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Los últimos acontecimientos en las calles josefinas ponen en evidencia dos hechos trascendentales: primero, la prepotencia, la intolerancia y la creciente agresividad de la clase dominante que ha tomado por asalto a nuestro estado social de derecho; y segundo, la toma de conciencia popular de que su libertad, su seguridad social y económica, están siendo duramente conculcadas por aquella clase.
En cuanto al primer punto, tenemos que decir que la toma del poder político por parte de la plutocracia nacional representada por los empresarios de nuestro país, que tomaron por asalto a los principales partidos políticos, permitieron el desmantelamiento paulatino de nuestro régimen social de derecho, desnacionalizando todas las instituciones costarricenses que tendían a producir un régimen equitativo, igualitario, solidario, justo. El ataque a todas las instituciones estatales ha sido intenso desde el primer gobierno de Arias, intentando su privatización o cuando menos, su debilitamiento para hacerlas ineficientes y así, desprestigiadas, venderlas al capital nacional e internacional.
Se trata de cambiar nuestro paradigma político que nos conducía a una sociedad más o menos equilibrada, para introducirnos a una sociedad deshumanizada, gobernada por el capital, que promueve la desigualdad, la concentración de la riqueza en pocas manos, el egoísmo, la injusticia.
Todo esto, con la complacencia o, cuando menos, la indiferencia de las grandes masas populares llamadas a defender nuestro estado social de derecho y a sus instituciones. Aún más, ha habido un segmento poblacional nada despreciable, que en un ejercicio totalmente irresponsable de su derecho a decidir electoralmente, olvidando cuestionamientos éticos y de clase, así como de conveniencia nacional, han sido comparsa de los partidos políticos tradicionales catapultándolos hasta el poder desde el cual han vendido al país.
Felizmente, este segmento poblacional sin capacidad de análisis político, secuestrado por los partidos tradicionales –votantes con fierro, como el ganado- cada vez se reduce más, como se demuestra en las encuestas.
Los últimos acontecimientos muestran una toma de conciencia de grandes masas populares que han abierto los ojos y comienzan a darse cuenta del error en que han estado al seguir a minorías henchidas de poder y de riquezas y que aspiran al poder político para apoderarse – para ellos y sus aliados del capital transnacional- de todas las instituciones del Estado costarricense.
Corren vientos de fronda para los políticos marrulleros y sinvergüenzas que pululan por ahí. Son cada vez menos los cándidos que le ponen atención a sus cantos de sirena. Hay que ver las caras patibularias de los hombres y mujeres que nos representan desde los tres poderes de la República, principalmente del Ejecutivo y Legislativo. De ponerse a llorar de solo verlos, más cuando intentan hilvanar una idea o externar un criterio. No creo que estos representantes populares del ejecutivo y del legislativo, tengan la menor idea de la repugnancia que producen en la mayoría del pueblo costarricense. Las excepciones se cuentan con los dedos de una mano.
Por ello es que, sin ningún tipo de argumento y sin demora alguna, todas las organizaciones sociales costarricenses, deben abocarse YA, a buscar un punto de encuentro de todas ellas para construir un solo alero político que cubra a esta inmensa mayoría ciudadana desencantada, hastiada de políticos venales, timadores y corruptos que, con la mayor desfachatez, quieren seguir engañándonos y gobernando a Costa Rica, con la cooperación y ayuda de todos los medios de comunicación colectiva que están en poder del capital nacional, pues son de su propiedad.
Fuera egos, fuera rencillas y pleitos entre individuos y organizaciones. La Patria es primero, pues está enferma. Está sangrando a borbotones. Esta en cuidados intensivos, en peligro de muerte. El gran capital nacional e internacional está a punto de devorarla y hacerla desaparecer.
Por eso, el pueblo trabajador costarricense, que constituye la inmensa mayoría, debe aglutinarse en un solo partido político que nazca de esta alianza para acceder al poder y no dejarlo nunca más, asegurando un gobierno realmente popular, justo, fraterno, solidario, equilibrado, donde la riqueza que los trabajadores producimos, sea repartida equitativamente. Sólo así lograremos desterrar de nuestra nación la miseria, la pobreza, la marginación y el hambre, que atenazan a grandes segmentos poblacionales. Esta es la única vía.
Solo así, lograremos sepultar, de una sola vez y por siempre, a los políticos sinvergüenzas, corruptos y mentirosos, que, con muy pocas excepciones, nos han gobernado en las últimas décadas.
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