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Siempre es importante para los seres humanos resucitar cada cierto tiempo a sus beneméritos, pero mucho más cuando la sociedad está en crisis y ayuna de líderes. Parece que para dirigentes y dirigidos es refrescante y esperanzador volver la mirada hacia el pasado y convencerse una vez más de las capacidades del ser humano en sociedad.
El benemérito que queremos resucitar lo merece por muchas razones, pero hoy de manera especial lo justifica su lucha por los indígenas en el contexto de las Cortes de Cádiz. La historiografía siempre ha felicitado la nobleza y la belleza de su cruzada. Un 9 de noviembre de 1812 aquel Congreso aprobó el proyecto que presentó el padre Florencio Castillo en favor de este sector de la sociedad americana.
El proyecto se componía de seis puntos, los cuatro primeros buscaban abolir cargas que pesaban injustamente sobre los indios, iniciando con la abolición de la mita, forma de explotación minera heredada de los Incas en Suramérica, pero que en manos de los españoles alcanzó dimensiones tan destructivas que el padre Castillo la calificó de ser “unas gabelas de sangre humana más terribles que todos los tributos pecuniarios”.
Evidenció los desastres que causó en la demografía indígena al expresar: “¡Cuántos millares han sido sepultados en aquellas cavernas que ellos mismos abrieron con sus manos!”. Y sin menguar en nada su denuncia agregó: “Hablo por la humanidad paciente, hablo por los afligidos indios, por los indígenas del Nuevo Mundo… para que se ponga fin y término a los males y vejaciones que sufren”.
En la misma línea pidió que los servicios del indígena en la construcción de edificios y caminos, además de las labores en las cofradías y sacristías, dejaran de pesar solo sobre sus hombros, y fueran desempeñadas por todos los sectores que componían la sociedad.
En la quinta propuesta solicitó que la mitad de sus tierras comunales fueran repartidas entre ellos como propiedad privada, y así sirvieran de aliciente para que se interesaran en la producción que les permitiría cierta acumulación de riqueza, aspecto que no incentivaba la tierra comunal indígena. En la última propuesta el padre Castillo gestionó que la tercera parte de las becas de los seminarios en América fueran destinadas exclusivamente a indígenas, ya que la educación en aquel momento era uno de los medios más estimados para conseguir el progreso.
Las razones que fundamentaron este proyecto fueron tan bien expuestas, que no dejaron espacio para que salvo un diputado suramericano se opusiera, lo que explica también que fuera uno de los pocos proyectos de un americano aprobado por unanimidad. El padre Castillo califica en una petición que hizo en 1809 en un sermón cuando aún no sabía que iba a ser diputado por Costa Rica: “Qué dicha fuera para vosotros tener un Congreso de sabios”. Sus ideas tenían bases serias en lo político, en lo económico, educativo, cultural y teológico entre otras disciplinas, todo en una persona, sin las limitaciones de las especializaciones, mucho menos la de los tecnócratas. Las suyas fueron fruto de un rico cristianismo humanizador alimentado de una formación intelectual, de un acompañar al pueblo en la labor pastoral y de un interés sincero por la suerte de los sectores más desposeídos sin pedir nada a cambio, nada más el privilegio de servir.
Hoy nos urgen hombres como el padre Florencio, no sólo porque todavía falta mucho que hacer por nuestros pueblos indígenas, sino porque hay nuevas mitas que alcanzan forma planetaria, con los mismos efectos sangrientos y que inician por una ruta que él mismo denunció cuando expresó que “el influjo de los ricos hacendados hace que muchas veces se pase sobre las leyes”, experiencia que nuestro país ha tenido con cierta cotidianidad en las recientes administraciones gubernamentales. Grupos con las mismas faltas contra la dignidad humana procedentes de intereses económicos y políticos, que no están dispuestos a atender otra de las invitaciones que este sacerdote hizo años después en el Congreso de Oaxaca: “Hermanemos también hoy la política con la humanidad”.
Resucitar a este benemérito nos debe motivar a todos para recobrar la esperanza, la honradez y la sabiduría; nos inspiraría a demandar a los que se quieran presentar como líderes a que empiecen por renunciar a sus sueldo como el padre Florencio Castillo lo hizo por más de un año en las Cortes de Cádiz, porque no le enviamos sus dietas; como lo hizo en León, Nicaragua, catequizando de gratis, porque hubo curas que no lo hicieron porque no había dinero para pagarles; como lo hizo igualmente en este campo en Oaxaca, México, y pedir que le rebajaran su sueldo como diputado.
“Qué dicha fuera para vosotros” que gobernantes y gobernados quisieran seguir la ruta del padre Florencio Castillo.
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