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Es claro que la teoría evolutiva moderna difiere del planteamiento original de Charles Darwin, quien escribió su obra central, El Origen de las Especies, en 1859. Desde su publicación, los científicos han estado discutiendo sobre cómo la teoría de la evolución funciona: competición, selección natural, variación; son todos conceptos que han sido, y continúan siendo, amplia y acaloradamente debatidos. El estudio de las bases evolutivas de la naturaleza y el comportamiento humano, por ejemplo, es un campo en rápida expansión: la explosión en la investigación ha generado explicaciones convincentes —al igual que encendidas controversias. De modo que, cuando hablamos de evolución, hablamos en realidad de Darwinismos en transformación. Cabe entonces preguntarnos cómo ha cambiado el pensamiento sobre la evolución durante los últimos 150 años.
Ciertamente, han ocurrido cambios profundos en las maneras en que las nociones de evolución y herencia han sido entendidas a través del tiempo. Hoy, la mayoría de los biólogos ven la herencia en términos de genes y secuencias de ADN, y conciben la evolución en buena parte en términos de cambios en las frecuencias de genes alternativos (alelos). Además, la adaptación es concebida como un proceso que ocurre a través de la selección natural de variaciones genéticas aleatorias, que son ciegas a la función. Pero, ¿acaso no son estas concepciones de herencia y adaptación evolutiva demasiado estrechas?
Hallazgos recientes en la biología molecular y en las ciencias del comportamiento así lo sugieren. Claro está, que para la mayoría de científicos sociales la presente versión centrada-en-el-gen de la teoría Darwiniana nunca ha resultado demasiado seductora, pues parece tener poco que ofrecer. Como investigador situado en la interfaz entre las ciencias naturales y sociales he comprobado que la teoría evolutiva contemporánea provee una base restringida para entender cómo los procesos comportamentales y culturales humanos se relacionan con los procesos genéticos humanos en la evolución. Las explicaciones adaptacionistas contemporáneas, como las que han sido propuestas desde la psicología evolucionista, son simplificadas al punto de la distorsión. Asimismo, frecuentemente, el rol activo que los organismos, en general, y los seres humanos, en particular, desempeñan en el proceso evolutivo se ve diluido en una visión híper-reduccionista, en torno a un “gen egoísta”; divorciado del entramado de construcciones —ideas y prácticas— sociales y culturales que son generadas por los individuos y los grupos.
No obstante, el pensamiento sobre la herencia y la evolución está experimentando un cambio revolucionario. Lo que está emergiendo es una nueva síntesis, que desafía la versión centrada-en-el-gen del neo-Darwinismo que ha dominado el pensamiento biológico durante los últimos 50 años. Aquí nos limitamos a delinear los contornos de este nuevo paradigma emergente.
De acuerdo con las biólogas evolucionistas Eva Jablonka y Marion Lamb, esta teoría evolutiva extendida puede resumirse en las siguientes proposiciones: 1) hay más en la herencia que los genes; 2) algunas variaciones hereditarias tienen un origen no-aleatorio; 3) alguna información adquirida es heredada; y 4) el cambio evolutivo puede resultar tanto de la instrucción como de la selección.
En primer lugar, en dicho Darwinismo los genes pierden su monopolio como sistema de herencia único; hay tres sistemas de herencia adicionales sobre los cuales la selección puede actuar: el epigenético, el comportamental y el simbólico. En segundo lugar, cuando se consideran todos los tipos de variación hereditaria, es claro que los cambios inducidos y adquiridos (durante el desarrollo) pueden también desempeñar un rol en la evolución; un ejemplo de ello es el proceso de la construcción del nicho, mediante el cual los organismos pueden modificar substancialmente sus mundos, incluso de maneras no-azarosas o predecibles. En efecto, todas las criaturas vivas, a través de su metabolismo, sus actividades y sus decisiones, parcialmente crean y parcialmente destruyen sus propios nichos, en escalas que van de lo extremadamente local a lo global. Y desempeñan, así, un rol activo en la dinámica evolutiva al transformar las presiones selectivas de formas no-triviales.
El desarrollo y los procesos Lamarckianos vuelven a tener un lugar dentro de la evolución. Ciertamente, al adoptar una perspectiva cuatridimensional se puede construir una enriquecida y más sofisticada teoría de la evolución. Se torna factible, además, generar explicaciones adicionales o alternativas de los cambios adaptativos y crear un marco evolutivo más útil y aceptable para las ciencias sociales.
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