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Entre los principios fundamentales del humanismo está el énfasis en la dignidad y el valor de la persona, el ser capaz de practicar el bien y la búsqueda de la verdad, el respeto por el otro (a), por la justicia social, muy lejos de los falsos valores propiciados por la economía de mercado o del dinero como fin en sí mismo.
Este 8 de octubre precisamente partió un humanista de corazón, quien en los últimos años imprimió una nueva forma de hacer política. José Merino del Río siempre predicó con el ejemplo: sus intervenciones desde la curul en contra de todo tipo de discriminación, en contra de la minería a cielo abierto, a favor del agua como un derecho humano, en defensa de las luchas de las mayorías trabajadoras, a favor de la ley de penalización contra la violencia a las mujeres… eran acompañadas igualmente por su presencia en las marchas, en las tribunas de la calle, y en los diferentes rincones del país. Se empapó de las luchas sociales de cada comunidad, articulándolas con la denuncia política.
José conversaba largamente con las personas, recordando su nombre y apellido, lo hacía con cariño, disfrutando del diálogo abierto, libre, e impregnado de un fino sentido del humor. Había desterrado el dogmatismo de las ideas en su modo de pensar y de vivir, lo que le permitió en los largos debates -incluso con sus mayores opositores-, mantener el respeto y la ecuanimidad, recurriendo siempre a la discusión de ideas y a la defensa razonada de sus principios.
Mantuvo la fe en la unidad política de todas las fuerzas opuestas al neoliberalismo, de todos (as) los que se opusieran a la venta de la más preciada herencia de quienes lucharon por nuestras garantías sociales. Recordemos su liderazgo contra el combo del ICE y el Tratado de Libre Comercio con EE.UU.
Su fidelidad a un humanismo de principios (en donde nuestros fines están íntimamente vinculados con los medios) hizo que denunciara incansablemente la corrupción generalizada en el ámbito de la función pública, las barbaridades cometidas en la trocha fronteriza, la situación de la Caja Costarricense de Seguro Social, la irresponsabilidad de funcionarios públicos que se abstenían de declarar en la Asamblea Legislativa ante presuntos hechos de corrupción. De igual forma lo lastimaba la prohibición de las fotocopias, limitante del derecho al estudio de miles de estudiantes.
El martes 16 de octubre largas filas de hombres y mujeres en la Universidad de Costa Rica y más tarde en la Asamblea Legislativa, esperaban su turno para dar el abrazo a Patricia, a Mari Carmen, Alejandra, Bruno y a sus nietas. La multitud se congregó alrededor de las cenizas de José y al lado de su amada familia.
Un pueblo agradecido lo despidió con lágrimas y mucho amor. Nos deja su legado humanista de búsqueda de una patria libre de discriminación, de explotación, de corrupción… de una patria con un espíritu diferente, abierta a la construcción de nuevos valores humanos en lo individual y en lo social, pero también creadora de otras formas de compromiso y participación política.
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