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Cabe destacar la pertinencia teórica del artículo “Darwinismo en transformación” del biólogo y antropólogo José Ml. Rodríguez Arce, publicado en el Semanario No.1978. Relevante, porque el análisis y la discusión del darwinismo es un ejercicio que contribuye con el acercamiento a la verdad objetiva sobre el estado actual del desarrollo de la contradicción entre dos concepciones de mundo: el “fuego eterno” heraclíteo que fluye constantemente (transformación) con arreglo a la ley natural o “Dao (Tao)” –“camino propio de las cosas”, según el filósofo antiguo chino Laozi- y el mundo estático (negación eleática del movimiento, las ideas o “eidos” platónicos –inmutables, perfectos e infinitos-, el “primer motor inmóvil” aristotélico y las “estrellas fijas” de Ptolomeo); en pocas palabras: la lucha histórica entre las corrientes filosóficas del materialismo e idealismo.
Socráticamente comencemos por los términos y sus conceptos. El colega Rodríguez podría inducir a confusión y error al lego en biología, cuando afirma que “la mayoría de biólogos ven la herencia en términos de genes y secuencias de ADN”, como si los genes no fuesen secuencias de ADN, fenómeno que sucede sólo cuando los genes son secuencias de ARN, como en algunos virus, que no son células. En concreto, hasta donde sabemos, no todas las secuencias de ADN estructuran genes (ej. los “intrones” en las células eucarióticas –con núcleo-), pero sí todos los genes adeénicos son estructuras secuenciales de ADN. Sólo queda preguntar, ¿cómo ve la herencia la minoría de biólogos? La respuesta, aunque difusa, se infiere de los “últimos hallazgos” citados en el artículo de marras.
El primer “hallazgo” tiene que ver con las preferencias naturalistas de “la mayoría de científicos sociales”, que no les seduce la versión de la teoría Darwiniana centrada en-el-gen (sic.), “pues parece tener poco que ofrecer”. A esto respondemos con dos razones: en primer lugar, a menudo las apariencias engañan y la ignorancia descalifica; después, los científicos sociales rigurosos, con sus complejos saberes, apenas tienen chance de voltear la mirada hacia las ciencias naturales cuyos descubrimientos pueden mejorar sus herramientas de trabajo y, por último, un día sí y el otro también, se maravillan con sus adelantos, específicamente con el desarrollo de la biología, y en especial con la teoría sintética de la evolución (TSE) o darwinismo-mendelianismo, cuyo substrato material y funcional es el gen o “factor de la herencia” según Méndel, o estructura funcional de la evolución de la vida, según la genética evolucionista. Claro, aunque sea parcialmente, no deja de tener razón el académico Rodríguez en dicho sentido, ya que el darwinismo de los últimos 50 años ha topado con contendores ideológicos que, desde posiciones religiosas fundamentalistas, han tratado incluso de prohibir su enseñanza escolar en países como Estados Unidos. Es de sospechar que detrás de los fundamentalistas habrá científicos sociales no “seducidos” por la teoría materialista y dialéctica de la evolución e incómodos por la “simpleza explicativa contemporánea” de los procesos adaptativos y de la psicología evolucionista, con la “carga restrictiva” que ésta conlleva a la hora de entender la relación entre la conducta humana y su genética evolutiva.
El segundo “descubrimiento” se relaciona con el “nuevo paradigma emergente” (sic.) que, según sus acólitos, hoy revoluciona el pensamiento sobre la herencia y la evolución centrado en el gen. Compartimos con Rodríguez el criterio sobre la naturaleza reduccionista, mecanicista y metodológicamente metafísica (positivista) del concepto “gen egoísta”, propio del ser humano pero “divorciado” de su cultura. Con la localización de dicho gen en el genoma humano y su inmediata extirpación a través de procedimientos eugenésicos sustentados en la ingeniería genética obtendríamos, por lo menos, dos resultados tangibles: 1- la reproducción in vitro del “Homo sapiens transgenicus”, lograda por escisión del segmento de ADN cuyas secuencias de nucleótidos corresponden al “gen egoísta” ubicado en ¿alguno? de nuestros cromosomas; y 2- la recomposición histórica de las relaciones hombre-hombre y hombre-naturaleza, con la armonía, la paz y la justicia derivadas de un humano “no egoísta” y programado biológicamente para ser feliz; en otras palabras, por fin tendríamos las llaves de un paraíso eugenésico donde la cultura sería confundida con el amor.
Queda pendiente para otra entrega la discusión –con título similar- del “paradigma” referido por el señor Rodríguez y sobre la integración del lamarckismo epigenético a la teoría sintética de la evolución.
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