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El poeta y pintor panameño Francisco Chang Marín falleció el 5 de diciembre de 2012, a la edad de 90 años; fue un luchador de las causas nacionalistas, y en defensa del folclor y del ambiente y cultura autóctonas. Aquí presentamos extractos de una entrevista que le hizo Gabriel Vargas en setiembre de 2009.
En este barrio que paradójicamente queda en “la calle primera final” de Santiago, abundan los mangos y las ramas cuelgan sobre las aceras. Aquí, en una casa semioculta por el follaje, viven don Carlos Francisco Chang Marín y su gentil esposa doña Eneida Romero. Sin necesidad de tocar la puerta abierta de esta casa llamada El Manguito, saludamos y pronto vienen a recibirnos.
Nos atiende doña Eneida en una sala llena de diplomas y recuerdos. Unos minutos después se incorpora don Chico, que algo se tiene en el fondo de la casa. Con la amabilidad propia de estas tierras, de inmediato me adoptan y empieza el diálogo, primero de familia y luego de trabajo, después de literatura…
Desde muy joven uso el seudónimo, más bien el apelativo, de Changmarín. Al unir los dos apellidos sin separación fonética ni gráfica, quiero expresar que me siento chino y criollo al mismo tiempo.
Nací orgullosamente en Santiago de Veraguas. Mi padre era de origen chino y mi madre nacida en Panamá. Por los valores conservadores del campesino de los años 20, mi padre no me reconoció públicamente y me obligó a vivir separado de mi madre, con una tía paterna. Con mayor crueldad que como cuento en mi novela Chico Perico, me trató mi tía como un esclavo constantemente humillado. No quiero decir que mi padre me maltratara, pero sí puedo decir que no me defendió y esto fue una forma de violencia.
En la casa de mis abuelos maternos, en el caserío de Los Leones, pasé mis primeros años. Aquel caserío apenas tenía unas cuantas casas, más bien ranchos de paja con piso de tierra, rodeadas de algunos árboles apretados y corpulentos. La ciudad, donde había escuela y autoridades, quedaba como a una hora de camino. Poco me interesaba esa ciudad porque en el rinconcito de mis abuelos tenía, además de sus cuidados y enseñanzas, los animales de la casa como el perro, las gallinas y la vieja vaca con su ternera, y los animales libres como las grullas pasajeras y los pájaros de colores que parecían tener un arpa en la garganta. Me aficioné desde muy pequeño a vagabundear por los prados y a apreciar la música sinfónica que estoy seguro que sonaba entre los ramajes. Por eso, cuando me arrancaron de ahí y me llevaron a la ciudad, a vivir con mis tías de esclavito, sentí que me llevaban a un mundo limpio y ordenado donde para moverme una pulgada tenía que pedir permiso.
No obstante, en la ciudad pude ir a la Escuela. Aunque al principio me costó someterme a la disciplina, con el tiempo logré adaptarme y me sirvió mucho porque creo que saqué provecho. En la novela Chico Perico, llamo don Bonifacio a un buen maestro que tuve, un verdadero tutor de muchas generaciones en ese pueblo. Era maestro viejo y partidario de aquel precepto que dice “la letra con sangre entra”, pero le sobraba conocimiento y experiencia para formarnos. Los padres de familia, pese al famoso metro de “los cien centímetros” con el que algunas veces castigaba, lo preferían porque era persona muy justa, recta y con buena pedagogía. Sabía enseñar, formaba ciudadanos ejemplares y parecía una enciclopedia ambulante.
De la casa de mi tía salí siendo muy joven y me fui a la ciudad de Panamá donde desempeñé los más diversos oficios. Trabajé inclusive en la construcción del Canal de Panamá bajo el mando de los capataces gringos. Allí fui testigo del mal trato que se daba a los trabajadores que no eran estadounidenses. Guardadas las distancias, pienso que así como me trató mi mala tía, así trataban a los trabajadores panameños en la Zona del Canal. Pero la mala experiencia me sirvió para formarme criterio político y convencerme de que había que buscar una solución.
Después de un tiempo regresé a mi Santiago de Veraguas y estudié para maestro en la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena que acababan de fundar, donde me gradué en 1943. Allí fui formado por intelectuales chilenos y españoles, algunos de los cuales habían huido del fascismo. Por cierto, aquí trabajó el maestro y poeta costarricense Carlos Luis Sáenz cuando lo echaron del trabajo en Costa Rica, yo creo que también por su ideología. Estas personalidades me ayudaron a terminar de formarme políticamente. Después de mis estudios en la Normal, llevé algunos cursos en el Conservatorio Nacional de Música, en ciudad de Panamá, pero tuve que interrumpir esa formación por razones familiares y de trabajo.
En Costa Rica, los escolares de los años 50 conocieran a Urracá porque él fue un héroe centroamericano. A principios del siglo XVI, él era el monarca de los territorios hoy denominados Veraguas, y ofreció la mayor resistencia posible a la conquista durante cerca de nueve años. En Panamá, lo reconocemos desde que nos sentimos nación y más en la Normal por nuestra labor educadora. A mí me tocó gestionar que la estatua que habían inaugurado en ciudad de Panamá y estaba bastante descuidada en un parque de esa ciudad, nos la trajéramos para acá prácticamente sin permiso y la pusiéramos en los jardines del nuevo edificio. Después reclamaron por el traslado, pero ya estaba aquí y no se atrevieron a disputársela a los veragüenses. Tal vez aquí vio esa estatua Carlos Luis Sáenz cuando trabajó en la Normal, y por ello tuvo presente a este héroe para citarlo en los textos que él redactó para la escuelas costarricenses.
Entre 1940 y 1950 trabajé como maestro en algunas escuelas rurales. También me tocó apoyar movimientos, principalmente de estudiantes, que se organizaban para combatir graves problemas sociales. Tengo que confesar que me despidieron algunas veces y en más de una me encarcelaron, pero seguí trabajando desde prisión. No, no sufrí mucho y con frecuencia, les ayudaba a los vigilantes escribiéndoles las cartas y versos de amor que necesitaban. Sumando mis cárceles, calculo que me tuvieron tras las barras por lo menos cuatro años. Uno de los encarcelamientos fue por haber ido a la temible China Roja en 1953 y haber traído una película sobre los crímenes de los estadounidenses en Corea. Lo último que hicieron fue expulsarme del país y mandarme a Chile en 1968. Allí realicé estudios de pintura en la Universidad Nacional de Chile y en algo apoyé la campaña que llevó a Salvador Allende a la presidencia en 1970.
Sí, es verdad que cuando regresé de Chile trabajé en organizaciones sociales con gente que han dicho que era del Partido Comunista. Lo más importante era que se trataba de personas que luchaban por la soberanía de Panamá. Lo único que se quería era que nuestro país tuviera control de su canal, lo cual como usted sabe se acordó en 1977 con el Tratado Torrijos-Carter, aunque tuvimos que esperarnos más de 20 años para que ese acuerdo se concretara, es decir hasta el 99. Antes, en el 89 nos invadieron y tuvimos muchos inocentes muertos. Ese cuadro, sí el de esta mujer, lo pinté porque me horrorizó una anécdota sobre una mujer que corría desesperada con el medio cuerpo de su pequeño niño destrozado por las bombas. Esas que parecen libélulas y que sobrevuelan no son los insectos, son los cientos de helicópteros que ocupaban el cielo sobre la ciudad.
Claro que conocí personalmente al general Torrijos, él era de aquí de Veraguas. Fue hijo de maestros rurales y también se graduó de maestro aquí en la Normal. Torrijos venía con frecuencia a su provincia natal y se reunía con líderes campesinos y en algunos casos participé en esas reuniones. Por supuesto que también lo apoyé porque luchaba por la soberanía de Panamá. Hay unas décimas mías que canta Piye Collado, y dice su biógrafo Chuchú Martínez, que a Torrijos le gustaban y hasta las cantaba también. A propósito de décimas, hubo un tiempo en que escribí algunas para un programa de radio que tenía el gobierno, las cuales me pagaban por cuanto era un trabajo. No obstante, algunos me criticaron porque me pagaran, pero yo escribía sobre las cosas que pienso. Para contestar esas críticas escribí una décima, cuyos primeros versos son los que están en este cuadro: “Mi décima no se vende/ ni se entrega ni se alquila,/en el cielo se perfila/y ella misma se defiende.”
En realidad, la décima es un género que me gusta porque es de origen popular y se presta para muy diversos temas, desde los aspectos sociales y políticos hasta la ciencia y la filosofía. Si bien algunas décimas pueden resultar humorísticas, jamás deben usarse como payasada porque son una forma de expresar la protesta, de reclamar y de poner en su lugar a los indignos. El cantor representa al pueblo y por eso no debe permitir que lo callen ni que se burlen de su arte. La décima es clara y no le gusta la oscuridad y la abstracción, por eso no les simpatiza a algunas personas que quieren dejar las cosas como están, que tienen alma colonial. Los que llevan la cuenta de esas cosas han dicho que soy el único compositor panameño que ha publicado tres libros de décimas. No sé, pero ahí están Socavón, de 1959, Los Versos del Pueblo, del 73, y Cantadera, que es del 95. Aunque aprendí a cantar y a tocar la guitarra mejoranera de mi madre y mi abuelo materno, no canto mis décimas sino que se las doy a mi pueblo para que mejor las cante.
El libro Poemas corporales, de 1955, no son décimas sino distintos tipos de estrofa, en endecasílabo. Es un canto al cuerpo humano, no en el sentido hedonista, sino al cuerpo como instrumento de trabajo, a veces atormentado pero siempre base de nuestra capacidad de lucha. En la parte final incluyo unos poemas a héroes de nuestra nacionalidad, de la conquista, como Urracá que luchó largamente contra los españoles, y París, quien prefirió morir quemado que someterse a esos invasores; y del proceso de Independencia, como el general Victoriano Lorenzo, traicionado y fusilado para facilitar una “independencia” regida por el principio de Panamá CEDE. ¿Que qué quiere decir “Cede”? Pues quiere decir que nuestro país cede o sea entrega su territorio, su canal, etc…
Sobre mi obra narrativa y, a propósito de Victoriano Lorenzo, le digo que este patriota me ha interesado mucho y lo he tratado en décimas sueltas y en una biografía completa que se llama El cholito que llegó a general. Pero también le dediqué una novela corta que se llama El guerrillero transparente, de 1981. Esa obra la tradujeron al ruso con el nombre de «El general de cristal». Fue un esfuerzo por traducir la historia de su lucha en la Guerra de los Mil Días, entre el 1899 y el 1903, a una imagen artística. Es una novela corta que trata a Victoriano Lorenzo hombre y héroe, y también a Victoriano mito invencible. El título de «transparente» se debe a que considero que fue uno de los pocos istmeños históricos que no se entregó ni al imperialismo naciente, ni a la oligarquía. La poca crítica que se le ha hecho a mi novela es para decir que se politizó y que se enfatizó mucho el mensaje. No sé… tal vez porque no lo envolví en una trama amorosa, ni narré sobre sus relaciones sexuales, como es la moda actual. Algunos consideraron que era una obra de testimonio; pero tales testimonios no pudieron ser porque cuando escribí la obrita, los testigos hacía añales que habían muerto.
Mi última novela Las gracias y las desgracias de Chico Perico, del 2005, es representativa de un área en la que he trabajado toda la vida, que es la literatura para niños y jóvenes. Sin embargo, esta novela la dirijo también a los “viejos niños”. Es muy autobiográfica en los hechos pero también está llena de fantasía porque trato de expresar como piensa el niño Chico Perico. Mediante ella presento algunas tesis sobre el respeto debido a nuestros hermanos indígenas, sobre la gratitud a los héroes y el reconocimiento a los buenos maestros. Asimismo, mis personajes se encargan de poner en su lugar a los conquistadores que nos maltrataron y a los estadounidenses que les ha costado tanto reconocer nuestra soberanía. Y a lo largo de toda la obra impulso el valor de la ciencia, el conocimiento, el ingenio para enfrentar nuestros problemas.
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