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El gran escritor salvadoreño Manlio Argueta, autor de novelas como Un día en la vida, Caperucita en la zona roja, Cuscatlán, donde bate el mar del sur, así como varios libros de poesía, ha sido director fundador de la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) cuando estuvo exiliado en Costa Rica en los años 1970 y de la Biblioteca Nacional en El Salvador, tras su regreso a su tierra natal. Aquí nos presenta una aproximación personal a otro gran escritor centroamericano, el costarricense José León Sánchez.
Tengo una deuda de honor con el escritor al que me referiré en este trabajo. Conocí sobre su vida en 1973 al publicarse sus relatos autobiográficos en el periódico de mayor circulación en Costa Rica. Seis años después, lo llevé como mi colaborador por un año en la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA), donde tuve el cargo de Director por trece meses, y fui jefe de producción y editor por doce años, que alternaba con la cátedra en la Universidad de Costa Rica.
La historia de este escritor me parecía increíble, como que hubiese iniciado sus acciones delictivas a los tres años de edad; a los cuatro tuvo su primera fuga del hospicio; a los siete fue un experto carterista y a los doce “mi oficio era el de ladrón”, dice. Fue capturado varias veces al fugarse de los reformatorios donde perfeccionó sus métodos delincuenciales. Antes de veinte años tenía diecisiete intentos de fugas, dos de ellas logradas, una de ellas desde la isla prisión San Lucas asido a un madero, rodeado de tiburones.
Me refiero al escritor costarricense José León Sánchez, involucrado “en el peor crimen en la historia de Costa Rica”: participar en el frustrado robo de las joyas de la Virgen de los Ángeles, Cartago (1950), patrona venerada del país, por lo que recibe el calificativo, sesenta años después, de “monstruo de la Basílica”.
Cumplió treinta años de condena. Aún muestra las cicatrices de los grilletes en sus tobillos, y los rozones de balas producto de sus intentos de fuga. Luego de esos años de vida carcelaria fue cambiando, “me costó asimilar que me estaba haciendo bueno”, dice. En la cárcel aprendió a leer y escribir y comenzó a estudiar Derecho. De modo que cuando ningún abogado quiso hacerse cargo de las apelaciones, él mismo las presentó ante la Corte. Para lograr estos privilegios tuvo que esperar once años, al decretarse una reforma penitenciaria que le dio acceso a libros, a papel y a una máquina de escribir. También se le permitió participar en certámenes literarios. Sin padre, ni madre, ni parientes que lo reconocieran, los presidiarios hacían contribución para pagar el envío por correo.
La gran sorpresa la dio al ganar primer premio en un concurso de cuento. Fue sorprendente que el segundo lugar lo ganó un académico conocido como el “sabio Láscaris”, quien ostentaba varios doctorados. En el acto de premiación en el Teatro Nacional, uno de los jurados renunció, y se negaron a mencionar al ganador, dudaban que un delincuente estuviera por encima de una gran personalidad. Era una estafa más. Pero el académico Láscaris dio una lección al anunciar en la ceremonia que si no le daban el premio a Sánchez, él renunciaba al suyo; además pidió a sus estudiantes presentes que fueran a comprar un ramo de rosas para colocarlo sobre la silla vacía del triunfador. (Cuento aparte, y por esas casualidades de la vida también fui colaborador muy cercano del Dr. Láscaris en la Universidad de Costa Rica).
Después de estas historias me encontré con José León, ya en libertad, y reconocido como autor de la novela “La Isla de los Hombres Solos”, con una edición de 2.5 millones de ejemplares en México. Igual cantidad de lectores tuvo su novela “Tenochtitlán”, también en México, años después; además, con una edición de un millón de ejemplares en inglés y traducida a veinte idiomas. Ha publicado veintiocho libros y decenas de ensayos.
Tuvo que esperar sesenta años para que la Sala de lo Constitucional lo eximiera del delito sacrílego, y la iglesia católica le perdonó haberlo calificado de apóstata, perdón aún no aceptado por el pueblo, que lo sigue considerando el “monstruo de la Basílica”. Ahora tiene 85 años, sin que se le haya dado ningún reconocimiento oficial, pese a los ocho premios anuales que el Estado concede por su obra a los artistas costarricenses. Al escritor tico más universal nunca le llega la hora de ofrecerle el premio nacional.
A raíz de sus triunfos literarios fue apoyado por algunos expresidentes: Mario Echandi, Francisco Orlich; y Daniel Oduber antes de ser presidente. El presidente Figueres, en una de las fugas de José León, dio la orden de capturarlo “vivo o muerto”; pero reconoció su error una vez libre el escritor, y le gestionó una beca en la universidad de Berkeley, USA.
En Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) en Costa Rica: me presentó un plan ambicioso de distribución de libros. Me aclaró que él no era vendedor sino relacionista público. “No voy a vender diez o cien ejemplares, quiero cubrir San José y otras poblaciones, y todo al contado”. Yo solo le ofrecí un espacio de oficina, papelería y teléfono. Me dijo: “Quiero saber si me darás el mismo porcentaje que se da a las librerías”. Ante un inventario de libros sin salida, le respondí afirmativo.
Siempre he admirado la moderación emotiva de los ticos, pero mientras José León hacía su labor recibí la visita de amigos escritores consagrados, quienes me dijeron que estaba cometiendo un gran error al contratarlo: “Estás protegiendo al delincuente más abominable de Costa Rica”. No les creí, yo conocía la biografía del escritor Sánchez, desde niño de cuatro años viviendo en las alcantarillas. Y su plan de “deshacerse” del inventario, inamovible por mucho tiempo, me parecía locura, y más venderlos al contado; pero el plan del relacionista público era maestro y loco, y con un loco más resultaría exitoso.
Creó un Club de Lectores de EDUCA con una tarjeta plástica que permitía adquirir artículos a precios módicos a su poseedor. De ese modo se adelantó a su tiempo. Hablo de 1976. Los gastos de promoción y logística salían de sus porcentajes de venta. En un año terminamos las existencias. Cuando renuncié de EDUCA la dejé con gran superávit, éxito que permitió reeditar obras y crear la colección infantil “Cumiche”. Creí en José León porque creo en la literatura y en la reinserción humana de un escritor condenado a estar solo.
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