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La Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión, de la Universidad Nacional, acaba de publicar el libro Estado e Iglesia católica en Costa Rica 1850-1920, de José Aurelio Sandí Morales. Presentada originalmente como tesis en la Maestría en Historia de esa misma institución de enseñanza superior, la obra se propone analizar los procesos de control del espacio geográfico y la creación de un modelo costarricense.
Para cumplir con este objetivo, la obra fue dividida en tres capítulos: el primero considera las relaciones Estado e Iglesia desde el período colonial hasta el final del Obispado de San José; el segundo estudia el proceso de legitimación mutuo de la Iglesia y el Estado; y el tercero examina el aporte de la Iglesia a la ocupación y apropiación del espacio costarricense.
Por la importancia del tema y los numerosos estudios existentes al respecto, llama la atención que Sandí considerara innecesario elaborar un estado de la cuestión con el fin de determinar qué se conoce sobre la problemática indicada y cómo el conocimiento respectivo ha variado a lo largo del tiempo. En tales circunstancias, no sorprende que el libro vuelva sobre temas ya tratados por diversos autores, pero sin establecer diálogos o debates con esos aportes.
En particular, llama la atención la ausencia de dos obras fundamentales, relacionadas con la temática de este libro: Vida cotidiana en la Costa Rica del siglo XIX, de Alfonso González, y Moral tradicional y religiosidad popular en Costa Rica (1880-1920), de Elizabeth Poveda. Asimismo, algunos estudios básicos relacionados con asuntos tratados por Sandí están ausentes, como el libro de Ofelia Sanou sobre la construcción de templos parroquiales, y la tesis de Maestría en Historia de Francisco Enríquez, que analiza entre otros aspectos la festividad religiosa como parte de la sociabilidad en las comunidades cafetaleras de San José.
También en términos del contexto histórico, sobresalen las ausencias de toda la obra de Mario Samper, indispensable para conocer la ocupación del territorio costarricense como parte de los procesos de colonización agrícola, y los estudios de Víctor Hugo Acuña, Steven Palmer y Juan Rafael Quesada relacionados con la identidad nacional.
Aparte de las omisiones referidas, el estudio de Sandí tiende a minimizar o a obviar los conflictos asociados con la Iglesia católica, como los que la enfrentaron con el Estado, con las comunidades populares y con círculos específicos de intelectuales, o las confrontaciones entre la jerarquía eclesiástica y los sacerdotes.
De esta manera, el conflicto relacionado con las reformas liberales es presentado como “puro ‘sensacionalismo”, pero nunca se analiza la resistencia de la Iglesia a la reforma educativa de 1886, que secularizó la educación. En contraste, Sandí opta por referirse a la “colaboración” de la Iglesia “en la expansión del sistema educativo”.
Ciertamente, Sandí no incurre en la apología abierta de la Iglesia católica, pero su libro, elaborado fundamentalmente con fuentes eclesiásticas y de espaldas a buena parte de la producción historiográfica que analiza el período 1850-1920, ofrece una visión críticamente limitada de su objeto de estudio. Así, no les es difícil presentar la caridad cristiana “como una de las cualidades del ser costarricense”.
Pese a que el título de la obra menciona un modelo costarricense, este es asunto que no queda suficientemente claro en los capítulos y no es considerado en las conclusiones. Si algún interés hubo por considerar las especificidades de la experiencia costarricense, Sandí lo dejó de lado, ya que su libro carece de toda perspectiva comparativa.
El historiador José Daniel Gil Zúñiga, quien fue el guía de la investigación que culminó en la obra de Sandí, advierte en el prólogo que este es “un libro provocador, sin duda alguna”. Provocador lo es, pero más que por plantear nuevas perspectivas sobre el pasado costarricense, por evidenciar el deterioro que afecta a parte de la actual producción historiográfica costarricense.
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