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En defensa de Julian Assange

Julian Assange es un  pionero en el uso de tecnologías para desafiar a los Estados corruptos y autoritarios. Como decía su editorial, WikiLeaks: “Solo se puede reaccionar a la injusticia si esta es revelada”. WikiLeaks elaboró métodos para publicar secretos estatales por vías que están fuera de cualquier ataque tecnológico o legal. Es la única editorial del mundo que los gobiernos no pueden amordazar.

Julian Assange es un  pionero en el uso de tecnologías para desafiar a los Estados corruptos y autoritarios. Como decía su editorial, WikiLeaks: “Solo se puede reaccionar a la injusticia si esta es revelada”. WikiLeaks elaboró métodos para publicar secretos estatales por vías que están fuera de cualquier ataque tecnológico o legal. Es la única editorial del mundo que los gobiernos no pueden amordazar.
Su publicación de documentos militares y diplomáticos secretos desenmascaró  ciertas corruptas operaciones militares y de política exterior del gobierno norteamericano, que reaccionó acusando a Assange de ayudar a grupos terroristas y de poner en peligro vidas inocentes. Pero WikiLeaks  afirmaba que el mundo tenía derecho a saber la verdad sobre las políticas y las guerras orquestadas por Estados Unidos en Irak y Afganistán.
Assange se convirtió en el blanco del odio de políticos  norteamericanos. Lo querían ver arrestado; unos hasta reclamaban la pena de muerte. Un portavoz  dijo: “puede que ya tenga en sus manos la sangre de algún joven soldado o de alguna familia afgana”. El eslogan “sangre en sus manos” fue  repetido incesantemente. Era repugnante escucharlo de labios de militares norteamericanos que, como revelaron los documentos, tenían galones de auténtica sangre de civiles en sus propias manos.
(Un año después de la publicación de la  información, el secretario de Defensa decía que no tenía información de que hubiera muerto alguien como represalia).
En Irak, en julio de 2007, pilotos de dos helicópteros militares norteamericanos habían  matado a 12 civiles inocentes, incluyendo a dos empleados de la agencia de noticias Reuters. WikiLeaks filtró el video tomado desde el aire: unos hombres corren mientras reciben el fuego de los cañones de un helicóptero. Un herido, que luego murió, trata de huir a rastras de la matanza. Un conductor intenta subirlo a un furgón, pero recibe más disparos. Cuando se le advierte por radio que hay niños heridos, el piloto responde: “es su culpa si llevan a sus hijos al campo de batalla”.
En Afganistán, en junio de 2007, cinco misiles norteamericanos destruyeron una escuela religiosa o madrassa y mataron a siete niños. El  ejército norteamericano mentía: se “habían confirmado… actividades violentas… en el emplazamiento antes de obtener la aprobación para llevar a cabo el ataque aéreo”. Según un portavoz, era un ejemplo “de la utilización que hace al-Qaeda… de los civiles inocentes, a quienes utilizan como escudo”.
La verdad: no fue un ataque aéreo, era el ensayo de un sistema nuevo de misiles que podían dispararse desde un camión a larga distancia. Y el ataque  no fue por “actividades violentas” detectadas, sino por la (errónea) esperanza de que un alto combatiente de al-Qaeda estaba allí.
El gobierno norteamericano justificaba el derramamiento de sangre en la ocupación de Irak diciendo que había rescatado a los iraquíes del brutal estado policial de Saddam Hussein. Pero se reveló que el ejército y la policía iraquíes seguían arrestando, torturando y asesinando a sus propios ciudadanos, casi como si Saddam nunca hubiera sido derrocado. Y las autoridades norteamericanas tenían una política oficial de no hacer caso de las acusaciones de tortura; se limitaban a pasar los informes a las mismas unidades iraquíes involucradas en las torturas.
Un congresista norteamericano propuso declarar a WikiLeaks “organización terrorista” y el fiscal general del país anunció una investigación criminal de la filtración de información. La extradición de Assange a Estados Unidos –y la posibilidad de pasar décadas en la cárcel o hasta de ser ejecutado- ahora era una amenaza real.
Autoridades británicas arrestaron a Assange en nombre del gobierno sueco, que emitió una orden de detención  por dudosos delitos sexuales. Se le encarceló, pero pudo salir bajo fianza. Sin embargo, el riesgo era que Suecia lo extraditara a Estados Unidos y que este gobierno lo encerrara o hasta lo ejecutara. Hoy está asilado en la embajada de Ecuador en Londres y el gobierno británico le niega el salvoconducto.
La publicación de los documentos era un “acto temerario y peligroso” según el gobierno norteamericano, el mismo que expresaba de forma habitual su condena cuando otros regímenes coartaban la libertad de expresión. Es hipocresía.
Julian Assange, un paladín de la libertad de expresión, no merece  persecución, sino admiración.

  • Raúl Costales Domínguez (Escritor)
  • Opinión
Terrorism
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