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A más derroche, menos eficiencia

Dentro del contexto de las propuestas sugeridas por la denominada “Comisión:de Notables”, para fortalecer la funcionalidad y calidad de la democracia costarricense, surgen temas contradictorios o de opciones polares, lo que permite abrir la polémica nacional sobre la reestructuración de la administración pública, pero, por el infecundo y gravoso mantenimiento de la élite política, no es pecado reavivar y cuestionar someramente la sugerencia que pretende  aumentar el número de diputados, dejando,  para los denominados politólogos, las propuestas de la elección repetitiva de tales representantes del pueblo y la del quitar a estos por referendo.

Dentro del contexto de las propuestas sugeridas por la denominada “Comisión:de Notables”, para fortalecer la funcionalidad y calidad de la democracia costarricense, surgen temas contradictorios o de opciones polares, lo que permite abrir la polémica nacional sobre la reestructuración de la administración pública, pero, por el infecundo y gravoso mantenimiento de la élite política, no es pecado reavivar y cuestionar someramente la sugerencia que pretende  aumentar el número de diputados, dejando,  para los denominados politólogos, las propuestas de la elección repetitiva de tales representantes del pueblo y la del quitar a estos por referendo.
 
La separación conceptual, cada vez más acentuada, que existe entre representados y representantes da pie para vaticinar la renovación o revitalización del Tribunal Supremo de Elecciones en el corto plazo. Plantear variantes en cuanto al número de diputados es un entrar al tema de la Representación Política, principio fundamental de la Teoría del Derecho Parlamentario. Con ésta se demuestra que más relevante que la cantidad de diputados es el compromiso de cada uno de ellos de servir y de velar por los genuinos intereses de la nación,  por encima de compromisos sectoriales o aldeanos, y que, mucho más allá de numeritos, es esencial la probidad con que se ejerza la representación parlamentaria. El rechazo exponencial de parte de los representados por sus representantes, al amamantarse estos de las gollerías anexas a los desprestigiados puestos de nuestro régimen electoral, implica el deterioro de la democracia, dado que los representados perciben que el gobierno se está convirtiendo en la posada de los arbitristas, de los autómatas con su voto comprometido de antemano sin saber para, por qué, ni por quién, y de los arribistas quienes por sus ambiciones, no pocas veces de toda una vida, se inmolarían aferrados a sus privilegios alcanzados, que, para sus adentros, siempre serán escasos comparándolos con las suculentas prerrogativas patrimoniales de la flor y nata que urde la política local. Porque, ¡qué duda cabe!, en la práctica los diputados a la hora de tomar una decisión categórica frente a una alternativa conflictiva votan, casi sin excepciones, en el sentido que les señalan sus jefes de fracción y a estos los dirigentes de sus partidos.
Sin demeritar que podría resultar más justo y equitativo, si el objetivo es promover las corrientes de opinión, escuchar las diversas tendencias ideológicas, privilegiar el debate metapolítico y evitar las distorsiones y los excesos de un sistema mayoritario puro, lo real es que el aumento del número de diputados promovería la partidocracia, dificultaría la formación de mayorías, obligaría a las eternas deliberaciones de los  movimientos de coalición, trastrocaría la proporcionalidad en inestabilidad, conllevaría a que los partidos sean menos selectivos en sus listas de candidatos, acrecentaría las prácticas clientelares que perjudican la gobernabilidad, y favorecería la proliferación y catapulta de las cúpulas dirigenciales de los partidos minoritarios hacia el Congreso. Como aclaración resulta imprescindible acotar que en la partidocracia las decisiones las toman la casta dirigente en detrimento del libre pensamiento de los miembros del Congreso y de su servir a la nación, y hasta puede operar al margen del control constitucional.
Si como paisanos de a pie descalzo consideramos excesivo los 57 diputados actuales al percibir que tal cantidad afecta la calidad, que las grandes transformaciones jurídicas, políticas, económicas y sociales, se bloquean mediante tácticas dilatorias, que su eficiencia es deplorable, que el debate responsable y la verdadera concertación son camelos, y que a manos atadas y amordazados debemos tragarnos la consolidación de mayorías integradas por minorías sin cohesión, la conclusión es que a menor tamaño de la Asamblea, mayor es el trabajo integral, más ricos los beneficios, y mejor la organización, el funcionamiento y la eficiencia. Además, los tiempos exigen que las instituciones públicas rechacen los despilfarros y amengüen sus gastos al mínimo posible.
             

  • Ricardo Aguilar Lara (Catedrático UCR Pensionado)
  • Opinión
Democracy
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