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¿Hacia dónde va realmente el sector que mayor divisas atrae al país?… Estas preguntas me la hacen siempre mis alumnos de la universidad en clase y es que tampoco a los estudiantes se les puede engañar. Ciertamente, es la actividad que le da mayores divisas al país, así lo afirman estadísticas del Ministerio de Economía, el Estado de la Nación y otros tantos estudios.
A finales de la primera década de este siglo, el Instituto Costarricense de Turismo (ICT) anunció con bombos y platillos la nueva ley que tipificaba, enmarcaba y promovía el turismo rural comunitario, ¿y qué ha pasado después de eso? Solo un puño de hojas encuadernadas decorando la biblioteca del ICT. Como la mayoría de leyes en este país, carece de un reglamento, imposibilidades de darle seguimiento y sin recursos que consoliden una gestión adecuada del turismo rural.
El turismo rural nació en Francia a fines del siglo XIX, se dio como un incentivo gubernamental en la Francia que era parte de la Revolución Industrial, y se promovió para un fin meramente educativo y localista, no con un afán de lucro manifiesto. Sencillamente las gentes de las nuevas burguesías, que vivían en ciudades industrializadas se habían olvidado de tradiciones ancestrales de sobrellevar la cotidianidad.
A partir de ahí y a medida que llegó el turismo, se fue abriendo paso en medio de eso. En el caso de Costa Rica, mientras que el turismo de sol y playa, conocido como masivo, está en proceso de extinción a nivel mundial, el turismo rural se yergue como una verdadera alternativa, de esa cuestión que el turismo no ha sido capaz en su totalidad de probar, la distribución equitativa del dinero proveniente del turismo conocido como efecto multiplicador.
El ICT crea una ley que pareciera ser un placebo, un mecanismo para callar el disgusto generalizado que se tiene sobre esta institución, que pareciera se empeña en proteger a grandes consorcios, a grandes capitales que tienen sus hoteles en Papagayo, en las playas de Guanacaste y otros sitios como La Fortuna y Monteverde.
El instituto regulador del turismo es una entidad lenta y anticuada, que todavía promueve al país en ferias con animalitos y matitas, donde al país como “destino verde y en armonía ambiental”, como si aquí sólo vivieran plantas y animales.
Entonces se utiliza como mampara al departamento de microempresa turística, con una ley que pondría al país, a tono con las tendencias mundiales en pro de lo pequeño y auténtico; de un turista rebelde y más consciente que desea ser parte de la solución económica a los lugares que visita y no parte del problema.
Pero son demasiadas las quejas de pequeños gremios, de pequeños empresarios, donde el ICT no ayuda en la capacitación, no intercede para créditos de microempresa ni establece algún tipo de regulación para el mejoramiento de la calidad de estos centros. Simplemente no le interesan estos comerciantes, los deja a la deriva, les da la espalda, les deja este papel a las universidades, a los académicos en turismo.
Desde que estaba Carlos Ricardo Benavides y más atrás aún los ministros, se empeñaban en buscar nuevos mercados, alguna legislación como el CST, el contrato, la declaratoria, etc.
Busca proteger a los mismos empresarios tagarotes, que han engordado sus arcas a costa del turismo. Qué les van a importar a estos los bajos salarios de los empleados que trabajan en esas empresas y que cada vez haya menos futuros profesionales del sector en las aulas universitarias. Por un lado, se dice que se apoya y lleva el turismo a todas las comunidades. Por otro lado, se sigue pensando en reforzar moldes moribundos como el turismo de sol y playa o impulsar absurdos como el turismo de negocios, donde no tenemos infraestructura para competir con destinos cercanos.
El objetivo del ICT, en su creación, fue guiar con el turismo para el mejoramiento de las condiciones de vida de la población local, pero a lo largo de su historia esa consigna es la última que se ha cumplido. La gente no es tonta y ve en este una institución lejana a la población local, que se menciona cuando algún medio de comunicación le interesa hacer, pero que pasa desapercibida en el quehacer cotidiano de la población.
La gente no come cuento y en el inconsciente de la colectividad cunde esa sensación, ese doble discurso, ¿hasta cuándo seguirá esta obstinación de no apoyar realmente las iniciativas populares derivadas de turismo, tales como: el turismo rural, turismo solidario, agro-ecoturismo?
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