Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
Las tensiones generadas por los masivos movimientos de pueblos mesoamericanos hacia el sur, las interminables cadenas de venganzas y la posición medular de los chamanes son algunos de los elementos estudiados por la antropóloga e historiadora de la Universidad de Costa Rica (UCR), Eugenia Ibarra, en su nuevo libro.
“Pueblos que capturan” vio la luz bajo el sello de la Editorial de la UCR a finales del año pasado y uno de los principales logros de la investigación es la documentación del movimiento, en el siglo XVIII, de indígenas centroamericanos capturados por los temidos zambos mosquitos. Estas personas capturadas eran movilizadas hasta formar parte de las grandes cadenas esclavistas y terminar en Estados Unidos.
Concretamente, el libro se adentra en las prácticas de guerra, captura de prisioneros y esclavitud en los pueblos indígenas del sur de Centroamérica, desde el siglo XVI hasta inicios del XIX, a partir de investigaciones arqueológicas y evidencia documental histórica.
“Tanto las investigaciones arqueológicas prehispánicas como las fuentes históricas apuntan que la guerra era cotidiana; constantemente, se encontraban motivos para el conflicto”, expresó Ibarra.
Al puntualizar sobre esos motivos, la investigadora se refirió a una “cadena de venganzas”, cuyos orígenes se remontan a un periodo anterior a la conformación de esas sociedades en grupos de organización más complejos, como los cacicazgos. “Es posible que la misma cosmovisión de estos pueblos se prestara para ello”, apuntó.
Ibarra subrayó que para estos pueblos la guerra “iba más allá de lo material”, pues “era incluida en un nivel de acción superior al físico de fuerzas no materiales y de ahí deriva la importancia de la figura del chamán”.
LENGUAJES COMUNES
La historiadora explicó que, en el siglo XVI, las guerras no se hacían por expansionismo, sino que en algunos casos se llevaron a cabo por la defensa del territorio ante las migraciones y llegada de pueblos mesoamericanos, como los nicaraos o chorotegas.
Otro detonante de conflictos fue la presión por los recursos naturales, sobre todo a partir de la llegada de los españoles, la cual provocó una mayor presión, debido al desplazamiento de poblados enteros.
Además, “Pueblos que capturan” presenta una interesante colección de relatos emanados de los descendientes actuales de esos pueblos y recopilados por diversas fuentes, en los que narran batallas y desencuentros entre diversos grupos indígenas y contra los españoles.
Acotó que esos relatos y mitos coinciden en tener elementos de verdad, extraíbles a partir de metodologías propias de la antropología y la lingüística. Al mismo tiempo, reconoció que los buscó hasta el momento final de la redacción del libro, con el fin de que no condicionaran la investigación.
La investigadora destacó que “una de las enseñanzas más importantes” fue percatarse de lo mucho que tenían en común los habitantes de la Amazonia, Centroamérica, el Caribe y el sur de la Florida.
“El intercambio y la guerra eran un lenguaje común para ellos y estoy segura que si un indígena del actual Santo Domingo llegaba a la Florida en pie de guerra, los locales lo sabían inmediatamente por la manera como se presentaba”, detalló.
A finales del siglo XVIII los zambos mosquitos asolaban Talamanca y el Caribe panameño. Igualmente, en Costa Rica los gnöbes, teribes y talamancas sufrieron raptos de mujeres y hombres. Según explicó Ibarra, ellas eran incorporadas a la sociedad en algunos casos como concubinas, mientras que los hombres quedaban como sirvientes o prisioneros, a quienes se les obligaba a no usar su lengua y no se les consideraba “gente”.
“Los prisioneros hombres no eran considerados personas, sino más bien mascotas. Así se ha comprobado en el caso de los bribris y, aparentemente, eso es una coincidencia en todas estas regiones”, expresó.
Asimismo, comprobó que durante ese siglo, indígenas de toda esta zona entraron a Estados Unidos como esclavos. La búsqueda de información en este sentido llevó a Ibarra hasta ese país y en Carolina del Norte halló las listas de barcos y sus cargamentos, y dio con los indígenas centroamericanos.
“Pude seguir el rastro documentado de su viaje desde que fueron capturados, pasaron por Jamaica y tuvieron como destino Carolina del Sur y Nueva York. Es decir, el Caribe centroamericano se incorporó a las cadenas esclavistas mayores”, detalló.
Este documento no posee notas.