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Se cree que la política fiscal es un asunto económico pero la experiencia en cualquier país del mundo evidencia que es sobre todo un evento político que involucra a los poderes del Estado Democrático. Los Estados Unidos de América -EEUU- son un ejemplo en tanto pone al resto del mundo a tambalear. Los temores en el resto son, sin embargo, hipócritas, ya que detrás del velo de la ignorancia en economía y política en los distintos países operan mecanismos de oportunidad al acecho de las ventajas mundiales que para los gobiernos tiene la ignición del principal motor de la economía del planeta.
Un aumento del techo de la deuda fiscal en EEUU suena bien a buena parte del resto por cuanto esperarían que una fracción del gasto del gobierno de ese país fluya hacia afuera en la forma de importaciones, ayudas, donaciones, condonaciones, entre tantos etcéteras que perjudican a los gobiernos y naciones política y económicamente parasitarias o, en el mejor de los casos, perezosas. El aumento de la deuda fiscal de los EEUU no necesariamente favorece la demanda interna de ese país, sino más bien la demanda externa y el gasto exterior, sobre todo si existe superávit de libertad y democracia en ese país. No podemos desear para los EEUU lo que no deseamos para el resto, menos aun para aquellas naciones parasitarias o perezosas con déficit de libertad y democracia.
Tampoco es recomendable un programa de recortes fiscales sin que medie el análisis científico de las fuentes, destinos y consecuencias sociales, económicas, culturales y políticas. Si las necesidades sociales aumentan, lo que es normal en crisis económica, lo que procede es evaluar las causas, las fuentes de ingresos y las consecuencias de las políticas fiscales posibles. Prima aquí el interés nacional en tanto bienestar general (servicios, educación, salud, seguridad, infraestructura, etc.) sobre el interés particular (grupo, gobierno, partidos, ideología, etc.). No se debe recortar el gasto público cuando este es eficiente y eficaz en solventar el bienestar general, como tampoco debe aumentar cuando las fuentes de ingresos aminoran y a pesar del déficit en la atención eficiente y eficaz del bienestar general. La consecución del bienestar general podría promover el bienestar individual y asegurarlo a largo plazo sin sacrificar el crecimiento económico al desdeñar lo superfluo.
El gasto fiscal no debe ser un programa de socialismo para el bienestar común de unos sobre otros, pero sí de bienestar general en tanto promueve oportunidades que serán aprovechadas según capacidades. Parte del gasto fiscal debe orientarse entonces a desarrollar habilidades, destrezas y pericias de los individuos y organizaciones civiles para aprehender las oportunidades y elevar el aporte al país reflejado en el producto interior. El gasto fiscal tiene que ser una inversión por cuanto las fuentes lo son ex ante y ex post. Un gobierno ha de ser una inversión y su actuar una empresa para el bienestar general.
¿Por qué el déficit fiscal y la política fiscal devienen en interés general mientras sus frutos no necesariamente? ¿Cuál es el interés de la política fiscal? ¡Acaso no es la economía y el bienestar general! ¿Es el equilibrio del presupuesto público un discurso político desequilibrado de los gobiernos o es materia de la ciencia económica para la política económica y la consecución del bienestar general? ¿No es acaso el déficit fiscal un déficit en la satisfacción del bienestar general? Nos enteramos entonces que la política fiscal no es simple materia de la ciencia política sino una herramienta provista por la ciencia económica para complementar el accionar del gobierno, de lo político. En la vida real la política fiscal está desarraigada de sus fundamentos económicos y contribuye así a las catástrofes económicas y en la prolongación de estas con impredecibles dimensiones.
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