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Cuando los dirigentes se degradan y se envilecen, buscan frases que nos sienten bien a todos para compartir con nosotros los infortunios que provocan en la sociedad administrada. Una vez agotados sus propios dichos recurren a los usados tiempos atrás por políticos, filósofos y toda clase de pensadores y charlatanes.
En estos tiempos, en que un porcentaje muy alto de la población de Costa Rica (y lo mismo sucede en el mundo entero) cuestiona por todos los medios la moral del Estado y ya no hay forma de ocultarles a los ciudadanos sus excesos y corrupciones; y en muy altos índices todos los pueblos dan por un hecho totalmente probado que todo lo que hace el Estado −no como nación o comunidad sino como gobierno− debió ser hecho de mejor manera, aludiendo a su incapacidad; o bien, conlleva un grado importante de corrupción, aludiendo a su moralidad; entonces los políticos repiten hoy la antigua frase: El Estado somos todos, para que el vulgo concluya el silogismo: Si el Estado es corrupto todos somos corruptos; y así diluyen entre todo el pueblo sus desaciertos e inmoralidades. Para ellos, en ese sentido (aunque saben muy bien que no es así) el Estado es el país; y todo el mundo feliz porque mal de todos, consuelo de tontos.
Tal patraña se la traga todavía una gran masa que se mueve en la dirección que más conviene a los gobiernos y políticos: Van a votar por ellos, creen en superhombres y magos; y ante todo creen en políticos honestos. Pero los “insubordinados”, “desobedientes” e indignados no. Estos saben muy bien que el Estado es el gobierno; un grupito de personas que dirigen ese monstruo, que se mueve lentamente al compás del tamborileo de los políticos de turno. Con ese lenguaje de asimilación de Estado a población o a país, tratan de que los inconformes e indignados no hablen mal de lo que ellos mismos “forman parte integral”.
El significado de los vocablos va cambiando día con día; y eso es una ley natural, ya que cada lenguaje es un cuerpo viviente ligado íntimamente al desarrollo de las ideas y mentalidades; pero los políticos siempre encuentran la manera efectiva de tergiversar el verdadero sentido de las frases con formas que en apariencia responden a la lógica: Como todo el mundo habla de la inmoralidad del Estado, ahora repiten que el Estado es moralmente neutro. Frase que pareciera justa, si asimilamos Estado a país y país a territorio. Un pedazo de tierra, o hasta un cuerpo legal, vistos en materia, no pueden ser morales o inmorales; en ese sentido se puede pensar que son neutros. Esto es así y más bien constituye simpleza mencionarlo; pero la argucia del político va dirigida precisamente a aquella masa que ve la grandeza del árbol y menosprecia o se olvida de la fuerza de su raíz.
Para el indignado, sin embargo, la moral del Estado no es más que la moral de los dirigentes del Estado, es decir, la moral más subjetiva del político que lo gobierna. Llegamos con esto a insistir en que, esencialmente, lo que gobierna bien o mal a un país no es otra cosa que la moral del dirigente.
Cuando los pueblos toleran que un grupo de individuos los gobierne; cuando privilegian a ese grupo entregándoles su confianza, patrimonios, libertades, lo hacen únicamente porque creen que esos individuos van a actuar moralmente en su función y porque dicen tener las soluciones para que no haya, por ejemplo, familias viviendo con menos de un dólar diario, mientras sus dirigentes se pasean en primera clase o en limusina por las más exóticas ciudades del mundo, precisamente con el producto del trabajo de los menos favorecidos.
Si los pueblos advirtieran intenciones de inmoralidad en cualquier persona que aspire a un cargo público no lo privilegiarían con él. Cuando en Costa Rica decimos, con tanta razón, que no hay por quién votar, pensamos ante todo en la moralidad de las personas que aspiran a gobernarnos. Cualquier cuestionamiento moral a la hora de escoger a un dirigente será decisivo para negarle el apoyo, especialmente para los miles y miles de indignados. Luego se piensa en su capacidad, sabiduría y justicia, en ese orden estricto, pero incluso esa corta lista puede reducirse toda al significado que tiene para el mundo en este tiempo la moral, la cual es y seguirá siendo para los políticos la espada de Damocles que pende sobre sus cabezas.
La moral es en nosotros
Condición muy natural;
Y principio fundamental
Será en cualquier jerarquía,
La cual sin ella sería
Tan solo un peligro social.
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