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El sociólogo francés, Jean-Claude Kaufmann, especialista en relaciones de pareja y vida contemporánea, analiza en su libro [email protected], de la editorial Pasos Perdidos, la nueva gama de vínculos que la comunicación por Internet ha introducido en la sociedad actual.
Actualmente, las webs de encuentros siguen multiplicándose de forma vertiginosa, generando beneficios considerables, a pesar de la creciente rivalidad ejercida por las webs gratuitas y de la irrupción de una nueva tendencia: las webs especializadas (en función de la raza, la religión, la profesión, los intereses comunes, etc.), que congregan a un tipo de usuario específico. La rivalidad también procede de las redes de mensajería y de los blogs, que favorecen el libre intercambio de información y permiten bucear en la intimidad de los demás.Por lo tanto, es indudable que el futuro no tendrá nada que ver con lo que hoy aparece ante nuestros ojos. Pero, sean cuales fueren las innovaciones por venir, lo importante es que, en muy poco tiempo, el encuentro mediante pantalla interpuesta no solo se ha propagado, sino que también se ha convertido en algo trivial. El proceso de trivialización fue analizado por Robert Brym y Rhonda Lenton, que señalaron que las visitas a las webs se extienden como una mancha de aceite, por el inevitable boca a boca que se produce dentro de las redes de contactos. Cada nuevo usuario abandona inmediatamente sus reservas y no tarda en convencer a nuevos amigos para que se unan al «club». El encuentro a través de Internet, cuya imagen no era mucho mejor que la de las agencias matrimoniales, se ha convertido en pocos años en un medio corriente y legítimo de buscar el alma gemela. Y muy pronto −lo veremos en este libro− se convertirá en un medio corriente y legítimo de establecer relaciones sexuales ocasionales, alejado de todo proyecto que implique compromiso matrimonial. Un medio «normal». O, mejor aún, una «tendencia», precisamente todo lo contrario de lo que sucede con las agencias matrimoniales. La clientela de estas últimas es más bien tradicional, rural y de edad madura; la agencia supone el último recurso para escapar del celibato. Los usuarios de las webs de encuentros, por el contrario, son jóvenes urbanitas, con estudios, que valoran su tiempo libre y disfrutan de una intensa vida social. Tienen una mentalidad abierta al cambio y −en mayor medida que el público que recurre a las agencias matrimoniales− defienden los derechos de las mujeres y se muestran más sensibles ante la discriminación contra los homosexuales. No son los solitarios desesperados que a veces uno tiende a imaginar. De hecho, esta es la otra razón que explica la rápida trivialización de los encuentros on-line: que se han impuesto a partir de un modelo de juventud y de modernidad. La trivialización ha sido tan natural que confiere a esta revolución un aspecto de mutación tranquila, esencialmente tecnológica, alejada de la «vida real», que permanecería inalterable. Sin embargo, el cambio ha sido mucho más radical: Internet nos sitúa en una época muy diferente del encuentro. Fácil y excitante, pero también cargada de trampas que podrían hacer del amor algo aún más improbable.
El hipermercado del deseo
Pese a mostrar ciertas vacilaciones al principio, las mujeres también han acabado por asaltar la red. ¿Cómo resistirse? Porque, en adelante, bastará con un clic para ver desfilar hombres y más hombres, cientos de ellos, sonrientes, amables, disponibles, que exhiben su atractiva masculinidad, tensando los músculos en bañador o subidos en sus motos luciendo orgullosamente sus cazadoras de cuero. Basta con un clic para poder elegir. Es la bienvenida a una ilusión consumista que permite creer que se puede elegir a un hombre (o a una mujer) como quien elige un queso en el supermercado. Pero el amor no funciona así, no puede ser entendido en términos de consumo, lo cual constituye, sin duda, una buena noticia. La diferencia entre un queso y un hombre es que el segundo no puede ser incorporado a una vida sin que esta cambie de alguna manera. Por el contrario, el hombre lo pondrá todo patas arriba y la mujer ya nunca será como antes; ni él tampoco, desde luego. El encuentro amoroso precipita la metamorfosis de las dos identidades, lo cual resulta irresistiblemente atractivo por una parte, pero, por otra, provoca pánico. Internet produce la impresión opuesta. Tranquilamente instalado en casa, en zapatillas, sin afeitar o sin maquillar (siempre que no haya una webcam de por medio), el contacto a distancia ofrece, ante todo, una comodidad extraordinaria. Con un clic te conectas y con otro te desconectas. Con un clic realzas un «perfil », y con otro cierras la página. Con un clic envías un correo electrónico y, si no cliqueas, dejas de responder a otro. Armado con su ratón, el individuo imagina ser el amo absoluto de sus conexiones sociales. No sabe que ha puesto el dedo en un engranaje del que no saldrá indemne. Los inicios son muy excitantes. Todos los obstáculos habituales parecen haberse esfumado, un mundo infinito de posibilidades se abre ante él, como si fuesen otras tantas golosinas que se le ofrecen a discreción en una especie de Isla Encantada; el internauta se convierte en un Pinocho deslumbrado. Sin embargo, las dificultades no tardan en aparecer. En primer lugar, las referidas a los métodos de búsqueda. En la web se pueden encontrar técnicas muy eficaces para el aprendizaje de los neófitos. Pero aún queda una cuestión por resolver: ¿qué pasa con el amor? ¿Es el alma gemela, de un modo u otro, una emanación del Destino, que genera desde el primer momento ese +feeling, o, mejor aún, ese «destello», como prueba de que hemos encontrado, por fin, a la persona que el Amor nos tenía reservada? Paradójicamente, Internet reaviva la idea de que «estaba escrito en alguna parte». Jennifer, alias Cenicienta69 (nacida en 1969), reflexiona en voz alta, en su blog: «Os anuncio que estamos en el año 0 del Amor, el Grandioso, el Verdadero. No podía haber funcionado antes. Siempre estábamos esperando a nuestro príncipe, pero la espera podía haber sido interminable, porque el pobre no sabía que lo buscábamos. Hoy cuelgas tu perfil en la red y todo el mundo se entera. Si está escrito en algún lugar que tienes que conocerle, ya no hay excusa que valga, la cosa no puede fallar. Solo hay que buscar un poco». En la antigua sociedad, la anterior a Internet, en el siglo XX, el 72% de los encuentros se producía dentro del grupo de los más allegados: en los centros de estudios o de trabajo, en el círculo familiar o en el de las amistades. En este sentido, Internet supone una auténtica ruptura, ya que ofrece la posibilidad de entrar en contacto con desconocidos muy fácilmente. Para algunos solteros que viven lejos de los grandes centros urbanos, o para gente marginada por una u otra razón, representa un instrumento inesperado y verdaderamente mágico que les ayuda a salir de su aislamiento. La red cuenta ya con sus leyendas maravillosas, como esa de los minusválidos que jamás se habrían conocido de no ser por ella.
Pero releed bien lo que nos dice Cenicienta69. A pesar de que confía en su futuro amoroso, termina diciendo: «solo hay que buscar un poco». El destino necesita que le den un empujoncito. Internet únicamente resulta eficaz si se utiliza de forma activa. Ahora bien, la cosa se pone fea precisamente cuando empiezas a buscar. El cambio es espectacular: aquello que había provocado tanta excitación (la superabundancia) ahora produce fatiga mental. Demasiado es demasiado; demasiado donde elegir anula la capacidad de elección. Canalchris siente vértigo. «De todas formas, cuando una mira sus fichas se da cuenta de que todos se parecen: encantador, deportista, honrado, generoso, divertido, “sin comerse el coco”, físico agradable, sensual…Vamos, que casi nos garantizarían el séptimo cielo. Sales ganando, sí o sí. ¡Venga ya!».
Extracto del libro [email protected], editorial Pasos perdidos, Madrid 2013.
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