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En 1988 gané un premio en Quetzaltenango, Guatemala. Un periódico local me hizo algunas preguntas. El siguiente texto es un resumen de lo que por razones de espacio no pudieron publicar.
Uno podría hacer un diagnóstico sobre la importancia que ocupa el teatro en América Central, región ístmica, una lengua de tierra que une dos masas continentales. Guatemala al norte y Panamá al sur ocupan dos puntos privilegiados por su cercanía con esos centros de riqueza material y cultura que son América del Norte y América del Sur. Los americanos somos todos, todo el continente. No hay indios; los únicos indios que conozco son los ciudadanos de la India. Lo que ocurre es que repetimos el esquema que se nos ha impuesto en el proceso permanentemente activo de dominación cultural de los conquistadores, los que vinieron con Colón y los de ahora: chinos, rusos, europeos, estadounidenses, brasileños, indios (de la India), japoneses, y toda la pléyade de satélites que los acompañan. América Central no es un país, una cultura, una hermandad ni una identidad. Cada país tiene un valor en sí mismo, que es depositario de una comunidad humana que vive su proyecto y sus contradicciones internas. Y muchos discriminan, ignorándolo, a Belice.
Se puede, y es una práctica bastante común, establecer diálogos de culturas entre todos los países del mundo que gozan de libertad de movimiento dentro y fuera de sus fronteras, así como libertad de expresión; enriquecer la experiencia con intercambios sanos de lo que cada uno hace y los resultados que le produce, pero cada uno es cada uno; como ejemplo de los siete países ístmicos en cuestión, no somos ningún fenómeno de siameses de siete cuerpos pegados por obra y gracia de una bendición de la naturaleza. El teatro en cada país de esta región del continente americano es dueño de sus herramientas y visión de mundo. No tenemos una historia específicamente común. No hay una historia cultural, artística y teatral unitaria, mas sí existe un elemento humano, esa pasión por contar historias que la ficción artística permite con su relato, expresión libre sin gobiernos coaccionando el derrotero de lo que debe ser el arte y el teatro, expresar y expresarse a través de la metáfora del teatro y, como es obvio, cada país lo hace a su manera.
En cuanto a la justicia cultural, pienso que si los oprimidos no pueden salir a la calle, porque no tienen salas de teatro o medios idóneos para responder con sus muestras dignas de creación artística, con absoluta libertad y no como antesala de su muerte, algo no funciona bien, porque no conocemos lo que piensan los otros que están en desventaja, y se supone que cada país está integrado por todos sus componentes y actores sociales.
El teatro en la región geográfica y política que enmarca a los siete países del centro de América es un artículo que quisiera consumir solo la clase alta. En mi opinión, todavía no es democrático, no llega a todos los estratos sociales, y eso dice de la evolución y desarrollo de la justicia por una cultura artística y teatral accesible a todos.
Quizá en Costa Rica “todavía” les llevamos un poco de ventaja al resto de nuestros vecinos inmediatos, y es que el Ministerio de Cultura y Juventud —creado en 1970 y puesto a funcionar regularmente en 1971— ha sido un baluarte en el desarrollo y búsqueda de justicia cultural para los costarricenses. Claro, no es lo que querríamos, pero eso es parte de los ajustes que tiene que hacer el juego democrático. Debe mucho, particularmente a los más necesitados. Eso es un problema interno de los costarricenses y debe ser atendido a nivel nacional, nunca por la intervención de agentes externos. Sin embargo, ha sido y es una entidad, un núcleo fundamental en el desarrollo de la expresión cultural, artística y teatral de Costa Rica. Lo mismo puede decirse de los grupos independientes, tesoneros; muchos sobreviven a duras penas, pero fundamentales; sin ellos habría un vacío imposible de llenar.
Cada uno de nuestros países tiene sus héroes en este campo; de cada sociedad está en valorar y potenciar el arte popular, lo profano y lo culto, para que el teatro nos llegue como lluvia de vida y entretenimiento a todos. Si no hay lluvia para todos, no hay fiesta democrática.
En Costa Rica hemos venido con un desarrollo cultural y patrimonial muy lento, demasiado; a veces da rabia por lo que se destruye imposible de recuperar; aun así, tenemos una construcción nacional cada vez más sólida y con más conciencia de quienes somos, nosotros.
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