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Orozco es muchos

Justo Orozco es un pozo oscuro de cerrazón fundamentalista. Como entelequia sin fisuras, se ubica más allá de todo discurso político racional. Esto, si bien no le resta responsabilidad moral, sí lo coloca en un mundo virginal de verdades eternas del que nadie podría sacarlo. De nada valdría sentarse con él a explicarle que la Revelación no es una lata de conservas empacada al vacío, impermeable al contacto de toda realidad socio-histórica, y que la Palabra debe ser interpretada (e interpelada) sin temores por los hombres y las mujeres concretos a la luz de los Signos de los Tiempos, los cuales son siempre cambiantes. En su mundo amenazante de Levíticos y Apocalípticos esto hace cortocircuito.

Justo Orozco es un pozo oscuro de cerrazón fundamentalista. Como entelequia sin fisuras, se ubica más allá de todo discurso político racional. Esto, si bien no le resta responsabilidad moral, sí lo coloca en un mundo virginal de verdades eternas del que nadie podría sacarlo. De nada valdría sentarse con él a explicarle que la Revelación no es una lata de conservas empacada al vacío, impermeable al contacto de toda realidad socio-histórica, y que la Palabra debe ser interpretada (e interpelada) sin temores por los hombres y las mujeres concretos a la luz de los Signos de los Tiempos, los cuales son siempre cambiantes. En su mundo amenazante de Levíticos y Apocalípticos esto hace cortocircuito.
Nos equivocamos, sin embargo, cuando reducimos a Orozco a un monstruo ajeno y tramontano, ignorando que se trata de la expresión hiperbólica de una extendida, quizás mayoritaria, sensibilidad política. Cuando el diputado de marras “argumenta” que más del noventa por ciento de los costarricenses respaldan sus ideas, que sus enemigos no son más que una ‘minoría caprichosa’ que busca tiranizar a una mayoría piadosa y decente, no hace otra cosa que verter la sustancia de uno de los más comunes expedientes argumentativos con que en Costa Rica solemos enfrentar los dilemas públicos.Apelar a la fuerza inapelable de las mayorías para sustentar decisiones no es algo infrecuente en nuestro medio; los que así discurren, sostienen que lo que gusta a la mayoría es automáticamente lo que “debe ser”, falacia cuasi-naturalista que expresa cabalmente nuestra subdesarrollada y deficiente cultura liberal-republicana. Aquí la idea de fondo es que la legitimidad de la democracia descansa, en último término, en el criterio de “los más”, sin importar el sentir, la protesta y los intereses individuales. Así, no se tiene en cuenta que el onus probandi de la empresa política pesa del lado de los que dicen encarnar los ‘intereses colectivos’ y ser la voz del ‘sentir mayoritario’. El peligro que conlleva postular instancias últimas e incorregibles de este talante, es desembocar en la tiranía en democracia, problema sobre el que el pensamiento liberal ha llamado adecuadamente la atención.
Los costarricenses somos idiosincráticamente gregarios, de ahí que fútbol, sectarismo religioso y política electorera operen por lo general en un mismo registro formal; la razón, pensamos, le asiste a quien más adeptos aglutina, a quien se impone y grita más fuerte en la cancha, en el mercado religioso o en la plaza pública. Ciertamente en un régimen democrático liberal el ámbito de acción de los individuos tendrá siempre límites, pero tales límites responden a la lógica interna de la organización republicana de la existencia, es decir, no vienen impuestos desde afuera por tradición, libro sagrado u otra instancia de carácter metafísico. Estos límites son, a su vez, históricos y por tanto móviles, nunca fijados de una vez para siempre.
Es fácil burlarse de Justo Orozco y convertirlo en el chivo expiatorio de un justificado malestar social, pero el discurso orozquiano es solamente la expresión folclórica y desembozada (he ahí su gran mérito) de los teoremas básicos de nuestra cultura política. Hasta que los costarricenses no logremos ser capaces de digerir la idea de que las mayorías muy a menudo se equivocan, y que el aplauso y la ovación nunca pueden constituir razón política  −máxime porque las personas solemos aplaudir a menudo a la persona equivocada y por motivos igualmente errados –, no estaremos en capacidad de avanzar hacia una cultura republicana y ciudadana adulta. Que la rechifla o el aplauso fácil se queden en el lugar donde únicamente pueden resultar tolerables: en las graderías de los estadios de fútbol.

  • Iván Villalobos Alpízar (Filósofo)
  • Opinión
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