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¿Se diferencian las prácticas clientelares en la Universidad de Costa Rica (UCR) a las de los grupos políticos nacionales?
No creo que existan diferencias entre unas y otras, según he podido observar a lo largo de los años que he servido a esta prestigiosa institución como periodista, lapso en el que han pasado siete periodos de rectores y rectoras.
En este sentido, me parece muy lamentable que la UCR sea “más de lo mismo” –como dijo uno de los tantos políticos que aspiran al trono presidencial-, ya que esta Universidad debe ser un modelo que le marque pautas al país, un faro que alumbre la buena senda y no esos caminos retorcidos, de los que la mayoría de costarricenses están empachados.
Alejado siempre -durante todos estos años de ejercicio profesional- de grupos de política nacional o institucional, me ha resultado difícil entender por qué en la UCR cada cuatro años las direcciones de oficinas como Recursos Humanos, Servicios Generales, Seguridad y Tránsito, Administración Financiera, Suministros, y otras más, deben ser cambiadas y estar sujetas a las ambiciones y antojos de las autoridades de turno. Y ni qué decir de las jefaturas de los medios de comunicación universitarios -como este Semanario-, las cuales deberían de gozar de la máxima autonomía, sin injerencias políticas.
Todas las oficinas universitarias inmersas en este régimen de cambios bajo criterios insostenibles de: “porque me da la gana”, “porque es la costumbre”, “porque es nuestro derecho”, desempeñan funciones técnicas muy específicas y es muy lamentable que las experiencias que los jerarcas acumulan en ellas se desperdicien al cabo de cuatro años, cuando llega la hora de que el nuevo rector o rectora hace uso de su derecho a aplicar “tabla rasa” con dichos cargos.
Si no fuera por las extendidas prácticas clientelistas que por desgracia se acostumbran dentro y fuera de la Universidad, lo anterior sería imposible de racionalizar.
Una institución de tanto prestigio nacional e internacional como la UCR no puede comportarse igual que esos sectores de la política nacional, que solo buscan el beneficio personal y sacar su parte de la “piñata” de puestos.
No puede ser que en las distintas administraciones de la UCR, las autoridades de turno –algunas en mayor o menor medida que otras- persigan a funcionarios que tienen un buen desempeño, con el fin de hacerle el “campito” a sus amigos y “pegabanderas”. Mucho más censurable resultan estos comportamientos, cuando las jerarquías para lograr sus fines se alían con personas o grupos de funcionarios entre los que prevalece es la mediocridad.
Por supuesto que las autoridades están en todo su derecho y deber de quitar a aquellas jefaturas que no estén cumpliendo adecuadamente su labor o por irregularidades, todo ello siguiendo el debido proceso que establece la normativa institucional y nacional.
Si las autoridades lo que desean es conformar un equipo de trabajo orientado por un plan propio de largo plazo, me parece que basta con que cada vicerrector imprima esa línea a través de los jerarcas de oficinas bajo su responsabilidad, y no desmantelando cada cuatro años la organización jerárquica establecida y desperdiciando las experiencias acumuladas.
Creo que a futuro le corresponde al Consejo Universitario eliminar estos vicios clientelares, mediante una adecuada legislación interna. La realización en el 2013 del sexto congreso universitario, podría ser un campo fértil y apropiado para discutir acerca de estos cambios, que le darían a la UCR una imagen ejemplar ante el país y la sacaría del albañal en que algunos y algunas se empeñan en meterla.
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