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Un hito del derecho y la cultura latinoamericanos

El pasado 27 de diciembre se cumplieron 500 años de la promulgación de las Leyes de Burgos (LB). Este código ocupa un lugar de privilegio en la historia del Derecho de nuestro continente. Obviamente, las sociedades prehispánicas disponían de complejas regulaciones de sus relaciones sociales. Sin embargo, las LB representan la primera codificación escrita conocida de la América moderna. Además, al reglamentar las relaciones de dominio de un pueblo europeo con una sociedad ajena a su ámbito cultural constituyen el primer código colonial del mundo moderno.

El pasado 27 de diciembre se cumplieron 500 años de la promulgación de las Leyes de Burgos (LB). Este código ocupa un lugar de privilegio en la historia del Derecho de nuestro continente. Obviamente, las sociedades prehispánicas disponían de complejas regulaciones de sus relaciones sociales. Sin embargo, las LB representan la primera codificación escrita conocida de la América moderna. Además, al reglamentar las relaciones de dominio de un pueblo europeo con una sociedad ajena a su ámbito cultural constituyen el primer código colonial del mundo moderno.
La regulación de la novedad americana había empezado antes del Descubrimiento con las Capitulaciones de Santa Fe. Pero hasta 1512 la legislación había sido eminentemente casuística, para resolver problemas puntuales. En cierto modo esto era comprensible. El proceso de expansión cristiana en el Nuevo Mundo apenas comenzaba, el dominio efectivo se limitaba a la isla de Haití (La Española).
La ampliación de la conquista, el auge de la economía del oro, el holocausto de los taínos y su desesperada y trágica respuesta a la esclavitud despertaron la conciencia europea. La crítica valiente del statu quo por parte de hombres como Antonio de Montesinos provocó una crisis que obligó al Estado colonial a tomar cartas en el asunto.
En Burgos, España, se reunió una comisión de notables y expertos que discutió largamente el problema indiano. Las conclusiones a que llegó esa junta son cruciales para la historia cultural y del Derecho de América Latina. Sobre dos grandes temas se pronunciaron los sabios: el estatuto antropológico del indio y las relaciones entre vencedores y vencidos.
Se dio por sentado que los indios eran humanos, pero al interpretar la diferencia cultural como inferioridad antropológica se les relegó a la antesala de hombres de razón. Esto significa que toda la discusión posterior sobre la naturaleza del indio era doctrinalmente superflua y las razones de su persistencia ideológicas. Por otro lado, la supuesta incompletitud de los amerindios permitió justificar un amplio programa de aculturación forzosa destinada a subvertir todos los valores de la sociedad prehispánica: desde el patrón de asentamiento hasta los moldes de aprehensión lingüística del mundo.
El núcleo de las relaciones vencedores/vencidos eran lógicamente las relaciones laborales. Al confirmar la encomienda como principal institución sociolaboral, las LB consagraron la servidumbre del indio. Por supuesto de iure, porque de facto era esclavitud. Se inició así una larga tradición de derecho laboral lesivo para las clases subalternas cuyo último capítulo –la ofensiva neoliberal– se está desarrollando ante nuestros ojos.
¿Cuál es la importancia para nosotros, humanos de siglo XXI, de aquel lejano episodio?  Al discutir y decidir sobre la novedad indiana los intelectuales del siglo XVI inauguraron, quizá sin saberlo ni proponérselo, un ciclo histórico para la mentalidad de los latinoamericanos. En el curso de la discusión afloraron los principales motivos discursivos y conductuales del dominio étnico-racial en Latinoamérica.
Lo curioso del caso es que la endiablada miscegenación que siguió a aquel momento, en lugar de debilitar el prejuicio étnico-racial, lo fortaleció y lo elevó a un grado asombroso de complejidad. Las distintas mezclas fueron recibiendo nombres cada vez más rebuscados y ridículos. En una sociedad pigmentocrática como la latinoamericana, aquel discurso era un mecanismo de dominio de las élites. Pero, ¡oh paradoja!, la cada vez más numerosa sociedad mestiza de problemáticos orígenes, verdadera progenitora de los latinoamericanos actuales, se apuntó alegremente al carro de las clasificaciones discriminatorias. De este modo, la exclusión del otro étnico-racial se convirtió en uno de los recursos básicos de identidad y autoconciencia.
La “Raza cósmica” de Vasconcelos se ha mostrado incapaz de asumir, de verdad, que es multicultural. Para no mirar la paja en el ojo del vecino quedémonos en nuestro país. Léase, por ejemplo, la crónica de Masferrer publicada hace poco. Hoy los indios estorban para el desarrollo de megaproyectos hidroeléctricos. Aquí se celebra un día a los negros o se insiste sospechosamente en que “Guanacaste” (Laura Chinchilla dijo) se anexionó a Costa Rica. Son los síntomas de la enfermedad que aqueja a nuestra idiosincrasia y compromete nuestro futuro.

  • Antonio Pizarro (Historiador)
  • Opinión
Spain
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