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Las recientes elecciones en Estados Unidos de Norteamérica no solo fueron una fiesta democrática para envidiar, sino que también dejaron amargas heridas.
Pero viendo con detenimiento los comandos de campaña de los contendores, reunidos ese martes crucial, unos en Boston y los otros en Chicago, esperando con ansias los resultados, daba la impresión a millones de televidentes alrededor del planeta, de que nos encontrábamos frente a dos Norteaméricas. Y no estaban equivocados.
En realidad eran dos Norteaméricas las que se enfrentaban. Dos visiones del mundo, dos diferentes caminos, ganando finalmente el que mejor retrató, lo que es hoy la superpotencia mundial. Ganó Barak Obama, porque su partido entendió mejor desde un principio, que todos los norteamericanos contaban, sin importar su etnia, género, nivel económico o preferencia sexual. Ganó porque a lo largo de su campaña, su constante fue no cambiar de posición conforme cambiaba la audiencia, incluso en temas tan controversiales como el aborto o la inmigración ilegal.
Triunfó porque exigió a sus más acérrimos detractores, detallar con exactitud sus propuestas, cosa que no hicieron. Una y otra vez pidió claridad al bando contrario, en asuntos sensibles como: la guerra, los impuestos, la política exterior y sobre todo la economía, en donde contrario a lo que dijeron hasta la saciedad sus detractores, no cedió ni un ápice, en la idea de que el aparato estatal no está para proteger exclusivamente a los más privilegiados, bajo el argumento “incuestionable” de que generan empleo.
Su reforma de la salud llamada despectivamente Obamacare pasó el examen constitucional por la mínima, en parte gracias a que un Juez conservador, no dudó en defender la independencia del poder judicial por sobre todas las cosas, aunque le costara el odio y el repudio de quienes en el pasado le nominaron, pensando tal vez que nunca les “fallaría”.
Pero más que ganar una batalla legal, la administración Obama dejó en claro su convicción inquebrantable de que no es posible para el país más rico del planeta gastarse billones en guerras, y al mismo tiempo dejar al garete a millones de sus ciudadanos, con el argumento de que de su salud ¡algún día el mercado se encargará! Triunfó porque su partido, a pesar de que, como la mayoría de las organizaciones políticas modernas, está influenciado por poderosos grupos de presión, los demócratas no estaban secuestrados por el radicalismo y el fanatismo de los seguidores del Tea Party.
Llevados al congreso y al senado, gracias a una malísima alianza del histórico partido republicano, en su afán de retomar el poder, percatándose muy tarde de que no todas las alianzas son buenas. Norteamérica se alarmó, con el comportamiento de algunos noveles funcionarios públicos representantes del Partido del Té, y esperó con ansias las elecciones para ponerlos en cintura.
Pero también se impuso Obama, por ser un extraordinario político con un gran equipo de trabajo, carisma y visión internacionalista. Un líder que tiene muy claro que Estados Unidos no es el mundo, y no puede imponerse a como sea. Que entiende que dirigir los destinos de una nación no es el equivalente a dirigir con frialdad y mente empresarial una gran corporación.
Algunos dicen que también influyó la mano invisible de la providencia, porque cuando se estaba poniendo la cosa muy fea, vino el huracán Sandy y la respuesta del gobierno fue buena. FEMA, la agencia gubernamental para emergencias, no fue tan innecesaria como su contrincante había sugerido en repetidas ocasiones, y todos en Estados Unidos, pero especialmente en la Florida ¡recordaron Katrina! Obama ganó porque, contrario a la creencia popular, no siempre los pueblos tienen flaca memoria, y los ocho años del anterior gobierno republicano, aún no se olvidan. Una camiseta proselitista de un exempleado automotriz, con el rostro de un Obama sonriente, lo decía todo en Ohio: “Nos salvaste en el 2008 ahora te salvaremos en el 2012”.
En las recientes elecciones norteamericanas ganó el partido que mejor representó los intereses no solo de un grupo de respetables personas, sino de la mayoría de estadounidenses. Un ejemplo de civismo, de fiesta electoral, de encendida campaña, de insultos, y medios de comunicación parcializados con un grado de objetividad cuestionable.
De empresarios amedrentando a sus empleados con despedirlos si votaban por este o aquel, de encuestas para todos los gustos, y expertos pronosticando el apocalipsis, dependiendo de quién ganara. Pero la elección ya pasó, ganó la democracia, ganó el civilismo y la mayoría de estadounidenses comienzan a pasar la página; aunque algunos muy heridos aún, hablen hoy de secesión.
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