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Ya está resuelta una fase de la situación, abierta por la administración Jensen, del Semanario Universidad. Con el año, se va la directora del periódico, Laura Martínez, llega otro profesional, Mauricio Herrera, y el equipo se mantiene. La razón del cambio parece ser que Martínez no tiene la confianza del equipo de Rectoría y en cambio Herrera, quien concursó por el puesto, sí la tiene. En relación con estas acciones sostuvimos en estas páginas dos planteamientos básicos: que el notable desempeño de Laura Martínez no ameritaba su cese. Y que el semanario, al igual que otros medios de información universitarios, requería autonomía y recursos para su óptimo desempeño profesional. En el caso del periódico, “óptimo desempeño” remite a su dura línea crítica hacia el accionar de políticos y empresarios en el país, que es su sello histórico, a la que añadimos una capacidad nueva para informar sobre los conflictos en el seno de la UCR.
Autonomía para los medios significa que no dependan de autoridades administrativas transitorias cuyos afectos personales afecten negativamente el profesionalismo de los periodistas. No eterniza a la dirección de estos medios ni impide que sean evaluados para calificar su trabajo, realizar intervenciones vinculantes, corregir errores y sugerir mejoras. Un proyecto del Consejo Universitario en este sentido, cuyos rasgos específicos desconozco, está en trámite para su aprobación o rechazo.
La autonomía de los medios universitarios es importante no solo para la UCR, sino para el país. Los consorcios empresariales han resuelto prácticamente un monopolio de la información inquietado apenas por las redes de Internet. En la coyuntura, el modelo centrado en la captación de Inversión Extranjera Directa acentuó la corrupción y venalidad de políticos y empresarios, para quienes la ganancia inmediata está por encima de cualquier otra consideración. Con ellos colabora un buen número de ‘tecnócratas’. El trío destruye la historia social del país. Ayuda al proceso una opinión pública epidérmicamente informada. Los medios universitarios pueden ayudar a detener este crimen disfrazado de crecimiento económico y ‘legalidad’. No podrán hacerlo con profesionalismo y vigor si carecen de autonomía.
En lo que pudo ser un debate universitario por el sentido de sus medios en la coyuntura actual, no participó directamente el equipo de Rectoría de la administración Jensen. Lo hizo oblicuamente mediante personalidades allegadas a la Vicerrectoría de Acción Social o independientes (?) que se centraron en el punto específico de la Dirección del periódico. El argumento más fuerte fue que bajo la guía de Laura Martínez el medio habría colaborado con la grave corrupción de la rectoría anterior. El asunto fue resuelto por el Rector Jensen quien declaró a La Nación en octubre pasado refiriéndose a su relación con la administración previa: “Yo no diría que hay errores explícitos, sino diferencias de criterios sobre cómo debe ser conducida la Universidad” (LN: 26/10/2012). Ni errores ni delitos, a lo que parece. La denuncia pública de la politóloga Ana Lucía Hernández D., por ejemplo, quedó así liquidada. El equipo de periodistas del semanario no participó ni de errores ni de delitos. Se cambió a Martínez ‘porque pa’ eso se tiene mandato’.
Un detalle: en la entrevista recién citada el periodista A. Barrantes señala que el Rector Jensen le declaró que “su amor por la U” lo hizo recobrar la armonía con la anterior rectora. Testimonio infortunado. Si hubo corrupción y delito, debió denunciarlos. Si no lo hubo, debió desmentir a sus cercanos (A. L. Hernández lo es) que hablaron de ellos con detalle y lo involucraron diciendo que él los revelaría en su primer discurso a los universitarios.
Por opinar en contra del cese de Laura Martínez y a favor de blindar el semanario contra ‘mandatos’ legales para negar o conceder favores, quien esto escribe recibió un absoluto silencio de la autoridad. Se entiende que el Rector calle porque a él lo ocupan otros asuntos. No así la mudez de la Vicerrectoría de Acción Social que es autoridad inmediata del semanario. Quienes hablaron por cuenta propia lo hicieron para descalificarme (‘soberbio’, ‘manipulador’, fueron algunos de sus términos) o para exigirme que callara. Prohibido discrepar de la autoridad fue el mensaje. Quedarse mudo porque se tiene mandato y no razones me parece soberbio. Y en cuanto a manipular, la historia próxima del semanario hablará por sí misma. Si, por ejemplo, las portadas críticas desaparecen, ya se sabrá cual fue el sentido de estos silencios.
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