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Desamor globalizado

En este primer año del nuevo “baktun” maya, de posibles gratas sorpresas en bien de la justicia social y de la libertad en Costa Rica y el mundo, antes de lanzarnos a las calles y a las comunidades tras las huellas del movimiento del NO al neoliberalismo, cual acicalamiento existencial, ofrezco al lector una ingrata escena de desamor globalizado.

En este primer año del nuevo “baktun” maya, de posibles gratas sorpresas en bien de la justicia social y de la libertad en Costa Rica y el mundo, antes de lanzarnos a las calles y a las comunidades tras las huellas del movimiento del NO al neoliberalismo, cual acicalamiento existencial, ofrezco al lector una ingrata escena de desamor globalizado.
Dos razones me obligan a trasladarme en autobús de San Ramón (casa de mi madre) a La Virgen de Sarapiquí (mi casa) cuando viajo sólo. La primera –no contaminar en solitario usando mi escarabajo; la segunda –el precio del combustible y demás componentes vehiculares. Además, la contaminación colectiva siempre es más rica en materia de socialización. Veamos.
Después de comprar el pan que llevo a La Virgen, en espera de la salida del bus a Zarcero, un sábado del pasado diciembre, por la mañana, me siento en una banca de la parada de San Ramón, junto a un nica el cual me invita a conversar comentándome sobre futbol; del otro lado, una joven apuesta y globalizada, con su respectivo celular.
Como de futbol comercial no entiendo nada, y el nica tampoco, y este me preguntó por la Liga, entonces le dije que no consumo drogas nocivas al espíritu. Así, terminamos platicando del destino que nos esperaba al abordar la cazadora. A mi otro costado, simultáneamente, la chica activó la tecnología; y aunque el diálogo telefónico no era conmigo, me fue imposible evitar oírlo ya que se tornaba interesante. Si fallo en algún detalle de este es por haberlo grabado en mi subconsciente –que a veces es traicionero, pues el conciente atendía la conversación con el nica.
“¡Aló Mau! ¿Dónde está? ¡Ay qué dicha que te localizo! Vieras usted (sic) lo que me pasó, lo que me temía, y sólo a usted se lo puedo contar, porque me entiende, y necesito contárselo a alguien. Estoy casi muerta, voy pa` la casa, decepcionada de la vida. ¡Yo sabía que ese maje me engañaba, es que lo sabía y hoy lo comprobé! Fíjate que como anoche no llegó ni llamó, ni contestaba el teléfono, y yo sospechaba dónde estaba metido, entonces hoy me fui temprano para el apartamento del cuñadillo y ahí estaba el carro. ¡Yo lo vi con mis propios ojos! Primero me asomé por las ventanas del carro y noté que en el asiento trasero había una “sueta” de mujer, una cartera y unos anteojos, ¡y nada de eso es mío, eran de la maje –pensé! Ya chivísima, toqué la puerta del cuñado. Nadie me contestaba, entonces grité: ¡Carlos, yo sé que estás ahí! Volví a llamar y nada de Carlos. Después llamé a Estiven, que contestó sin abrirme la puerta. Me dijo: Laura, yo no quiero problemas, aquí no está mi hermanillo. Ah sí. ¿Y qué hace aquí el carro de Carlos con cosas de otra? ¡Conteste y ábrame! Que yo no quiero problemas –me repitió el pendejo y no me abrió. Claro Mau, yo sólo quería verles la cara a los dos y comprobar si es la maje que pienso (sic) que quiere quitármelo, pero yo no pensaba rebajarme a hacer ningún escándalo. Ahora en la tarde te busco para contarte los pormenores de la vara que me está pasando con Carlos, pues yo sé que usted sí me entiende. ¡Chau!”.
La espera en la parada fue de diez minutos. Ya en el bus a Zarcero, la muchacha siguió hablando por celular, pero no supe con quién ni de qué. Al igual que yo, ella iba rumbo al norte. En el siguiente autobús la perdí de vista. Completé la gira vacacional de tres días y seis buses con ansiedad moral por un desamor ajeno. No fue sino hasta al final del viaje que el “espíritu pascaliano de fineza” me volvió al  cuerpo, cuando a la altura de Zapote de Alfaro Ruiz subieron al camión dos jóvenes damas que a viva voz se quejaban de la tarifa pagada: “Acuantá me cobraron setecientos y ahora ochocientos, qué sinvergüenzas”, dijo una de ellas. “Más endespués” (frase mía), la misma llamó la atención de la compañera señalando a un joven en la calle que el bus adelantaba: “Mirá qué feo peluquearon a Ramiro, por jugar de “ponketo” le dejaron la cabeza como una “clin”. ¿No sabe qué es la clin? Es el pelo del pescuezo del caballo”. Tocaron el timbre y bajaron por la puerta trasera.
Aunque “clin” es un vocablo aceptado por la RAE, escucharlo después de décadas me produjo sorpresa y me llevó al diccionario. Mas el tono despechado con que la mujer se expresó de “Ramiro cabeza de clin” no evitó que lo relacionara con Carlos el “ex” de Laura. ¿Estaría a punto de globalizarse otro desamor?

  • Tito Méndez (Profesor)
  • Opinión
FootballNeoliberalism
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