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Intervención de Julia Kristeva en la “Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo: peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz”. Versión completa pronunciada en la Universidad de Roma III, el 26 de octubre de 2011 con la delegación de humanistas y la participación del Cardenal Ravasi. Asís, 27 de octubre de 2011. http://www.kristeva.fr/assise2011.html
Deseo agradecer el honor que se me confiere con esta invitación, para dirigirme a esta prestigiosa asamblea en nombre de los humanistas.
¿Qué es el humanismo? ¿Un gran punto de interrogación justo en el vértice de lo más serio? Es en la tradición europea, griega-judía-cristiana, que se ha producido este acontecimiento que no deja de prometer, decepcionar y refundarse.
Cuando Jesús se describe (Jn 8,24) en los mismos términos que Elohim dirigiéndose a Moisés (Ex 3,14), diciendo: “Yo soy”, define lo humano –y anticipa el humanismo- como una “singularidad indestructible” (según los términos de Benedicto XVI). Singularidad indestructible que no solamente lo une a lo divino más allá de la genealogía de Abraham (como lo hacía el pueblo de Israel), sino que además innova. Porque si el “Yo soy” de Jesús se extiende del pasado y del presente al futuro y al Universo, la zarza ardiente y la Cruz devienen universales.
Cuando el Renacimiento con Erasmo, las Luces con Diderot, Voltaire, Rousseau pero también el Marqués de Sade y hasta ese judío ateo que era Sigmund Freud, proclaman la libertad de hombres y mujeres de rebelarse contra los dogmas y las opresiones, a emancipar los espíritus y los cuerpos, a poner en duda toda certeza, mandamiento o valor ¿abrieron así la vía a un nihilismo apocalíptico? Al emprenderla contra el oscurantismo, la secularización olvidó interrogarse sobre la necesidad de creer que sostiene el deseo de saber, así como olvidó interrogarse sobre los límites al deseo de muerte- para vivir juntos. Sin embargo, este no es el humanismo, sino que estas son las derivaciones sectarias, tecnicistas y negadoras de la secularización que han querido encubrir la “banalidad del mal” y que favorecen hoy la automatización en curso de la especie humana. “No tengan miedo”, dijo Juan Pablo II dirigiéndose no solamente a los creyentes a quienes animaba para resistir al totalitarismo. La convocatoria de este Papa –apóstol de los derechos humanos- nos incita también a no temer a la cultura europea, sino al contrario atrevernos al humanismo: construyendo una complicidad entre el humanismo cristiano y aquel que, nacido del Renacimiento y de las Luces, posee la ambición de dilucidar los senderos osados de la libertad. Agradezco hoy al Papa Benedicto XVI quien por primera vez ha invitado a humanistas a este lugar para estar entre ustedes.
Es por lo que, con ustedes sobre esta tierra de Asís, mis pensamientos se dirigen a san Francisco de Asís: quien “no busca tanto ser comprendido como comprender”, ni “ser amado como amar”; que despierta la espiritualidad de las mujeres con la obra de santa Clara; quien sitúa a la niñez en el corazón de la cultura europea creando la fiesta de la Navidad; y que, algún tiempo antes de su muerte, ya un humanista, envía la carta “a todos los habitantes del mundo entero”. Pienso también en Giotto quien despliega los textos sagrados en imágenes vivientes de la vida cotidiana de hombres y mujeres de su tiempo y desafía al mundo moderno a sacudir el rito tóxico del espectáculo hoy omnipresente.
¿Se puede todavía hablar del humanismo, mejor: puede hablarse el humanismo?
Es Dante Alighieri quien me interpela en este instante, celebrando san Francisco en el Paraíso de su Divina comedia. Dante ha fundado una teología católica del humanismo demostrando que el humanismo existe si y solamente si, nos trascendemos en el lenguaje por la invención de nuevos lenguajes. Como lo hizo él mismo, escribiendo en un estilo nuevo la lengua italiana corriente, inventando neologismos. “Sobre-pasar lo humano en lo humano”, rebasar lo humano (“transhumanar”) (Paraíso I: 69), dice Dante, tal sería el camino de la verdad. Se trataría de “anudar”, en el sentido de “acoplar” (“s’indova”, ponerse ahí, en el “dónde”) (Paraíso 33: 138) – como se anudan el círculo y la imagen en un rosetón- lo divino y lo humano en Cristo, lo físico y lo psíquico en lo humano.
De este humanismo cristiano, comprendido como un “rebasamiento” de lo humano en el acoplamiento de los deseos y del sentido por el lenguaje, si es un lenguaje amoroso, el humanismo secularizado es el heredero a menudo inconsciente. Este humanismo secularizado sabe separarse, refinando sus lógicas propias de las cuales quisiera esquematizar Diez principios. Que no son diez mandamientos sino diez invitaciones a pensar pasarelas entre nosotros.
1.- El humanismo del siglo XXI no es un teomorfismo. El Hombre en Mayúscula no existe. Ni “valor”, ni “fin” superiores, ningún aterrizaje de lo divino después de los actos más elevados de algunos hombres que se denominan genios desde el Renacimiento. Después de la Shoah y el Gulag, el humanismo tiene el deber de recordar a los hombres y a las mujeres que si nos consideramos los únicos legisladores, es sólo por el cuestionamiento continuo de nuestra situación personal, histórica y social, que podemos decidir sobre la sociedad y la historia. Hoy, lejos de des-mundializar, es necesario inventar una nueva reglamentación internacional para regular y dominar la finanza y la economía mundializada y crear, en un plazo definido, una gobernanza mundial, ética, universal y solidaria.
2.- El humanismo se desarrolla por procesos de refundación permanente, por rupturas que en sí mismas son innovaciones (el término bíblico hiddouch significa inauguración-innovación-renovación; enkainosis y anakainosis; novatio y renovatio). Conocer íntimamente la herencia griega-judía-cristiana, ponerla a examen profundo, transvalorar (Nietzsche) la tradición: no hay otro medio para combatir la ignorancia y la censura y facilitar así la co-habitación de las memorias culturales construidas en el curso de la historia.
3.- Hijo de la cultura europea, el humanismo es el encuentro de diferencias culturales favorecidas por la globalización y la digitalización. El humanismo respeta, traduce y re-evalúa las variantes de la necesidad de creer y los deseos de saber que son universales de todas las civilizaciones.
4.- Humanistas, “no somos ángeles, tenemos un cuerpo”. Santa Teresa de Ávila se expresa así en el siglo XVII, inaugurando la época barroca que no es una contra-reforma, sino una revolución barroca iniciando el siglo de las Luces. Pero el deseo libre es un deseo a muerte. Ha sido necesario esperar al psicoanálisis, para recoger en la única y última reglamentación del lenguaje esta libertad de deseos que el humanismo no censura ni adula pero se propone dilucidar, acompañar y sublimar.
5.- El humanismo es un feminismo. La liberación de los deseos debía conducir a la emancipación de las mujeres. Después de los filósofos de las Luces que han abierto la vía, las mujeres de la Revolución francesa lo han exigido con Théroigne de Méricout, Olympe de Gouge, hasta Flora Tristán, Louise Michel y Simone de Beauvoir, acompañadas por las luchas de las sufragistas inglesas y no olvido las chinas desde la Revolución burguesa del 4 de mayo de 1919. Los combates por una paridad económica, jurídica y política necesitan una nueva reflexión sobre la elección y la responsabilidad de la maternidad. La secularización es aún la única civilización que carece de un discurso sobre lo maternal. El lazo pasional entre la madre y el hijo, este primer otro, aurora del amor y de la hominización, este lazo donde la continuidad biológica deviene sentido, alteridad y palabra, es una religación (“reliance”). Diferente de la religiosidad como de la función paterna, la religación materna los completa y participa plenamente de la ética humanista.
6.- Humanistas, es por la singularidad compartida de la experiencia interior que podemos combatir esta nueva banalidad del mal que es la automatización en curso de la especie humana. Porque somos seres hablantes, seres de escritura, de dibujo, de pintura, de música, de juego, de cálculo, de imaginación, de pensamiento, no estamos condenados a devenir “elementos de lenguaje” en la hiperconexión acelerada. La infinidad de capacidades de representación es nuestro hábitat, profundidad y liberación, nuestra libertad.
7.- Pero, el Babel de lenguajes genera también caos y desórdenes, que el humanismo no regulará jamás con sólo la escucha atenta de los lenguajes de otros. Ha llegado el momento de recuperar los códigos morales inmemoriales: sin debilitarlos, para problematizarlos, renovándolos bajo la mirada de nuevas singularidades. Lejos de ser puros arcaísmos, las prohibiciones y los límites son salvaguardas que no es posible ignorar sin suprimir la memoria que constituye el pacto de los seres humanos entre ellos y con el planeta, los planetas. La historia no es el pasado: la Biblia, los Evangelios, el Corán, el Rig-veda, el Tao nos habitan en el presente. Es utópico crear nuevos mitos colectivos, ni es suficiente interpretar los antiguos. Tenemos que re-escribirlos, repensar, revivir: en los lenguajes de la modernidad.
8.- No hay más Universo, la investigación científica descubre y no cesa de sondear el Multiverso. Multiplicidad de culturas, de religiones, de gustos y de creaciones. Multiplicidad de los espacios cósmicos, de las materias y de las energías co-habitando con el vacío, componiendo con el vacío. No tengan miedo de ser mortales. Capaces de pensar el multiverso, el humanismo tiene una tarea epocal: inscribir la mortalidad en el multiverso de lo viviente y del cosmos.
9.- ¿Quién puede? El humanismo, porque cuida. El cuidado amoroso de otro, el cuidado ecológico de la tierra, la educación de la juventud, el acompañamiento de enfermos, de discapacitados, de adultos mayores, de dependientes no detienen ni la carrera de las ciencias ni la explosión del dinero virtual. El humanismo no será un regulador del liberalismo, el cual se hará fuerte al transformar, sin sacudidas apocalípticas ni mañanas que canten. Tomando su tiempo, creando una proximidad nueva y solidaridades elementales, el humanismo acompañará la revolución antropológica que anuncian desde ya tanto la biología emancipando las mujeres, como el dejar ir de la técnica y de la finanza, y la impotencia del modelo democrático piramidal para canalizar las innovaciones.
10.- El ser humano no hace la historia, la historia somos nosotros. Por primera vez, el Homo Sapiens es capaz de destruir la tierra y a sí mismo en nombre de sus religiones, sus creencias o sus ideologías. Por primera vez también, los hombres y las mujeres son capaces de re-evaluar con toda transparencia la religiosidad constitutiva del ser humano. El encuentro de nuestras diversidades aquí, en Asís, es testimonio que la hipótesis de la destrucción no es la única posible. Nadie sabe cuáles seres humanos nos sucederán a nosotros, quienes estamos comprometidos en esta transvaloración antropológica y cósmica sin precedente. Ni dogma providencial, ni juego del espíritu, la refundación del humanismo es una apuesta.
La era de la sospecha ya no es suficiente. Frente a las crisis y las amenazas más graves, ha llegado la era de la apuesta. Hay que tener la osadía de apostar por la renovación continua de las capacidades de hombres y de mujeres para creer y saber juntos. Para que en el multiverso cuyo límite es el vacío, la humanidad pueda proseguir por largo tiempo con su destino creativo.
Traducción del francés por Javier Tapia para Forja, Semanario UNIVERSIDAD.
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