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Podría decirse que la mujer se mitifica con más facilidad porque tiene la capacidad de crear la vida. Mientras que el hombre la procrea. Por eso la tierra es madre –la Pacha Mama de los Incas–. Y en la Iglesia Católica se rinde más culto y veneración a María la Madre que al mismo Jesús, el Hijo de Dios; manifestación suprema del Padre: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre, porque el Padre y yo uno somos”. Por ello, y con razón, la teología feminista reivindica la imagen del rostro materno de Dios.
En el mundo de la política y de la épica también la figura femenina es mítica. Ahí están las heroínas como Cleopatra, Juana de Arco y Evita Perón. El difunto presidente Hugo Chávez hoy ha sido elevado a la condición de “padre redentor” de la patria. Por ello, es y seguirá siendo −y haciendo− historia. ¿Por qué no también parte de una historia mítica?
Hay una sola historia. Pero, las religiones y la cultura popular interpretan simbólicamente aquellos hechos o acciones humanas extraordinarias, como si fuesen parte de una historia sagrada o salvífica. Efectivamente, se le otorga un significado sagrado a la única historia que hacen los seres humanos. De esta manera, seres históricos, por sus gestas heroicas y libertarias en defensa del derecho a la vida de los empobrecidos y excluidos, son “canonizados” por el pueblo. Siempre ha habido santos y santas laicos (as), es decir, populares. Hugo Chávez es hoy parte del santoral del pueblo venezolano, y de otros pueblos que le reconocen sus gestos de solidaridad, en una época donde ha campeado el más acérrimo individualismo, competitivo y antisolidario.
Se puede diferir de las ideas y las acciones del presidente “santificado”, pero no desconocer el hecho objetivo: un amplio sector del pueblo decidió elevarlo a los “altares”, y asignarle un lugar preferencial en la historia social y política de su país. Más aún, se le reconoce, como suele suceder con esos líderes que marcan la historia en un antes y un después, haber sacado de la miseria y la pobreza a millones de venezolanos, como la mujer que testificaba, con mucha emoción y gratitud, poder contar hoy con una casa y un trabajo digno, gracias a la “revolución bonita” del comandante presidente Chávez.
Escuchar a una mujer hablar de una “revolución bonita” con lágrimas en los ojos, en este siglo XXI de la crisis y del desencanto con un modelo de globalización “sin alma” –calificativo utilizado por la exdefensora de los habitantes doña Lisbeth Quesada, para referirse al TLC con EEUU.–, es un signo esperanzador.
Hugo Chávez es historia y mito. Su revolución bolivariana será juzgada con el paso del tiempo. Por ahora, en mi caso, me quedo con eso de la “revolución bonita”.
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