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En un reciente comentario (Universidad, 23/1/2013), el filólogo Roy Alfaro Vargas demuestra cuán corta es la distancia que separa a un consumidor insatisfecho de un comentarista infundado, y qué fácil es recorrerla.
Sin dejar espacio a dudas, Alfaro demostró en su primer escrito (Universidad, 21/11/2012) que la lectura que hizo de mi libro Revolucionar el pasado tuvo como marcos de referencia fundamentales las telenovelas mexicanas, las “soap operas”, el Áncora de salvación, los planteamientos de Fukuyama y –una de las más graves omisiones en que incurrió Marx– el concepto de zombie como categoría teórica indispensable para el análisis del capitalismo.
Ahora Alfaro, en vez de quejarse de Revolucionar el pasado, como lo hizo en su primer escrito, se basa en mi libro para hacer afirmaciones infundadas acerca de la historiografía costarricense posterior a 1970.
Puesto que Alfaro no conoce dicha historiografía, excepto por la lectura que hizo de mi libro desde los marcos de referencia antes señalados, resulta inevitable que obvie las diferencias que separan a las distintas corrientes historiográficas que se han desarrollado en el país desde el último cuarto del siglo XX.
En tales circunstancias, no sorprende que Alfaro admita, con la inocencia del consumidor que compró un producto que no sabe para qué sirve, que él desconoce si lo que yo planteo en mi libro es o no es cierto. Precisamente, porque escribe sobre asuntos que no conoce, es que Alfaro afirma que Hayden White es uno de los teóricos de la historiografía costarricense.
De manera similar, Alfaro asocia la renovación historiográfica costarricense con las políticas neoliberales, sin detenerse en el pequeño detalle de que, entre el inicio de esa renovación y la puesta en práctica de tales políticas, median más de diez años.
Según Alfaro, quien tiende a equiparar el arismo con el “fascismo católico de algunos sectores del Opus Dei”, la historiografía costarricense está afiliada con ambas corrientes, pero en ningún momento identifica a los historiadores o a las obras que demostrarían la existencia de tal afiliación.
Todo análisis o debate historiográfico supone precisamente referir a hechos historiográficos, es decir, a autores, a obras y a resultados de investigación, a la cronología de su desarrollo, y a las afinidades que los acercan y a las diferencias que los separan.
Desprovisto de hechos, Alfaro compensa esa falta con especulaciones simplistas y superficialidades ideológicas que rápidamente culminan en descalificaciones fáciles, como la de acusar a toda la historiografía costarricense de presentar “cuentitos de hadas” (nótese, de nuevo, el marco de referencia que invoca) o de clasificar al suscrito en “la Derecha” (la mayúscula es de Alfaro, que así manifiesta su respeto por la derecha).
Sería conveniente que, antes de responder al presente artículo, Alfaro procure superar los marcos de referencia desde los que hace sus lecturas y empiece a acercarse a una historiografía que desconoce.
También es urgente que, dado que los dibujos animados no son la mejor fuente al respecto, Alfaro se informe mejor sobre los avestruces.
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