), conocido anteriormente como Centro Nixon, tres expertos participaron en un panel sobre la “Guerra contra Irán, consideraciones económicas y militares”.
Participaron el almirante Mark Fitzgerald, excomandante adjunto de las Fuerzas Navales de EE.UU., entre muchos otros puestos; Geoffrey Kemp, asociado de CNI, antiguo experto en el Golfo en el Consejo Nacional de Seguridad de Reagan; y J. Robinson West, presidente y fundador de PFC Energy, “quien también ocupó puestos importantes en la Casa Blanca, en el Departamento de Energía y en el Pentágono bajo varios gobiernos republicanos”.
Entre las conclusiones, se puede destacar que solo una ocupación militar (que Estados Unidos no parece en condiciones de realizar) podría impedir el desarrollo nuclear iraní y que una eventual guerra tendría dramáticas consecuencias sobre el mercado energético mundial.
Nuevamente, sobre las aspiraciones, la realidad parece imponerse.
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