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El darwinismo también es lamarckismo

Ofrecemos al lector la segunda parte del artículo “Darwinismo es transformación”, publicado en el Semanario No.1983, que introduce un esfuerzo de análisis crítico al artículo de Rodríguez Arce, “Darwinismo en transformación”,  aparecido en el No. 1978. Aquí trataremos de demostrar la integración necesaria del lamarckismo epigenético al marco de la teoría sintética de la evolución (TSE), en vez de andar buscando nuevos “paradigmas”.

Ofrecemos al lector la segunda parte del artículo “Darwinismo es transformación”, publicado en el Semanario No.1983, que introduce un esfuerzo de análisis crítico al artículo de Rodríguez Arce, “Darwinismo en transformación”,  aparecido en el No. 1978. Aquí trataremos de demostrar la integración necesaria del lamarckismo epigenético al marco de la teoría sintética de la evolución (TSE), en vez de andar buscando nuevos “paradigmas”.
Con relación a las cuatro proposiciones que las biólogas evolucionistas Jablonka y Lamb plantean sobre la “teoría evolutiva extendida”, entendemos que las dos primeras no son tan nuevas, puesto que ya Méndel (2ª. mitad del s. XIX) comprendía que en la herencia hay más que los factores hereditarios (genes), lo cual se hacía evidente cuando los cruces que practicaba en plantas trascendían los resultados cuantitativos de las leyes de la segregación de caracteres (fenotipo) descubiertas por él. En la medida en que aumentaban los cruces generacionales (hibridación) crecía la variabilidad genética y la holística del proceso hereditario se complicaba. La genética actual descifra los mecanismos más complejos de la herencia a partir del estudio de los procesos mutacional y de variabilidad no mutacional (motores de la evolución) en su nivel molecular.
Las proposiciones 3 y 4 están concatenadas, tanto semántica como metodológicamente, con la dirección contraria del proceso hereditario hasta ahora mejor conocido y con su manifestación evolutiva a través de la selección natural o ético-científica (artificial), cuyo estudio con fines terapéuticos se conoce desde hace casi medio siglo con el término “epigenética”; aunque su autor, Conrad Waddington, limitaba dicho saber a las interrelaciones entre los genes y sus productos que se expresan en el fenotipo del organismo vivo (epigenome.eu/es/1,1,0; 28-2-2013). Como vemos, acorde con el “principio de correspondencia” de Niels Bohr, en tan solo medio siglo el concepto y contenido de la epigenética se han enriquecido a tal punto, que muchos teóricos le denominan “nueva genética evolutiva”. Como campo teórico y experimental centrado primordialmente en el ser humano, consideramos que la epigenética no constituye un “nuevo paradigma evolutivo”, sino más bien conforma un nuevo ciclo en la espiral del desarrollo de la teoría sintética de la evolución de la materia viva, fundamentada experimentalmente en la genética darwiniana, que amplía el modelo de la herencia y la variabilidad evolutivas e incluye en su seno las etapas previas.
Tampoco es cierto –si por “nuevo paradigma emergente” se entiende lo que teóricos evolucionistas alemanes vienen desarrollando sobre el tema en los últimos años− que la epigenética como campo trans y multidisciplinario del saber biosocial apenas se moldea desde su base teórica. La fundamentación filosófica de la epigenética y el análisis del proceso factible de su realización material, de no mediar evidencias que demuestren lo contrario, fueron temas discutidos en mi tesis doctoral titulada “La reproducción humana en la revolución científico-técnica” (Universidad Estatal de Kiev, Ucrania, 1989), la cual, revisada y actualizada, se ha venido publicando en las revistas “Espiga” de la UNED y “Comunicación” del ITCR. (Ver “Revista Comunicación”, volumen 17, año 29, No.2, agosto-diciembre 2008, págs. 66-67). Aquí no aparece el término “epigenética”, sino su transcripción del idioma ruso –“eufenesia”, pues en ese entonces, 2006-7, las voces del oráculo aún no anunciaban la novedad del término en su concepto actual. Además, en el párrafo 4 de la pág. 67, al inicio, en lugar de “eufenesia” se lee “eugenesia”, lo cual resultó ser un error de corrección que en su momento solicité solventar.
Es justo reconocer en Lamarck sus atisbos evolucionistas y aceptar que se adelantó a su tiempo en 200 años. Nuestra propuesta teórica sobre la epigenética se identifica con el lamarckismo por su forma, aunque se diferencia en su contenido metodológico, ya que la nueva etapa lamarckista de la teoría darwiniana de la evolución (la epigenética), rompe con el mecanicismo que caracterizaba a la ciencia del siglo XVIII y asume la dialéctica materialista de la ciencia actual. Así pues, afirmamos: la epigenética no es sólo el estudio de la variabilidad hereditaria de los organismos sin alteración de las secuencias nucleotídicas en el ADN (genes), sino que además es el estudio de la fijación de los cambios del fenotipo inducidos por el medio ambiente en el genotipo; es decir, el motor de la evolución –la mutación y la variabilidad no mutacional –activado en sentido contrario, desde fuera, desde las necesidades fenotípicas, proceso que completa el enlace dialéctico entre el genotipo y el fenotipo, tanto humanos como de cualquier otra especie viva.
Y si de “construir una enriquecida y más sofisticada –de pronto más sofista- teoría de la evolución” se trata, don José Manuel, no consideramos cierta la necesidad de “adoptar una perspectiva cuatridimensional” en dicho sentido, porque alguien podría entonces defender lo mismo desde muchas más dimensiones y así, como diría Cratilo, haciendo alarde de relativista: nadie podría bañarse en el río.

  • Tito Méndez (Profesor)
  • Opinión
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