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Internos Universitarios y CCSS

El día 3 de marzo de este año iniciamos la guardia en emergencias del Hospital Calderón Guardia a las 4 p.m. como de costumbre y sin necesidad de marcar tarjeta. El paciente, un hombre joven con un diagnóstico incierto, a pesar de la atención que los médicos que terminaban su jornada con dedicación le habían brindado. El diagnóstico se había retrasado porque no se tenía el reporte de la tomoangiografía pulmonar computarizada, pues los radiólogos (encargados de interpretar dicho examen) tenían que evaluar otra gran cantidad de estudios. Es reiterativo enfatizar que el número de pacientes frecuentemente sobrepasa la capacidad humana para dar la atención expedita que ameritan los asegurados.

El día 3 de marzo de este año iniciamos la guardia en emergencias del Hospital Calderón Guardia a las 4 p.m. como de costumbre y sin necesidad de marcar tarjeta. El paciente, un hombre joven con un diagnóstico incierto, a pesar de la atención que los médicos que terminaban su jornada con dedicación le habían brindado. El diagnóstico se había retrasado porque no se tenía el reporte de la tomoangiografía pulmonar computarizada, pues los radiólogos (encargados de interpretar dicho examen) tenían que evaluar otra gran cantidad de estudios. Es reiterativo enfatizar que el número de pacientes frecuentemente sobrepasa la capacidad humana para dar la atención expedita que ameritan los asegurados.
Nos dirigimos a la médica interna o estudiante de último año de la carrera de medicina para que acudiera al servicio de radiología (que se encuentra distante del servicio de emergencias) y buscara el reporte del examen en cuestión. Luego de algunas horas de ir y venir con el expediente, de emergencias a radiología y viceversa, la médica interna por fin obtuvo el resultado: tromboembolismo pulmonar, una condición potencialmente letal. Por supuesto el diagnóstico se aclaró y con ello se  inició el tratamiento pertinente.
“Doctora”, le dije, “usted salvó al paciente”. “Pero ¿cómo? Lo único que hice fue insistir en el reporte del estudio”, respondió.
No fue cualquier cosa lo que hizo la médica interna por el paciente. Sin su trabajo quizás el paciente hubiese fallecido. No es poco lo que hacen los médicos internos universitarios todos los días, incluyendo sábados, domingos y feriados, durante veinticuatro horas: glicemias, electrocardiogramas, hemocultivos, historias clínicas, actualizaciones del expediente clínico, suturas, búsqueda de exámenes, trámites de interconsulta entre las diferentes especialidades y otras labores que en este contexto no alcanzarían para ser enumeradas.
Pero Andrey Quesada, asesor jurídico de la CCSS asegura que para la institución no son indispensables los servicios que prestan los estudiantes de ciencias de la salud en sus hospitales (Semanario Universidad, 6 de febrero de 2013). No lo culpo de su ignorancia, ya que sus declaraciones fueron basadas, según lo que afirma, en información brindada por el Centro de Desarrollo Estratégico e Información en Salud y Seguridad Social (CENDEISSS). Los jerarcas de este órgano subordinado a la CCSS son en su mayoría médicos, pero al tenor de lo declarado por el señor Quesada, pareciera que nunca fueron internos.
El internado universitario es la última etapa en el aprendizaje del médico. Es en este momento cuando, supervisados por médicos graduados, sean generales, residentes o especialistas, adquieren las habilidades primordiales para ejercer su profesión. El médico interno es una pieza fundamental para la prestación de servicios en los hospitales de mayor complejidad.
La posición de la CCSS y del CENDEISSS minimizando la importancia del médico interno, atenta contra el que debería ser su primordial objetivo: la búsqueda del mayor bienestar de sus asegurados.

  • Ricardo Ferrandino Tacsan (Médico)
  • Opinión
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