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Para el filósofo esloveno Slavoj Zizek, la creencia en un ser superior permite que cualquier acción sea justificada.
El mundo acababa de superar, ileso, la famosa profecía maya que anunciaba su fin. Cuando todo indicaba que no habría ningún viraje brusco, el pasado lunes 11 de febrero una noticia causó furor y revuelo: el papa Benedicto XVI abdicaba.
Desde 1415, ningún pontífice había renunciado. Según la tradición, la muerte de un papa abría un periodo de elección para su sucesor. Sin embargo, Joseph Ratzinger decidió retirarse, asegurándose una mención obligatoria en los libros de historia.
La figura, irreverente, crítica y aguda del filósofo esloveno Slavoj Zizek resulta clave para analizar el papel de la Iglesia Católica en la sociedad actual.
Zizek ha procurado reelaborar el postulado, comúnmente atribuido a Dostoyevski, que reza: si Dios no existe, todo está permitido. Así, se ha preocupado por la influencia de las religiones en el accionar de las personas.
Para el filósofo, las declaraciones y el accionar de muchos seguidores de distintas religiones demuestran justamente lo contrario. Zizek invierte la fórmula a: si Dios existe, todo está permitido. Así, a través de una creencia, se puede llegar a justificar lo que sea.
Los últimos acontecimientos acaecidos en la cúpula de la jerarquía católica brindan la oportunidad de inspeccionar las ideas de Zizek para comprender los alcances éticos de una religión; o, cómo más bien puede darse una “suspensión de la ética” con la religión.
En el cónclave se eligió al argentino Jorge Mario Bergoglio como el nuevo sumo pontífice de la Iglesia Católica. Siendo el primer latinoamericano en desempeñar el cargo, el papa Francisco genera muchas expectativas. Sus proclamas de una iglesia para los pobres abren el portillo a las esperanzas de muchos de un cambio en la estructura eclesiástica.
Tanto la abdicación como la elección han dejado ver que el pontificado es un puesto político. Más allá de cualquier creencia, la Iglesia es una institución con una organización propia. Se puede decir que representar “la voz de Dios” no significa hablar con ella.
Pero, al estar al frente de una religión, las posturas de un pontífice ante temas como la pedofilia en el clero, el matrimonio homosexual, el sacerdocio femenino y los métodos anticonceptivos tienen una gran incidencia en sus adeptos.
Las ideas de Zizek alimentan la reflexión y ayudan a ampliar la discusión acerca de las consecuencias en la sociedad contemporánea de la creencia en un ser superior. En el fondo, la pregunta fundamental se mantiene: ¿la religión le ayuda al ser humano a encontrarse consigo mismo o lo puede llevar a su destrucción?
FUMATA NEGRA
La discusión en torno a la existencia de Dios ha ocupado gran parte de la historia de la humanidad. Un punto importante en ella ha sido el papel de la libertad. ¿Cuáles son las consecuencias de una vida con o sin un ser superior?
El precio de una libertad absoluta acarrea grandes temores. Sin un Dios creador, los seres humanos podrían realizar las acciones más crueles al no tener ningún fin último. La promesa del cielo regularía, entonces, el comportamiento moral de hombres y mujeres.
En su libro Los Hermanos Karamazov, el escritor ruso Fyodor Dostoyevski escribió: “¿qué será del hombre entonces?, le pregunté, ¿sin un Dios y una vida inmortal? Si todas las cosas están permitidas, ¿ellos pueden hacer lo que quieran?”.
Bajo esta perspectiva, es necesaria la existencia de un ser superior para mantener un orden moral. Si Dios no existe, la humanidad empezaría a tener una vida hedonista en la que los placeres individuales prevalecerían sobre el bienestar colectivo.
Sin embargo, Slavoj Zizek invierte la idea central del texto de Dostoyevski y propone que “nada es más opresivo y regulado que ser un simple hedonista”. Una rápida mirada al paisaje moral actual evidencia que, en la mayoría de los casos, al no tener una autoridad externa, el comportamiento ateo/liberal se estanca en regulaciones de lo ‘políticamente correcto’.
Ante esto, el filósofo esloveno recuerda al psicoanalista Jacques Lacan, quien postuló que si Dios no existe, todo está prohibido. Para Zizek, en la sociedad contemporánea las personas ateas se obsesionan con la preocupación de que, en su búsqueda de placeres, vayan a violar el espacio de otros; así, regulan su comportamiento pensando que sus acciones pueden llegar a molestar a alguien más.
Este comportamiento con una fuerte tónica de autorrepresión, argumenta Zizek, se transforma en un “superego mucho más severo que la moralidad tradicional”. La comprensión de la ausencia de una autoridad moral divina cataliza la noción de responsabilidad que trae consigo la libertad absoluta.
En este punto, la propuesta de Zizek se torna problemática. Si una postura sin un dios se autorregula comprendiendo las consecuencias de una libertad total, ¿cómo el régimen comunista-stalinista pudo haber perpetuado tantos asesinatos masivos?
Para Zizek, los comunistas-stalinistas no se percibían a ellos mismos como individuos hedonistas abandonados en una libertad sin límites. En su lugar, se consideraban un instrumento del progreso histórico con la necesidad de llevar a la humanidad a una etapa elevada del comunismo. Por lo tanto, su comportamiento sí respondía a un dios: el régimen y el progreso histórico.
El caso del régimen stalinista es un ejemplo de cómo la figura de un dios puede utilizarse para justificar atrocidades. Zizek decide reelaborar el postulado, atribuido a Dostoyevski, de “si Dios no existe, todo está permitido”, reconfigura, también, el de Lacan y concluye que Si Dios existe, todo está permitido.
Las personas que se consideran instrumentos de la voluntad de Dios tendrán siempre una justificación para sus acciones. Evidentemente, son los fundamentalistas quienes detentan ‘el poder de la voluntad divina’ sin ningún reparo. Así, se está presente ante lo que el filósofo danés Søren Kierkegaard llamó “suspensión religiosa de la ética”.
Tener una causa para torturar o asesinar a otro ser humano convierte a la misma acción en trivial, le da sentido. Se necesita algún tipo de anestesia para perder la sensibilidad ante el sufrimiento de alguien más. Por esto, una causa sagrada es obligatoria: la responsabilidad recae en la voluntad divina que motiva la acción.
Zizek rastrea la fórmula fundamentalista de la suspensión religiosa de la ética en San Agustín, quien dijo: “Ama a Dios y haz lo que te plazca”. Para el filósofo esloveno, si se toma esta frase literalmente, se puede decir que hacer el mal es prueba de no amar a Dios; sin embargo, la ambigüedad persiste ya que no existe ninguna garantía, externa a cualquier creencia, de lo que realmente Dios quiere que una persona haga.
Entonces, como el mismo Zizek propone, “el peligro que siempre acecha es que se vaya a usar el amor de Dios como legitimación de las obras más horribles”.
Las acciones de los fundamentalistas religiosos no solamente necesitan de una causa divina para llevarse a cabo, sino que también necesitan de un enemigo. Tanto el stalisnismo como el nazismo utilizaban la figura del régimen como dios para ejercer su violencia y, también, satanizaban a sus oponentes, describiéndolos como una personificación de la corrupción y la decadencia.
El ‘demonizar’ a un adversario cumple una función clave: por ejemplo, les permitió a los Nazis justificar su accionar en contra de la población judía. Con un enemigo poderoso todo se permite ya que se vive en un estado permanente de emergencia.
La suspensión religiosa de la ética, entonces, tiene varios grados. El promover matanzas estaría asociado a una tendencia fundamentalista. Pero, denotar a un grupo de personas como ‘enemigos’ y promover políticas intolerantes hacía él puede darse en esferas más cotidianas.
El pronunciamiento de la Iglesia Católica respecto a algunos temas puede motivar la eclosión de perspectivas de odio. Muchos grupos se han sentido catalogados como enemigos de la cúpula eclesiástica.
Después de todo, Zizek acierta al señalar que no se sabe exactamente qué significa el amor de Dios en la práctica. La existencia de un ser superior puede ser la justificación para muchas acciones y declaraciones, favoreciendo que siga emanando humo negro de la chimenea de la ética.
UN CÓNCLAVE DE NO ACABAR
La elección de una papa latinoamericano despertó grandes expectativas en muchos sectores. Empero, este hecho se ha convertido en una cortina de humo que ha tapado discusiones críticas de mayor importancia.
La Iglesia mantiene una gran deuda en temas como el matrimonio homosexual, la pedofilia en el clero, el sacerdocio femenino y los métodos anticonceptivos. Una lectura zizekiana permite comprender los alcances de las posturas eclesiásticas.
El ‘representar’ la voz de Dios permite generar, sin ninguna objeción, ideas intolerantes que bloquean el entendimiento mutuo entre los seres humanos. Declaraciones que molestan a muchas minorías pueden resultar interiorizadas por muchos creyentes sólo al ser emitidas con ‘una causa sagrada’.
La sexualidad es un tema de choque entre la Iglesia y muchos grupos sociales. En muchos sectores católicos, la castidad se ha convertido en el escudo contra formas de sexualidad hedonistas por considerar que inducen a la depravación del espíritu. Ante esto, Zizek decide enfocar la atención en el vínculo entre estas proclamaciones y los casos de pedofilia en el clero.
El filósofo encuentra que la Iglesia ha utilizado su autoridad para encubrir muchos casos y evitar difamaciones de su nombre. Zizek señala: “lo que hace esta actitud de protección hacia los pedófilos tan repulsiva es que no es practicada por hedonistas permisivos, sino por la misma institución que se posiciona con el guardián moral de la sociedad”. Los casos de abusos infantiles son un ejemplo de cómo si Dios existe, todo está permitido.
Según Zizek, los casos de abusos por parte de curas a menores son un problema cuyo núcleo se encuentra en lo interno de la Iglesia. Son un producto de la organización institucional. Por lo tanto, los escándalos de pedofilia no son solamente aislados casos de sacerdotes, son un problema sistémico.
El hecho de que una institución encarne una autoridad divina implica, además, una autoridad simbólica. Para Zizek esta autoridad es fundamental para explicar la continuidad de una instancia religiosa. En el funcionamiento de un orden simbólico, la ‘máscara simbólica’ usada por el individuo que tiene el cargo de mayor rango importa más que la realidad directa de ese individuo.
Zizek propone que este tipo de funcionamiento simbólico involucra “una estructura de negación fetichista”. Un buen ejemplo de esto es cuando a pesar de conocer los antecedentes de corrupción de un juez, se le trata con respeto por su insignia, porque se considera que la Ley habla a través de él.
Así, el simbolismo valida la autenticidad de la autoridad divina del papa: ‘Dios habla cuando el papa lo hace’. Este simbolismo también puede ser transferido a los miembros de la Iglesia; así, como ha habido muchos casos, los niños víctimas de sacerdotes pedófilos no realizan ninguna denuncia porque creen que viven la voluntad de Dios.
La paradoja, señala Zizek, consiste en considerar a la creencia como una actitud reflexiva: no es sólo cuestión de creer, sino que se tiene que creer en la creencia como tal.
Incluso, se puede dar una actitud reflexiva negativa: no creer en las creencias propias. Como ejemplo, Zizek recuerda la anécdota de cuando, al atisbar una herradura en una puerta, un visitante de la casa de Niels Bohr le dijo que no creía en la superstición de que trajera suerte. Ante la reacción sorpresiva de su invitado, el físico danés respondió: “tampoco lo creo, pero me dijeron que funciona aún si uno no cree”.
El fenómeno de la creencia es el soporte de la suspensión religiosa de la ética. La responsabilidad de una persona al cometer un acto fundamentado en una causa sagrada se anula ya que es transferida a un fin superior.
Más allá del cristianismo católico, el peligro de las religiones radica en una falta pronunciada de criticidad por parte de los creyentes. No se promueve una consciencia del efecto que las acciones motivadas por razones religiosas pueden traer. El fundamentalismo gana terreno con la ausencia de discusión.
HUMO BLANCO
Las discusiones que se desprenden de las ideas de Slavoj Zizek no se centran en la existencia de un ser superior. Es decir, el filósofo no pretende dar una respuesta a si Dios existe o no. Más bien, pretende plantear interrogantes acerca de las consecuencias de creer o no en una divinidad.
El quid de la cuestión reside en la institucionalidad de la creencia. Muchas posturas y acciones de religiones no responden directamente a la fe en un Dios, responden a lineamientos establecidos por líderes que en algún momento respondieron a un periodo histórico y han continuado hasta nuestro tiempo.
Detrás de atribuir acciones a una causa sagrada se encuentra una autoridad simbólica, una autoridad que detenta el poder de Dios. Esta autoridad justifica, a la vez, las acciones y declaraciones que responden a una causa divina. Es decir, en la religión la creencia se une con la autoridad institucional.
La elección de un nuevo papa es una oportunidad para entrever las implicaciones del cargo. El vicario de Cristo posee un poder simbólico que puede romper cualquier frontera.
Aunque es poco probable una postura abierta, el nuevo pontífice se ha mostrado transgresor en muchos de sus gestos. El mismo Zizek diría que es tonto esperar, a corto plazo, una postura más progresista de la Iglesia Católica.
Tanto en el cristianismo como en otras religiones hay sectores fundamentalistas que harán cualquier cosa, sin importar la ruptura con los límites éticos más básicos, para llevar a cabo la voluntad de su Dios.
Si Dios existe, todo esta permitido, dice Zizek. Hay que preguntarse si en las religiones la concepción de Dios se construye tomando esto en cuenta mientras se moldea la imagen de la voluntad divina de acuerdo con los intereses de ciertos grupos para incidir en el accionar de los creyentes.
La mirada de Slavoj Zizek no parece puesta en la chimenea por donde sale el humo negro o blanco, sino en lo que lo causa.
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