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“Nunca fuimos catequizados. Lo que hicimos fue Carnaval”. Oswald de Andrade
Para esta generación, hemos sobrepasado una de las fechas más enigmáticas, donde unos la concibieron como una especie de Caja de Pandora; sin embargo, otra parte vivió una fecha que unía el cambio y la necesidad humana por ser consciente de otras vivencias y experiencias sobre la vida. Es fácil identificar a lo que nos referimos, el 21 de diciembre del 2012.
Lejos de hacer un abordaje antropológico sobre esta fecha, nos parecen cómicas las grietas mostradas por el poder. Al escribir estas líneas ese hemisferio claustrofóbico, donde concibo la humanidad como un artificio destinado a la destrucción por fuerzas ajenas, conllevó una gran decepción; sin embargo, ¿qué lograron esconder detrás de un final tan llamativo y colorido del planeta? Descubrimos la aspiración del poder por su consumación, último escalón de la sociedad humana, recordando así su vieja aspiración a ser la vocación universal de la civilización.
Este triste y patético resumen de la humanidad, donde la destrucción de la vida sobre el planeta acontece en pocas horas, revela una y otra vez la megalomanía que rodea a las relaciones dominantes, donde en el ayer y hoy reúnen para sí los mecanismos de enriquecimiento, acumulación y reproducción del poder.
Es destacable que esta tragedia precisamente ocurre en los grandes centros económicos-políticos, mostrando la inoperancia del gran aparato militar; las relaciones dominantes son las víctimas de las fuerzas desencadenadas, salvajes e inconscientes destruyen el “orden”.
Lo que este futuro claustrofóbico esconde es la necesidad de justificar el fin del mundo “conocido”, abolir la emergencia de cualquier tipo de experiencia alternativa; su silenciamiento hasta el final, solo viene a justificar su no-existencia, su negación casi absoluta. Y lo más importante es que su fin no reside en su propia condena (entendamos el origen de la destrucción por la depredación de la naturaleza, la explotación sobre los seres humanos o cualquier otra dimensión), sino fuerzas independientes a su accionar. Así esconde que son sus relaciones de explotación las que han minado la vida sobre el planeta.
Una visión apocalíptica beneficia la consolidación del statu quo de una sociedad al lado del poder; con su uso recurrente las clases dominantes tratan de cerrar trincheras contra las amenazas, vuelven así la sociedad en un estado de sitio permanente, sacrificando a los pueblos por su proyecto, centrado en la reproducción de las relaciones de poder.
Es así como presenciamos los sacrificios humanos en pos de la consolidación de ese proyecto dominante (único posible según estos); su autojustificación basada en el miedo, justifica así la venidera destrucción apocalíptica ante la idea de sobrepasarlo. Y no bromeamos en este sentido, sólo recordar los argumentos y acciones esgrimidos por las clases dominantes contra los zapatistas, los altermundistas, los indignados, occupy wall street, entre muchos otros, donde solo la emergencia de estos actores, llevó a crear la imagen del desorden, caos y muchos otros escenarios de destrucción ante la emergencia de estos, porque desde otros mundos en resistencia, lo único que el poder ha mostrado es un ridículo constante, porque donde nacen y resisten otras voces y mundos, el poder ve la aparición de amenazas o obstáculos para su reproducción, responde generando aparatos de control y discriminación, así coopta y elimina estas vivencias; sin embargo, como hemos visto, solo ha logrado su proliferación y fortalecimiento en distintas geografías del planeta.
El poder aún sigue siendo insuficiente para acaparar la vida, en muchas fronteras de su extensión surgen resistencias que le recuerdan constantemente su limitación, su incapacidad de dar respuesta, que siempre tardías e incompletas se van desgastando, así logramos mirar más allá de su vallas, la emergencia de otras formas de sentir y vivir, otros mundos siguen (re)surgiendo y viviendo, antes, durante y después del poder. El miedo por el Apocalipsis, no es por el término del mundo, sino sencillamente por la destrucción de las relaciones dominantes. Es el final del calendario del poder, el de la vida por extraña complicidad con la esperanza siguen andando.
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