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De transgénicos y otros demonios

El 25 de abril de 1953 se publica la estructura de la doble hélice del ADN; a partir de ahí se inicia el camino hacia las manipulaciones genéticas en laboratorios. En 1971 se crea la primera molécula de ADN recombinante y extrañamente ese mismo año nace CETUS, empresa biotecnológica orientada al uso de OGM. En 1983 se produce la primera planta transgénica, es decir, no presente en la naturaleza, y en 1994 se distribuye en los supermercados el FlavrSavr Tomato, primer alimento transgénico. En este punto se inicia un debate sobre el éticamente cuestionable hecho de violar la integridad de las especies que han habitado el planeta desde hace miles de años.

El 25 de abril de 1953 se publica la estructura de la doble hélice del ADN; a partir de ahí se inicia el camino hacia las manipulaciones genéticas en laboratorios. En 1971 se crea la primera molécula de ADN recombinante y extrañamente ese mismo año nace CETUS, empresa biotecnológica orientada al uso de OGM. En 1983 se produce la primera planta transgénica, es decir, no presente en la naturaleza, y en 1994 se distribuye en los supermercados el FlavrSavr Tomato, primer alimento transgénico. En este punto se inicia un debate sobre el éticamente cuestionable hecho de violar la integridad de las especies que han habitado el planeta desde hace miles de años.
 
Visto desde otro ángulo, la manipulación genética y el uso de OGM es una opción impuesta por intereses meramente comerciales, en donde el agricultor está obligado a hacer un “pacto con el diablo”, donde se genera una absoluta dependencia con la compañía productora de las semillas que a la vez SOLO pueden ser tratadas con productos químicos hechos a la medida y comercializados por la misma compañía. Esto hace que se genere una subordinación agrícola a los insumos producidos por dichas compañías y se pone en peligro la autonomía de los países para determinar su seguridad alimentaria y, por ende, sus sistemas productivos.
El sentimiento dicotómico que despierta este tema no puede entenderse fuera del contexto político-histórico en que nacen los OGM. Enunciados tales como revolución verde, erradicación del hambre, homogenización de la agricultura y disminución del uso de pesticidas, son los argumentos utilizados por las transnacionales para defender su comercialización. Sin embargo, si tomamos en cuenta lo anterior, el único beneficio real es para las compañías productoras de OGM, ya que ellas venden semillas que son dependientes en su totalidad de pesticidas producidos a la medida. De esto se puede inferir la creación de un biopoder que se está extendiendo a todo el planeta.
Para entender la etiología de este biopoder en la modernidad, tenemos que tener claro que el mismo se desarrolló bajo el lente reduccionista del desarrollo de la ciencia sobre la Naturaleza, en la que el científico queda desconectado de lo social debido a su perspectiva tecnocientífica. Ya Bacon escribió en el siglo XVII: el objetivo de la ciencia y la técnica es realizar todo aquello que es posible, ignorando lo social, o como dice Jacques Testart deja de lado los efectos socioculturales.
El actual rechazo a los transgénicos no debe enmarcarse dentro de una posición anticiencia y antiprogreso, al contrario, hay que incorporar a la comunidad científica al conjunto societal y preguntarnos ¿cuál es el tipo de ciencia que queremos? y ¿qué tipo de desarrollo es el que necesitamos que esa ciencia conlleve? Para el científico moderno será difícil romper este paradigma, ya que han sido condicionados para trabajar como autómatas, pero esto no quiere decir que sea imposible.
La tecnología transgénica utilizada para producir mayor cantidad de alimentos es innecesaria, ya que existen alternativas tradicionales adaptables que no representan peligros al ambiente y que además sirven para conservar la biodiversidad. Los OGM no son la solución para la hambruna a nivel mundial, como sus defensores lo proclaman. El problema del hambre es político y económico, donde la desigual distribución de los recursos es el tema principal.
Finalmente, no se puede dejar de lado el impacto que provocan los OGM en el ambiente, en donde cultivos naturales colindantes a sembradíos de transgénicos son contaminados a través de polinización directa o indirecta, con la consecuente demanda judicial por medio de la compañía dueña de la patente de la semilla. Un estudio realizado por la Agencia Ambiental Europea señaló que existe evidencia de flujo de genes trangénicos a plantas a más un kilómetro de distancia, siendo las más afectadas el maíz, la canola y la remolacha.
En Costa Rica la mitad de cantones se han declarado libres de OGM, un hecho significativo tomando en cuenta el bajo interés en temas ambientales de parte de la masa poblacional, y en una época postmoderna donde entender un poco de genética es hoy una condición indispensable para ejercer la ciudadanía.
La siembra de semillas genéticamente modificadas en Costa Rica, es un hecho que merece atención de parte de la ciudadanía, por eso es que lo invito a estar vigilante sobre este importante tema, que acaba de saltar en la palestra nacional.

  • Gustavo Alvarado Sabatini (Ambientalista)
  • Opinión
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