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Es complicado el debate sobre la producción y uso de la energía eléctrica, al involucrar de forma compleja elementos ambientales, económicos y políticos. Costa Rica, como país que goza de abundante agua, en su historia reciente ha basado su producción de energía en las hidroeléctricas, lo cual se mantiene hasta la fecha (80% del total, aproximadamente). La idea más difundida en la opinión pública, a veces sin llegar a ser cuestionada o analizada con cuidado, es que la hidroeléctrica es “energía limpia”. En este pequeño ensayo queremos reflexionar al respecto.
¿Por qué se afirma que es energía limpia? Básicamente porque es renovable (proviene de un “recurso” que es capaz de regenerarse naturalmente, como es el agua) y porque teóricamente su proceso no emite dióxido de carbono, gas que se acumula en la atmósfera y que contribuye al cambio climático. Esto sin duda es positivo, y es mejor que la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas natural, etc.), la cual también se practica en este país. Sin embargo, la situación es más compleja que esa receta.
Las represas hidroeléctricas tienen fuertes impactos sociales y ambientales. Estas representan a nivel mundial una de las principales causas directas e indirectas de pérdida de bosques, lo cual finalmente contribuye al cambio climático, ya que la presa y el embalse provocan la inundación de las tierras río arriba. Su construcción, además de ser altamente costosa, implica el transporte de gran cantidad de materiales y la alteración irreversible sobre las dinámicas en el paisaje, el río y la cuenca hidrográfica, de las cuales la gente depende. Todo esto para una producción de energía que puede durar unos 50 años, es decir, que no brinda una solución “sostenible”.
La organización “International Rivers” (IR) publicó en 2010, diez años después del informe de la Comisión Mundial de Represas (CMR), un documento donde revela que a nivel mundial unos 472 millones de personas se han visto afectados negativamente por la construcción de grandes represas. Los pueblos indígenas y tradicionales han sido afectados de forma desproporcionada, perdiendo sus tierras y los recursos de los cuales dependen para su existencia física, cultural y espiritual. Expresan la urgencia de realizar evaluaciones más completas acerca de los costos de una represa y sus beneficios, así como de un proceso serio de consulta a las comunidades, que garantice la protección de sus derechos y los del ambiente. En muchos casos no ha sido así, por eso decimos que no es energía limpia.
La crítica y la denuncia que hacen comunidades y organizaciones es hacia los megaproyectos hidroeléctricos, los cuales responden más a lógicas de acumulación que de satisfacer las necesidades de las personas. Además, muchos de estos proyectos (como el P.H. Diquís) están o estarían financiados y condicionados por préstamos de bancos y organismos multinacionales como el Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que sabemos son responsables de la deuda externa de nuestros países, con la complicidad de los gobiernos de turno. No hay que olvidar que, por ética y sentido común, los habitantes de cada lugar tienen la prioridad y el derecho de decidir sobre su espacio, antes que cualquier otra persona o grupo que tenga interés en él.
El trabajo de la Red Latinoamericana contra Represas (REDLAR) es ejemplar. Esta articula sus esfuerzos en torno a la protección de los ríos, las comunidades y el agua, y en ella participan unas 250 organizaciones provenientes de 18 países de la región. En 2011 se dio el VI Encuentro de la REDLAR en Pacuare, Costa Rica, donde se reafirmó la voluntad de los pueblos de vivir dignamente, de luchar contra el despojo y de construir vida en medio del respeto y el cuidado. “Ríos para la vida, no para la muerte”.
Otras fuentes de energía (eólica, solar, mareomotriz), e inclusive la propia energía hidroeléctrica, a una menor escala y mayor cuidado, son posibles caminos para seguir, donde exista la posibilidad de participar equitativamente en la toma de decisiones sobre la energía.
Invitamos a pensar más allá de los límites del “desarrollo” y reflexionar. ¿Para qué tantas hidroeléctricas? ¿Para quién es la producción? ¿A quién beneficia y representa? ¿A qué costo? Tal vez la respuesta no sea aumentar la producción en función del ritmo de consumo actual, sino más bien cambiar la forma de consumir y producir, que sabemos está agotando el planeta.
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