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“La historia de Pi” se llevó las estatuillas por mejor dirección, fotografía, efectos especiales y música.
Estos famosos galardones son los de la academia estadounidense, que por el predominio del país y su cine se les atribuye un significado mundial, sin obviar todo lo que dejan de lado, porque los que votan son los miles de miembros que trabajan en esa industria fílmica; mientras que los festivales son procesos diferentes, donde organizadores y jurado determinan los resultados.
Es un juego consabido de pose intelectual despotricar contra Hollywood y los óscares; sin embargo, ese lugar común se ha vuelto necio e ignora que, en el contexto político de Estados Unidos y sus guerras culturales y de clase, este sector representa tendencias críticas y renovadoras. En años anteriores fue evidente en las ceremonias y los premios el desafío con temas como el cambio climático, las guerras de la codicia, los derechos de las minorías étnicas y sexuales y los inmigrantes, y más.
El 2013 lo veo como el menos contundente y más deslucido de los últimos, con chistes anodinos y un homenaje aséptico, aunque a veces hermoso, al género musical, tan propio de ese mundo. No obstante, la sorpresiva intervención de Michelle Obama para la entrega de la estatuilla a la mejor producción (rodeada de uniformados en la Casa Blanca, en evidente alusión al tema de “Argo”), en diálogo con el travieso y liberal Jack Nicholson, recordó la constante actual (no es la época de John Wayne o Charlton Heston).
Hay que insistir, contrario al énfasis superficial, que todos los nominados son, de hecho, ganadores. Lo relevante no es quién o cuál ganó, sino el panorama de la producción y la proyección de las obras como testimonios de vida. Los premios se repartieron mucho, lo que atiza el interés del público.
“Argo”, sin la relevancia de las formidables historias de otros años (”Golpes del destino” o “Quisiera ser millonario”), disfruta de su acertada realización y ritmo cautivante (producción y guión adaptado). La tensa fuga de los rehenes se combina con miradas irónicas a Hollywood, más un patriotismo apenas diluido por la explicación inicial del conflicto con Irán. Lo mejor es su edición, también premiada (William Goldenberg asimismo hizo la de “La noche más oscura” —el affaire Bin Laden—, una narración semejante en forma y fondo, pero más atrevida en su revelación de la tortura como sistema).
Con cuatro estatuillas, “La historia de Pi” fue la más premiada. Además de reconocérsele el magnífico e inusual trabajo en fotografía y efectos especiales (categorías en las que siempre abunda la excelencia), se valoró su música cuya diversidad es el alma del filme. Y a un director, el taiwanés Ang Lee, cuyo talento y destreza proteicos reiteran su amor por personajes singulares, al margen de los sistemas; curiosos, rebeldes, como en “El secreto de la montaña”. Su filme es un canto ecuménico, cuajado de belleza y sabiduría, no solo en el relato del muchacho y el tigre que comparten destino en el bote a merced del mar, sino en los antecedentes familiares del chico.
Quentin Tarantino se atrevió con éxito en su homenaje al spaguetti western, “Django desencadenado”, un delirio de humor y violencia folletinesca, donde Cristopher Waltz pule un personaje terriblemente atractivo (acaso un Clint Eastwood en clave de humor), que francamente me alegra mucho que se llevara la estatuilla de actor secundario. Solo Wes Anderson, que por cierto se repite, fue aún más iconoclasta en el guión original con la nominada “Moonrise Kindom”.
Por otro lado, en “Django…” hay un subtexto de violento repudio al racismo que en “Lincoln” es lo que se rescata para la historia del gran Abraham, en un filme esmeradamente realizado (diseño de producción), como en todo lo que hace el maestro Steven Spielberg. Su visionaria lucha por la equiparación de derechos es aleccionadora, aunque esta versión larga, muy verbal, y tenebrosa como la época, resulta poco accesible para muchos y solo obtuvo 2 de 12 nominaciones. Mas, Daniel Day Lewis, consagrado como mejor actor, supo en la gala agradecerle a Lincoln su inspiración y darle al presidente el mérito histórico que se buscaba. Ambas no son casuales con Barak Obama al frente del Gobierno.
Con los desniveles propios del género, “Juegos del destino” se sirve de magníficos intérpretes para mantener el interés y tiene varios momentos notables por su buen humor, su dramatismo o su peculiaridad. La joven Jennifer Lawrence (que me recuerda a Beatrice Dalle/Betty Blue) resumió los méritos de esta comedia dramática con su galardón, que también merecían Naomi Watts (intensa y convincente en la notable “Lo imposible” y, por supuesto, Emanuelle Riva, pasmosa en “Amour”).
A la espectacular realización de “Los miserables”, Tom Hooper aportó constantes críticas sociales y revolucionarios juveniles. El filme, hermoso y lleno de patetismo, con desequilibrios en el canto, alzó vuelo desde los sucios arrabales parisinos con Anne Hathaway como Fantine, cuyo dolor atraviesa el alma, y la llevó a un merecido premio de actriz secundaria, al que se agregaron el de maquillaje y peinado y el de mezcla de Sonido (el premio de vestuario fue para “Anna Karenina”, rígida versión de Tolstoi). Que estas historias dejen de ser reales, pidió Anne, tan linda.
Dos trepidantes visiones del espionaje, a cual más ficticia quizá, “La noche más oscura” y “Skyfall”, compartieron edición de Sonido. El premio a la animación “Valiente” me complace por su énfasis en el tema de género, en la búsqueda de la verdad interior y por sus bellos paisajes naturales.
Fue conmovedor escuchar a la septuagenaria Dame Shelley Bassey (con Goldfinger) y a la obesa Adela cantar “Skyfall” (premiada) en el medio siglo de la saga James Bond. Los mejores chistes, para mí, fueron cuando de la adorada Meryl Streep se dijo que no hacía falta presentarla y de verdad solo apareció ella. Luego, cuando Daniel Day Lewis dijo que ella, aludiendo a su inmensa capacidad, había sido la primera opción de Spielberg como Lincoln… Y el más emotivo, creo, cuando Barbra Streisand cantó “The Way We Were” en homenaje al músico fallecido este año, Marvin Hamslich, en el siempre impresionante obituario.
El implacable Michael Haneke volvió a destacar con su magistral y minimalista “Amour”, un filme tan hermoso como desolador, un alarido silencioso por nuestra condición humana, premiado como mejor filme en lengua extranjera.
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