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Una falacia de énfasis se da cuando se privilegia en el discurso un punto, con el fin de llevar a falsas conclusiones. Así, Molina enfatiza una parte de mi artículo “Nueva historia, vieja ideología”, para, dentro de una falacia ad hóminem, evitar tener que explicar los fundamentos de su texto Revolucionar el pasado.
Pero, ¿qué oculta la respuesta de Molina “Respuesta a un consumidor insatisfecho”? De hecho, Molina evade explicarnos que la Nueva historia, nacida en los años 1970, es parte de la respuesta desesperada de los neoliberales ante la caída de los márgenes globales de ganancia y que su propuesta es parte de la ideología de la globalización llamada posmodernismo, la cual trata de ocultar y distorsionar las relaciones de clase exacerbadas por las hoy evidentes triquiñuelas capitalistas, que llevan a la gran masa de la población a la pobreza, mientras que los neoliberales y la Nueva historia recetan la alucinante idea de las identidades en confluencia con el idilio de la solidaridad posmoderna.
En Revolucionar el pasado, por otra parte, Molina indica que, para la Nueva historia costarricense, el giro lingüístico tuvo poco impacto (p. 128), pero no duda en reconocer que esta se ha apartado del cientificismo de la historiografía positivista (p. 130). No obstante, cierto esto o no, realmente no se ha apartado de lo positivo, de lo dado, como eje de su análisis, mas en un contexto donde se privilegia entonces lo particular, mediante el rescate de las historias periféricas (las luchas de las mujeres, por ejemplo, p. 132). Sin embargo, se hace difícil aceptar que hay un alejamiento del giro lingüístico y del relativismo asociado con este, cuando se estudia lo particular para quedarse en ello. O sea, si se ha dado un alejamiento de la historiografía positivista, que buscaba el establecimiento de leyes a partir del análisis de lo particular para llegar a lo general y viceversa, lo cierto es que esa asimilación de la historiografía a los modelos de las ciencias naturales no se soluciona centrándose en lo particular o, como dice Molina, mediante el “enfatizar el carácter provisional de los resultados de sus investigaciones” (p. 129), ya que ambos paradigmas (el positivista y la Nueva historia) siguen anclados en un pasado que se asume como dato “objetivo” o como dato “vivencial”, pero al fin y al cabo como dato. Finalmente, ambos paradigmas pierden su perspectiva práctica-concreta, que la visión de la historia que Marx manejó en El Capital, sí entendió e implementó.
Con el carácter particular de los objetos de estudio de la Nueva historia, se busca simplemente escamotear las clases sociales y el conflicto entre estas. En este sentido, la Nueva historia se afilia a nociones como el arismo o el fascismo católico de algunos sectores del Opus Dei, dentro de la maraña política de un capitalismo que “es meramente el poder social de un ‘honorable’ crimen organizado” (Badiou, 2012).
Anclada en el particularismo, la Nueva historia se cierra en el discurso, en el dialogismo, y deviene entonces, como indica uno de sus teóricos (Hayden White), en ficción. Son la Nueva historia y la crítica literaria costarricense (la tradicional) los que no saben qué es la ficción; por eso la pasan por realidad, presentando cuentitos de hadas de una teoría sin teoría, como “estudios académicos”. Así, se desperdician recursos en aras de los intereses neoliberales.
Asimismo, es triste que Molina no discuta los puntos medulares de mi crítica. Pero, es común para la Derecha evadir cualquier confrontación, seguramente a falta de argumentos. La Derecha vocifera, pero no confronta ni se deja confrontar.
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