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Carta a mi psicólogo

Estimado psicólogo, espero que se encuentre muy bien. Solo quería comentarle algunas cosas que no me atreví a decirle en ese momento cuando usted me atendió, y que seis meses después finalmente me atrevo a decirlas, porque no han dejado de dar vueltas en mi cabeza en todo este tiempo.

Estimado psicólogo, espero que se encuentre muy bien. Solo quería comentarle algunas cosas que no me atreví a decirle en ese momento cuando usted me atendió, y que seis meses después finalmente me atrevo a decirlas, porque no han dejado de dar vueltas en mi cabeza en todo este tiempo.
Sé que la práctica psicológica es su oficio y que tiene una gran experiencia en el campo; no pongo en duda su capacidad en la disciplina psicológica. Pero debo ser honesto y decir que la atención que usted me brindó en esa primera cita me pareció, primero, inapropiada y, luego, con los días, indignante. Le voy a explicar por qué.
En primer lugar, no creo que recetarle pastillas a un paciente que llega con un gran problema existencial, sin antes conocer las causas que lo han llevado a dicho problema me parece un grave error de su parte. Tranquilo, reconozco mi ignorancia en la disciplina psicológica; lo acepto, ustedes los psicólogos son “los que saben”. Además, tengo que reconocer que esta metodología, al fin y al cabo, se aplica en la psicología, y hay muchos que la defenderán. De mi parte (como un “ignorante” de la psicología), con toda sinceridad, me parece una pésima forma de abordar los problemas de un paciente, sobre todo en su primera cita, cuando lo que menos quisiera oír es que tiene un problema bioquímico en su cerebro y que la única forma de ayudarlo es recetándole pastillas para “curarlo”.
¿Recuerda que cuando le cuestioné porqué estaba tan seguro de que tenía ese trastorno (cuyo término de uso psicológico no quiero acordarme) usted se inclinó levemente, buscó en su biblioteca, sacó un libro de manual de piscología, dedicó un minuto en buscar en el índice el nombre del trastorno y luego me mostró lo que el autor decía que significaba el trastorno y los síntomas? Pero, mi estimado psicólogo, ¿cómo podemos pecar de ingenuos y creer completamente lo que dice un libro de manual? ¿Acaso la psicología es tan sencilla que solo es necesario aprenderse y usar libros de manual, tal y como en la química o en la física? ¿Acaso en ciencias sociales no nos enseñan constantemente las disparidades entre la teoría y la realidad; entre lo que dicen los libros y lo que es el mundo real, cotidiano y complejo?
En segundo lugar, el hecho de que yo me haya negado en ese mismo momento a ingerir pastillas por 9 meses (con prórroga para toda la vida, probablemente), como me lo recomendó, no significa que no quiera “curarme” ni que esa es la única solución que tenemos para tratar nuestros problemas existenciales (y de cualquier tipo); ¿recuerda cuando me dijo que yo podía rezar como cristiano, podía meditar como budista, podía hacer yoga como hinduista, y que nada de todo eso me iba a “curar”? Mi estimado psicólogo, ¿cómo le puede decir a un paciente en su primera cita que está determinado de por vida a padecer ese trastorno, ya que se debe a un problema bioquímico, “incurable” con cualquier otra terapia, solo “curable” ligeramente con pastillas?
No se preocupe, yo lo comprendo. Probablemente, con tantos años de atender y con tantas consultas que tiene por día en la Universidad, uno termina por desinteresarse por una atención adecuada y respetuosa a sus pacientes. Me imagino el montón de molestos estudiantes que como yo llegan día a día agobiados porque se sienten desolados, incomprendidos, angustiados, cansados de una vida que les parece no tener sentido en un mundo que parece no tener sentido. Me imagino que la mejor solución que se les puede dar es una receta de pastillas para que la pasen a comprar a la farmacia más cercana: dos pastillas por día por 9 meses; si siente los mismos síntomas después de ese tiempo siga tomándola por más tiempo, hasta que deje de sentirse triste y se sienta “feliz”.
Me apena, sin embargo, que se nos haga creer que esta sea la única solución que se le puede dar a un paciente. Y más me apena que esto esté ocurriendo dentro de la Universidad de Costa Rica, en donde sé (porque he asistido) del esfuerzo que ha venido realizando la Escuela de Psicología, y muchos profesionales y estudiantes que han organizado varios foros y conferencias en pro de una mejor comprensión de la salud mental. Eso, por lo tanto, me da esperanza de nuevos profesionales que buscan otras prácticas y métodos en el tratamiento de la salud mental.
Sin más que decir, mi estimado psicólogo, espero que haya leído esta carta que tanto tardé en redactarle. Yo de mi parte sigo buscando nuevas formas de comprender la atención a la salud mental, nuevas formas de comprenderme a mí mismo y nuevas formas de “curarme” distintas a las pastillas. Espero que usted también lo pueda hacer en algún momento.

  • Diego Montero Hernández (Estudiante de la UCR)
  • Opinión
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