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Llegamos a la casa de Yadira Calvo, en El Alto de Guadalupe, a media tarde. En el portón nos recibe su esposo, el académico universitario y poeta Faustino Chamorro. Es una casa rodeada de jardines con un techo alto, de madera, acogedora, estilo chalet, diseñada por su esposo, quizás con reminiscencias de su natal Zamora en España, según nos explica ella más tarde. Sentada en un sillón de mimbre, nos cuenta cómo ha sido el trajín que vino con el premio Magón, el más alto distintivo de la cultura nacional que le fue otorgado este año. Con su característico espíritu jovial, dice que ellos llevan una vida muy tranquila y que no están acostumbrados a tanto movimiento, entrevistas, fotos; incluso cuenta que por poco tuvo que cancelar el viaje a la montaña que estaba planeando con su esposo para el día de San Valentín. Pero también se le ve muy feliz pues, como nos va a contar luego, considera que este otorgamiento le da un panorama esperanzador de Costa Rica.
En la sala hay adornos curiosos, en un rincón el títere de una bruja parece sonreír con gesto sarcástico, entra una luz cálida y al fondo, en algún lugar de la casa, alguien escucha la radio y hace el café.
Yadira Calvo Fajardo nació en Tucurrique, Cartago en 1941. Es licenciada en Literatura y Ciencia del Lenguaje, ha sido profesora en la Universidad de Costa Rica, Universidad Autónoma de Centro América (UACA) y Universidad Nacional (UNA), y una feraz escritora, conocida por sus ensayos sobre género y literatura.
Yadira también ha recibido el Premio Nacional “Aquileo Echeverría” de ensayo en 1991 y 2004, el premio de la Universidad Nacional “Una palabra”, en 1989, entre otros.
Después de acomodarnos le comento que nos gustaría hablar del lenguaje, literatura y sexismo. Sin esperar a más comienza:
Yadira Calvo: El lenguajes es la rueda de trasmisión de la cultura. Puesto que la cultura es sexista, el lenguaje tiene ese tinte. Eso es grave para la mujer, porque lo que hace es dejarnos sumidas dentro de un contexto de masculinidad. El idioma es un patrimonio cultural también, y hay que defenderlo. Pero lo que no se puede defender es aquella parte que tiene implicaciones de desigualdad.
El lema mismo de la Real Academia Española, que es un lema de detergente: limpia, fija y da esplendor; (risas) tiene ya unas implicaciones en el sentido de fijar y mantener todos aquellos elementos tradicionales. Se resiste a aceptar esos cambios, de hecho se resistió a aceptar mujeres durante siglos también.
Valeria Román: Usted explica que el lenguaje nos excluye y que es necesario redefinir e inventar vocablos. ¿Cómo hacerlo tras siglos de una lengua excluyente?
-Con un esfuerzo muy grande. Lo que supone es un poquito de conocimiento idiomático para buscar en principio herramientas dentro de la misma lengua que funcionen como fórmulas sinónimas de algunos masculinos.
Usted muchas veces ha hablado del problema del genérico masculino como una forma de excluirnos del lenguaje. ¿Cómo filóloga y mujer considera que la solución es el constante uso de esa fórmula de desdoblamiento (-as/ -os)?
-A mí no me gusta, porque atenta contra la economía del idioma que es fundamental para hablar y para escribir. Ahora, creo que en algunos textos, por ejemplo los textos legales, donde hay peligro de exclusión debería usarse la fórmula desdoblada. Pero en otros casos hay que buscar el modo de redactar de manera que no contenga esa pesantez que contiene el desdoblamiento.
¿Qué opina del uso del arroba (@) como genérico?
-No funciona, porque el arroba sirve para lo gráfico. Cuando se lee se va hacer de una forma determinada, y vamos a tender a leer en masculino. No resuelve el problema que se presenta en la lengua oral. No hay que condenar soluciones. Pero el arroba no resuelve nada en absoluto.
¿Cuál sería el mal menor?
-El mal menor sería el desdoblamiento. Porque hay un elemento de visibilización de las mujeres que es importante cuando se habla de políticas de igualdad. Prefiero pecar contra el lenguaje que pecar contra mis ideas. Pienso que cuando las mujeres empezaron esa lucha hacían lo que podían. Nosotras tampoco tenemos muy claro cómo hacer, pero sabemos que hay que hacer algo y hacemos lo que podemos.
Algunas empiezan a hablar con ese desdoblamiento, es una búsqueda y como tal es algo que merece respeto.
Es mejor eso a que no se dé nada.
-Claro, hace unos 15 años nadie había tocado el lenguaje desde este punto de vista. El lenguaje nos marca de un modo terrible. Esas cosas hay que cambiarlas, aún no sabemos cómo, pero ya somos conscientes de que hay un problema muy grave. Aunque la gente de la Real Academia berree hay que seguir, lo que no pueden es callarnos.
DOBLES PREJUICIOS
Nuestra relación con las palabras fue entorpecida porque nos cortaron las alas de la lengua y a la vez nos impusieron un lenguaje sexista que reproducimos a pesar de que nos afecta. Muchas mujeres ya han tomado la palabra, han destrozado el lenguaje patriarcal y difícilmente ahora nos van a callar, pero, ¿cómo afecta hoy tantos años de silencio a las mujeres que luchan por su emancipación?
-Yo soy una de las que se siente afectada. Escribir en sí ya es una misión difícil, encima de eso hay que buscar que no nos oculte a las mujeres: hay un trabajo adicional que lo dificulta. Yo lo vivo en carne propia cuando escribo, y no siempre lo logro, porque el sexismo esta incrustado en la estructura de la lengua.
¿Es su mayor reto a la hora de escribir?
-Sí. No es solo la lucha que supone decir algo que capte mi pensamiento sino que, además, quede bien escrito y que yo pueda sentirme incluida dentro de ese lenguaje. (Risas)
Es que tenemos que adaptar un lenguaje sexista. Entonces al hablar, aunque estemos rompiendo la norma del silencio, nos excluimos a nosotras mismas.
-Exactamente. Por ejemplo ha pasado que en un grupo donde hay tres hombres y 20 mujeres, estas comienzan a usar el nosotras para referirse a todos, de pronto uno de los hombres dice que no se le está tomando en cuenta. Si tres hombres entre 20 mujeres se sienten mal porque nos se les toma en cuenta, imagínese todas las mujeres, incluso en un grupo reducidísimo de hombres, que se excluyen constantemente.
Y lo tomamos como normal.
-Sí, porque aprendemos la exclusión.
¿Tiene fuertes implicaciones emocionales el lenguaje exclusivo?
-Sí, porque afecta nuestra autoestima, nuestra autopercepción, aprendemos a hablarnos como seres devaluados. Cuando se aplica, por ejemplo, el término “mujercita”, “loca”, etc. para devaluar a alguien; estamos aceptando que las mujeres valemos menos que los hombres.
Esto me recuerda a Simone De Beauvoir, cuando decía que los obreros hablaban de sí mismos como “nosotros” para negar “los otros” impuesto; pero las mujeres se refieren a sí mismas como “otras”.
-Incluso, por ejemplo, en la lucha de las mujeres blancas por el acceso a las universidades en los Estados Unidos, muchas se oponían a que las mujeres negras entraran. Entraba otro prejuicio, el racista.
Doble prejuicio.
-Exacto. Hablar es muy importante y no solo para contradecir o desbaratar sus esquemas mentales, sino para llamar a la cordura. A todos nos ha pasado que nos manifestamos con un prejuicio que ni sabíamos que teníamos hasta que alguien nos lo hace ver.
Hay que reconocer que ha habido grandes cambios. Gracias a que muchas mujeres tomaron la palabra y fueron parcialmente escuchadas, hoy podemos hacer cosas que antes eran inimaginables. Pero falta mucho… ¿En el ámbito del lenguaje cuáles problemas considera que hay que superar?
-A las mujeres les fue muy difícil que se les escuchara, nosotras estamos aquí precisamente por esas mujeres que abrieron el camino y tenemos un compromiso de honrar su memoria. Respecto al lenguaje tenemos que quitarnos la idea de que la Real Academia rige el lenguaje, porque el lenguaje es un legado que pertenece al pueblo hablante el cual determina qué se hace y cómo se habla. Con un aval o no, cuando hablamos nos entendemos.
En sus ensayos usted explica cómo “la mujer” ha sido una construcción y a partir de esta se nos ha limitado del conocimiento, de la razón y de la palabra.
No solo se nos ha limitado, también se nos ha difamado. El problema con las construcciones culturales es que son interesadas. Una sociedad donde haya un grupo dominante va a convertir cualquier diferencia en desigualdad y la diferencia más generalizada y antigua es la del sexo. El grupo dominante ha establecido unas definiciones convenientes a su grupo estableciendo polaridades: todo lo bueno está de un lado y lo negativo está de otro.
AUTORIDADES FALACES
¿Qué papel juega la palabra en ese juego de dominaciones y de polarizaciones?
-Es fundamental. Es que la cultura se trasmite fundamentalmente a través de la palabra. El mundo occidental es un producto del pensamiento griego y hebreo. Esas formas de pensamiento ya eran en sí patriarcales, y más que eso, misóginas.
La iglesia Católica, a través de los padres de la iglesia, tuvo un impacto muy grande en toda la construcción de los sexos que se hizo durante la Edad Media. Los padres de la iglesia retoman el pensamiento aristotélico. Santo Tomás retoma lo dicho por Aristóteles cuando dice que las mujeres son unos varones fallidos, diciendo que la mujer es un varón fracasado. Y puesto que son voces de mucha autoridad, cala en el pueblo y se extiende y se convierte en un sistema permanente de difamación avalado por una voz tan autorizada que se hace llamar de origen divino.
Freud retoma al varón fallido de Aristóteles y lo convierte en el varón castrado. Es tomar la misma ideología y ponerla en términos científicos. El patriarcado es proteico, siempre busca formas de manifestarse y adaptarse. Busca voces autorizadas para seguirse manteniendo vigente.
También se nos ha limitado y difamado en otros aspectos, entre ellos la sexualidad, como leemos en Éxtasis y Ortigas.
-Las perversoras. Con Eva. Los griegos tenían a Pandora y a través de los hebreos el mundo cristiano tuvo a Eva. Ya en el siglo tercero Tertuliano empieza a identificar a todas las mujeres con Eva y dice que todas deberíamos vivir cubiertas de andrajos, arrepentidas y llorando por haber perdido a la humanidad. Esa culpa nos la han echado encima los padres de la iglesia, no hay otro modo de decirlo.
¿La mujer puede recuperar su libertad sexual a través de la palabra, o viceversa?
-La palabra igual como puede ayudar a mantener un sistema de ideas nocivas para un grupo social determinado también puede ayudar a liberar a ese grupo. Por qué las mujeres fueron permanentemente dominadas y les costaba tanto hacer sentir su punto de vista: porque estaban bajo un mandato de silencio.
¿Hasta qué punto la literatura erótica ha estado en el dominio masculino? ¿Cómo se han abierto paso las mujeres escritoras en este ámbito?
-Al ser una cosa que estaba inscrita en una sociedad patriarcal condenatoria de la sexualidad de las mujeres, la libertad de las mujeres fue absolutamente censurada. Mujer libre era un sinónimo de prostituta. Los hombres eran los que tenían derecho al erotismo. Pero eso está desapareciendo con bastante rapidez, significa un cambio en ese ámbito.
VARÓN HOMOSEXUAL
Uno de esos grupos silenciados son los homosexuales. Usted explica que en nuestra percepción patriarcal y binaria del mundo no cabe la idea de una no separación de roles. El problema es la inversión del poder. Es muy visible en las parejas de hombres cuando se les insulta con un lenguaje despectivo donde queda explícita una doble discriminación: a la homosexualidad en sí y el uso de un lenguaje despectivo concerniente a lo femenino.
-Sí. De hecho la Grecia clásica era homofílica. Era una sociedad de mucha misoginia donde los verdaderos amores y sentimientos fuertes se daban entre hombres. Lo que hacía criticable a un varón homosexual es que fuera lo que ellos asumían que era la parte pasiva de la pareja. No era la relación homosexual en sí, lo despreciable era el asumir una parte que se suponía correspondía a las mujeres.
Las obligaciones que tradicionalmente han sido asignadas a las mujeres son medios de opresión ya que no hay oportunidad de selección. Estos roles siguen siendo asignados mediante muchos métodos entre ellos la violencia simbólica, como señala Bourdieu, y la literatura es una importante trasmisora. ¿Qué papel ha jugado la literatura como medio simbólico en esta asignación?
-Ha jugado un papel enorme y con un impacto enorme. Se entiende que lo clásico en literatura es lo atemporal, valido en cualquier época. Pero las obras clásicas llevan una carga sexista espantosa. Estas obras son muy apreciadas, la génesis de la sociedad occidental… y si esas obras se asumen por su valor estético y no se hace un análisis paralelo de su problema ideológico seguimos asumiendo como verdades todos esos valores y eso es altamente peligroso.
La literatura está cuajada de eso y no solo las manifestaciones de tantísima misoginia como en la literatura clásica griega, también en las obras que supuestamente son afines con las mujeres, como la novelística del siglo XIX donde los personajes obedecen a la concepción masculina de lo que debe ser la feminidad ideal.
Con todas las connotaciones negativas de lo femenino.
-Claro. Todavía lo femenino es lo débil. Los diccionarios todavía tienen esas definiciones espantosas.
¿Qué papel ha jugado la literatura en la destrucción de esas asignaciones?
-Posiblemente depende más bien desde qué género literario se haga. Desde la ensayística se puede ver muy claramente que hay una contestación por parte de las mujeres que viene con claridad desde el siglo XVIII. De la obra narrativa no estoy segura hasta qué punto las mismas mujeres no se adhieren al programa.
Pienso a Fernan Caballero, que es un caso casi patético porque ella es Cecilia Böhl de Faber, pero cuando habla de ella como literata se refiere a sí como literato. En su novela La Gaviota, una mujer que es cantante no tiene posibilidad de triunfar en la vida, la única manera de lograr el triunfo social es como esposa y madre. Muchas mujeres copiaron el modelo. ¡Es muy poderoso, es hipnótico!
WOOLF y De BEAUVOIR
-Virginia Woolf es un hito. Yo creo que Tres Guineas y Una Habitación Propia son claves en un cambio de mentalidad. Tiene que haber tenido mucho más impacto Virginia Woolf que Simone de Beauvoir porque el libro de Beauvoir (El segundo sexo) es un libro muy pesado y cargado también de una cantidad de prejuicios sexistas porque se basa en la ideología de su época. Virginia Woolf tiene esa pluma hábil, irónica, profunda, que escarba y denuncia. Al ser así es más accesible esa forma de pensamiento. Es un gran mérito en Woolf.
En La mujer por la palabra nos cuenta, en el inicio del libro, cómo Fray Luis adoctrinaba a las mujeres en sus obligaciones. Una de estas “obligaciones” es guardar silencio…
Es más, tuvo el descaro de dedicarle el libro a una mujer. (Risas) Y ofende a las mujeres, dice que son para cositas de poca monta y que Dios las liberó de la inteligencia que suponen los negocios de contratación de los hombres. Lo que me parece extraordinario es que esa difamación permanente del cerebro de las mujeres no haya sido captada antes.
En la literatura hay obras con alto contenido estético pero con un contenido ideológico dañino. ¿Cómo pueden ayudar los estudios literarios en este aspecto?
-La crítica, el análisis, es lo que tiene que ver aquí. En este libro Literatura, mujer y sexismo, tomo personajes y hago ver cómo tienen unas manifestaciones simbólicas que contribuyen a perpetuar la posición de las mujeres. Si los profesores de literatura no señalan que la obra literaria tiene elementos ideológicos que debemos desentrañar estarían contribuyendo a que eso siga vigente.
Al estar “lo femenino” cargado de tantas connotaciones negativas por tanto tiempo y al estar excluido de la razón y la lengua (la cual se nos niega y nos excluye), ¿sigue afectando a la escritora?
-Es un problema de canon. Hemos aprendido la literatura a través del sentimiento inculcado de que las grandes obras de la humanidad siempre están firmadas por hombres. El canon no es una lista, sino una manera de percibir. Cuando el gusto se ha formado a través de obras masculinas, las obras de los hombres se convierten en la obra canónica.
Cuando encontramos un punto de vista diferente, que lo hay puesto que hay una experiencia de vida diferente, nos parece flojo, que no calza. Pero es un problema de qué obras nos enseñaron a leer.
“El sexo es, o al menos debe ser, absolutamente indiferente para la valoración estética de la obra” (Sexo en el texto). Ante esta afirmación y lo que me viene diciendo ¿hay que eliminar la categoría de literatura femenina o es mejor resignificarla tomando en cuenta de la invisibilización de las mujeres en el mundo literario?
-Yo pienso que literatura es literatura, no creo que haya que establecer una categoría de literatura femenina, hay literatura sin adjetivos, pero por cuestiones estratégicas va a ser necesario en algunos momentos particularizar las obras de los grupos dominados para que aparezcan, porque hay un problema de cómo se percibe una obra respecto de si la escribe una mujer o un hombre, todavía se prejuzga en la obra literaria y esto está vigente, en todo el mundo de la cultura.
La literatura creada por mujeres ha sido relegada a lo que usted llama un patio femenino…
-Sí, es un gueto, un gineceo. Las obras literarias estaban en ese gineceo como literatura menor. En tres años de estudiar literatura española nunca estudié un nombre de mujer; al volver a mis textos vi en letras pequeñitas que decía “otros autores” y dentro de esta categoría decía “autores femeninos”. Las autoras todavía están en un subgénero dentro del subgénero. Se te cuela en el inconsciente, se aprende a pensar que la obra femenina vale menos.
Hay una especie de paradoja porque si se elige lo “universal” se está tomando aquello que fue pautado por hombres y que nos excluyó y lo sigue haciendo, pero si nos quedamos en ese gineceo se sigue catalogando como literatura menor. ¿Cómo superarlo?
-Si supiera ya la habría hecho (risas). Esa es la gran receta. Siento que hay que hablar mucho. Deberían equiparar obras de hombres y mujeres en los estudios universitarios y secundarios, pero todavía no se hace.
SEXO y TEXTO
Hay temas que parecen particulares a las mujeres, en su ensayo usted deja la pregunta abierta: Que si bien no se puede juzgar una obra por el sexo no se sabe si hay sexo en el texto.
-Lo que yo digo es que puede haber o no sexo en el texto, pero lo que importa es el texto y que esté bien escrito. Pienso en un fenómeno que ha ocurrido que es que un nombre con cierta ambigüedad se puede confundir con nombre de hombre o de mujer. La valoración que se le da a un texto por su sexo es muy sintomático de cómo se percibe muy diferente una obra escrita por un hombre a una escrita por una mujer, pero no que la obra sea de diferente calidad.
Tengamos en cuenta que aún hoy a la mujer que escribe se le considera violadora de la orden de callar y también, en los casos que adopta su propia lengua, enemiga del lenguaje sexista. Que una mujer que escribe y que lo hace acerca de la condición de la mujer ganara el Magón, parece esperanzador.
-Es esperanzador. Hasta hace muy poco tiempo las mujeres que escribían a favor de la mujer eran muy mal juzgadas: tragamachos, pendencieras, tipas amargadas. Bueno, a mí me han dicho cosas así alguna vez. Pero el hecho de que haya un juzgado que estime que este tipo de obras tiene un valor nacional es absolutamente esperanzador.
Es que “feminista” es casi una mala palabra.
-(Risas) Sí lo es, pero no hay que tenerles miedo a las palabras, ni a identificarse con un tipo de ideas que reivindican algún valor social. Yo me identifico como feminista. Me asumo como feminista como una actitud ante la vida, como partidaria de una idea de igualdad. Hay formas de feminismo donde se adaptan descripciones patriarcales de la mujer desde la dulzura, la nobleza, etc. y eso es tan falso como que somos imbéciles, malvadas… ni mejores ni peores, somos seres humanos, con los mismos vicios y virtudes.
Tratan de reivindicarnos desde una supuesta diferencia.
-Desde una diferencia marcada por el patriarcado. Son mujeres inventadas, que no existen. Las mujeres creadas por el patriarcado, con ideales tan inalcanzables como los de la Virgen María, no son una figura idónea para identificarnos.
Se nos cataloga entre lo negro y lo blanco, sin tonalidades.
-Es un mundo maniqueo. De este lado está todo lo bueno y de este todo lo malo. Pienso en un autor como Jung, me encanta la teoría del inconsciente colectivo, los arquetipos, y me parece que hay un fundamento razonable en las teoría de Jung pero nos sale con el anima y el animus, ahí se registró toda la misoginia de su momento. Lo que hay que hacer es tomar lo bueno de un autor y no aceptar lo inaceptable, eso es todo.
Sí, la mujer es bruja o hada, ángel o demonio, Penélope o Clitemnestra y a lo largo de la historia literaria podemos ver cómo el motivo se repite, los interiorizamos y reproducimos.
-Creo que siguen evidentes muchos estereotipos.
CON LA IGLESIA HEMOS DADO
“Mito, ciencia, religión y lenguaje, hilos todos de la red simbólica que nos enfrentan a una realidad mediatizada y tergiversada por ellos…”, dice en La mujer por la palabra. ¿Cuánto afecta a las mujeres que Costa Rica todavía no sea un Estado laico?
-Mucho. Porque la iglesia tiene una gran capacidad decisoria. Cómo se han opuesto a tantos derechos para las mujeres. Está bien que los sacerdotes y obispos se dirijan a su feligresía pero no imponernos a todas las personas lo que ellos hacen bajo un punto de vista determinado. Es tan evidente la exclusión de la iglesia de las mujeres que se niegan a aceptarlas en el sacerdocio.
Pienso en una obra como los Evangelios, que es un tesoro, donde Jesús de los evangelios es una figura compasiva que se identifica con los pobres, con los niños, que evita que lapiden a una mujer, que se relaciona con toda clase de gente; cómo esa figura no la ha mantenido vigente la iglesia.
Sería un Jesús hoy crucificado, irónicamente. Incluso les enseñaba a las mujeres.
-Tenía muchas seguidoras, tenía amigas, se cree que María Magdalena podría ser su esposa. Esta figura del Jesús de los evangelios es magnífica. Este Jesús de los evangelios estaría muy asustado con lo que ha hecho el Vaticano.
Bueno, es que la figura de Dios se moldea según la cultura, nosotros tenemos uno patriarcal.
-Claro.
Usted que cree qué hubiera sucedido si Marduk no hubiera derrotado a Tiamat, si Adán hubiera surgido de Eva (como es y era lo común míticamente hablando) o si Lilith hubiera sido declarada una diosa y no un demonio, en fin si Dios hubiera sido mujer.
-(Risas) Ese mito de Marduk y Tiamat Fromm lo estudia maravillosamente, es el simbolismo del fin de una cultura mucho más igualitaria y humana. El fin de una visión de mundo. La figura de Eva es diferente en un génesis al otro, pero la iglesia toma la versión que es nociva para las mujeres. El texto se retoma e interpreta de una manera favorable para el grupo dominante.
¿Qué pasaría si Dios fuera mujer o más bien bisexual o asexual?
-(Risas) Pensar en Dios en términos humanos no nos sirve. Debe ser no pensable en términos físicos porque está más allá. Entonces pensarlo antropomorfizado como lo hemos hecho no es una manera correcta de pensar a Dios y no ha ayudado tampoco a pensar la humanidad.
Es un gran trasmisor de ideología pensar a Dios en términos masculinos: es el hombre el que es la imagen de Dios, la mujer no, decían los padres de la iglesia.
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