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Cierto día me venció el hambre y no pude resistir la tentación de comprar un combo en uno de los tantos restaurantes de comida rápida que aterran el paisaje de San José. Quedé extrañadísimo, cuando la muchacha que atendía me preguntó: ¿ Cómo desea su combo, con ensalada o patatas? Mi primera impresión fue responderle con otra pregunta: ¿Qué cosa, cómo dijo?… Ella apresurada con poca paciencia me volvió hacer la pregunta tal como la dije; por supuesto, no salía del asombro, pues sentía que la breve conversación, no parecía llevarse a cabo en San José; inmediatamente me transporté a Madrid o a Buenos Aires, donde cabría ese extraño término.
Ordené, pero mientras pagaba y esperaba, lo primero que pensaba era de quién sería la culpa de mancillar de ese modo nuestra querida lengua castellana a la tica. ¿Era la joven que atendía; o la compañía de comidas rápidas que ponía palabras en su boca? Era el tamaño de esta empresa quien a punta de procedimientos intentaba imponer un lenguaje universal. Cuando vi la caja que estaba delante de la señorita, vi la incómoda palabra en un hablador. Al menos me alegró que la cajera no tuviera que ver en tan grave deformación, si no que fuera el peso de la multinacional quién le obligara a usar la misma palabra que una colega en Madrid.
Podrán decir de mí que soy anticuado, conservador, pero al menos intento mantener la autenticidad, y ello me llevó a tomar una decisión acerca de estos lugares, que intentan hacerse universales a costilla de un lavado de cerebro a sus clientes. ¡Qué clase de bárbaros manejan dichas multinacionales!, ¡que tratan de hacer!, de estandarizar la lengua de Cervantes. Ya no es el pretexto que usaba con humor el Chavo del Ocho “por culpa de los energéticos”; hoy el pretexto es ahorrar costos, que si los habladores tienen la misma leyenda para todos los países se ahorra un dinero y se maximizan las ganancias, se disminuyen los gastos, se aumentan los márgenes. ¿Creen acaso haber descubierto el agua tibia; o, piensan que tienen la papa en la mano?
Harto estoy de ese discurso, que en aras de la globalización deberíamos aparejarnos todos, embrutecernos, seguir la moda y no cuestionar, de echar en el mismo saco: a los tontos con los corruptos, a los inteligentes, intelectuales, con los soeces. Una vez más ni el personaje más ilustre vale, se convierte en una presea, en algo a capturar, mientras este no acceda a homogenizarse, el ser humano es un número más, un dato más; la cultura no existe, a menos que sea la del consumo, que se pueda tomar parte de la cultura tradicional, para un fin manifiesto de incremento de ventas. Entonces la navidad se prostituye, el día del padre, el día de la madre, el día de San Valentín, y cualquier fecha o aniversario que pueda ponerse al servicio de los fines comerciales y económicos.
¿Existe la cultura costarricense?, ¿qué somos?, ¿qué aporte cultural le damos al mundo?, ¿qué significamos para el entorno latinoamericano; ¿qué tanto influimos en el entorno centroamericano?
Nuestros antepasados se ganaron el pan con el sudor de su frente: por originalidad, por su valentía, por ser impolutos. Eran verdaderos labriegos sencillos, que acogían a cualquier extranjero y que le daban su sonrisa franca sin condiciones; que le tendían la mano. Por ejemplo, si algún ciudadano nacional o extranjero, tenía un accidente, que hiciera peligrar la amputación de algún miembro, mediaba el sentido común, el valor de la solidaridad, el humanismo, antes de ponerle un signo de dólares o de euros en su cabeza.
Hoy en día no tenemos las convicciones, para inculcar valores a los jóvenes; no somos capaces de predicar con el ejemplo, aplaudimos en el fondo al corrupto que progresa. Al que sorprenden las autoridades, en lugar de alegrarnos, decimos la famosa frase ¡pobre diablo, lo agarraron! Tampoco somos capaces de convencer a nuestros jóvenes de usar el vos en lugar del tú, de mantener nuestro lenguaje y que dejen de agregarle a nuestro idioma anglicismos que nos ponen de cara a un mundo artificial.
Trataré de poner mi granito de arena, intentaré enarbolar nuestra bandera donde el escudo parece estar lleno de polvo. Mientras que mi fuerza voluntad me lo permita, no volveré si quiera a entrar en ese restaurante, así fuese para compartir un inocente café con algún amigo. Me iré a comer ese pollito rico en cualquier lugar de Costa Rica, donde me permitan comérmelo con sus ricas papas.
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