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La práctica de los Miércoles de Poesía en la Casa Cultural Amón del TEC ha permitido ofrecer un vasito de vino al final de cada una de sus actividades, sean lecturas, presentaciones de libros, charlas, u otras. Incluso en las presentaciones de libros o revistas es normal que el autor, o autores invitados, la editorial o la organización responsable de la publicación, dispongan de un catering o, sencillamente, de tres o cuatro botellas de vino para sus invitados.
Se entiende que lo anterior no tiene nada que ver con la comercialización y consumo de bebidas alcohólicas dentro de la institución. Para ello, muchas y muchos, incluidos estudiantes, nos desplazamos al frente a veces a disfrutar de una buena tertulia con un par de tragos, unas cervezas o unas beneficiosas copitas de vino. O vamos más allá en busca de un suculento ceviche o chifrijo rociadito con alguna bebida. Nada fuera de lo normal en los alrededores de un campus universitario, tal y como mandan las tradiciones universitarias europea y latinoamericana.
Aplicar la ley de manera tajante y absoluta en una casa cultural como la que nosotros regentamos no solamente es absurdo, sino que muestra los niveles de extravío en los que se ha venido cayendo a la hora de interpretar las leyes nacionales contrastadas con la autonomía universitaria. Una cosa debe quedar claro: en la Casa Cultural Amón y en nuestro campus nadie consume bebidas alcohólicas. Simplemente se ofrece un brindis en cada Miércoles de Poesía o cuando hay actividades conmemorativas y/o con invitados especiales. Nada más. Nada menos.
Las preguntas que me hago son las siguientes: ya prohibieron las ¡actividades de estudio! en la Soda –Comedor de Cartago; ya prohibieron el fumado, y ahora el ofrecimiento de una copita de vino en un espacio de extensión sociocultural donde se recibe cotidianamente a la comunidad artística y literaria de San José junto a un selecto público. (Aclaración: no soy fumador de tabaco, sin embargo, pienso que los fumadores deben tener derecho a un sitio para ello. Si no queremos campus contaminados, pues que se impida la entrada de vehículos que usan diésel y gasolina). ¿Qué sigue? ¿Qué más debe prohibirse?
¿Acaso el uso del cabello largo en los varones, el uso de minifaldas o pantaloncitos en las chicas? ¿Acaso la prohibición de mostrar afecto a un ser querido por medio de un abrazo, un beso o una caricia? Realmente tiemblo ante estas posibilidades, porque cuando se instauran medidas mojigatas, insensatas y prohibitivas como las aludidas, casi siempre algo grueso viene detrás. Y no quisiera pensar que hay una o varias mentes planificando todo este despliegue de temores y de prejuicios sociales en una universidad.
Debemos poner las barbas en remojo. La intolerancia, el dogmatismo y el sectarismo son más que peligrosos en un centro de educación superior. Y al parecer la doxa y “el sentido común” del totalitarismo avanzan sigilosamente por nuestros campus junto a una concepción corporativa de “nueva universidad”.
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