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El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, pidió el pasado 7 de junio, la suspensión “de inmediato” de las protestas que han sacudido al país.
Otra fantasía se desvanece. Esta vez no es Chile, un modelo que hizo soñar a algunos con que, finalmente, América Latina podría encontrar su propio camino de desarrollo si seguía el modelo privatizador chileno. No fue así. El modelo hoy hace agua: los estudiantes están protestando en las calles desde hace más de dos años, porque exigen educación pública y de calidad; están en crisis las Administradoras de Fondo de Pensiones, el sistema de pensiones que una vez se pretendió imponer a toda la región; tampoco funciona el sistema político heredado de la dictadura. El modelo no funcionó.
Ahora es Turquía, país que, después de una década de estabilidad y crecimiento económico, enfrenta protestas sociales de dimensiones insospechadas, cuyas consecuencias son difíciles de prever, en opinión del profesor de Historia del Medio Oriente de la Universidad de Irvine, Mark LeVine.
“Es todavía muy pronto para hacer predicciones sobre qué cambios políticos reales estas protestas pueden producir”, afirmó.
Turquía tiene una de las economías de más rápido y saludable crecimiento económico en el mundo. “Un modelo perfecto –o, al menos, esto parecía– para países de tamaño similar, como Egipto”, dice LeVine. Pero esta fantasía se fue, se lamenta.
Para LeVine, el “milagro económico” turco terminó por “engolosinar” a los gobernantes, que se sintieron con las manos libres para avanzar en otros terrenos. La decisión de imponer restricciones al consumo de alcohol o prohibir besos en el metro, por ejemplo, despertaron el temor de la población, sensible a todo intento de islamizar la sociedad turca.
CAUSAS DE LA PROTESTA
El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, anunció su intención de urbanizar un pequeño parque en el centro de la ciudad. Cansada de las urbanizadoras, que han avanzado sobre diversas áreas de la ciudad, la población salió a protestar contra esa nueva decisión.
En este caso, fue el parque de Gezi, situado a la espalda de una plaza que domina la parte europea de Estambul, y su pequeño bosque de unos 600 árboles, pulmón de una zona agobiada por el tráfico y que desaparecería con las obras. Erdogan quiere reconstruir un viejo cuartel que existió en el lugar y transformarlo en un nuevo centro comercial.
La represión contra quienes protestaban y la insistencia del Gobierno, que se negó a revisar la medida, animó las manifestaciones que ya llevaban una semana, con tres muertos, miles de heridos y detenidos.
Parece evidente, sin embargo, que lo del parque de Gezi no podía generar una protesta de la envergadura de la que se desató en el país. Dos intelectuales turcos, Bora Isvar y Agnes Czalka, señalaron los hechos que, en su opinión, conforman el proceso que “allanó el camino” a esas protestas.
El primero ocurrió el pasado 7 de diciembre del 2012, con el desalojo de la Pastelería Inci de su lugar tradicional en la calle Istiklal, en la céntrica plaza Taksim. “La pastelería era un símbolo muy querido del comercio local de Estambul, y despachaba renombradas profiteroles y limonada en el mismo lugar desde 1944. Su desalojo con el argumento de que el edificio en el que se alojaba, una estructura otomana tardía conocida como Cercle d’Orient, necesitaba ser reformado provocó indignación, en la medida en que se sospechaba que la ‘actualización’ supondría la destrucción del edificio para dar cabida a un centro comercial”.
Así ocurrió. En marzo pasado, afirman Isvar y Czalka, el tradicional cine Emek, sede del Festival de cine de Estambul y en funcionamiento desde 1924, adyacente a la pastelería, fue demolido.
“Kamer Construction, una empresa turca famosa por la construcción de centros comerciales en zonas claramente protegidas y con estrechos vínculos comerciales con varios municipios del [partido oficialista] AKP en Estambul, recibió un contrato para la construcción de un centro comercial de diez pisos y una multisala en los terrenos del edificio demolido. Este segundo evento provocó protestas significativas en Taksim, a las que el Gobierno respondió con la fuerza”.
El tercer incidente fue el anuncio de la construcción de un tercer puente sobre el estrecho de Bósforo, que une las partes europea y asiática de la ciudad.
“El proyecto en sí es extremadamente discutible. El número de árboles que deberán ser arrancados está entre 350 mil y dos millones (las cifras varían según la fuente de información)”, aseguran los dos investigadores.
UN MODELO NEOLIBERAL
Vecina de Siria, donde se ha involucrado en apoyo a los rebeldes opositores al presidente al Assad, en medio de las rebeliones que desde hace dos años sacuden el mundo árabe y de la crisis socioeconómica por la que atraviesa Europa, Turquía era un ejemplo de alumno que venía cumpliendo con destaque sus tareas.
“El éxito financiero originado en inversiones extranjeras en lujosos bienes raíces en Estambul y en la costa del mar Egeo, así como la masiva privatización de las empresas estatales, le dio al gobernante partido Justicia y Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco) un gran popularidad e incrementó su sensación de invencibilidad”, destacó el analista de la agencia IPS, Jacques N. Couvas.
La inversión, afirma, vino de Qatar y Arabia Saudita, principalmente, pero también de fondos alemanes de pensiones, se concentró en bienes raíces, de modo que los 46 centros comerciales con que contaba la capital en el 2000 son hoy más de 300.
Entre las privatizaciones anunciadas este año por el Gobierno, se encuentran el sistema de ferrocarriles, la línea aérea nacional, las principales empresas estatales de energía, carreteras y puentes. El resultado de esas políticas, señala Couvas, es la brecha cada vez mayor “entre la burguesía y la clase trabajadora”.
Pero los grandes números económicos presentan una cara más atractiva para el Gobierno turco. El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que Turquía crecerá un 3,4 % este año y un 3,7 % el próximo. Hace menos de un mes el país pagó la última cuota de su deuda con esa institución, de $ 426 millones.
En todo caso, la Bolsa de Estambul, el principal índice bursátil de Turquía, sufrió, el lunes de la semana pasada, su mayor caída en una década, del 10,47 %, debido a la preocupación de los inversores por la escalada de protestas contra el Gobierno.
ERDOGAN
Basados en esas cifras, hay quienes estiman que no son causas económicas las que están detrás de las protestas, sino que su destinatario es el primer ministro Erdogan.
“El primer ministro, que lleva en el poder desde 2003, tiene ‘una agenda clarísima’ para coronar su tercer mandato”. Su partido obtuvo un 34 % de los votos en 2002, porcentaje que aumentó a 47 % en 2007 y a 50 % el año pasado.
“El año que viene hay elecciones, pero como no puede repetir en el puesto tiene en mente optar a la presidencia tras una reforma constitucional ad hoc y mantenerse al frente del país hasta 2023”, destacan analistas políticos.
Pese a las protestas, Mahmut Hamsici, periodista del Servicio Turco de la BBC, estima “muy poco probable que consigan derrocar a Erdogan –que aún cuenta con gran apoyo de los sectores conservadores–”, pero cree que las marchas de protesta “han logrado un fuerte efecto psicológico entre la atomizada oposición, insuflándole optimismo y una sensación de que un cambio es posible”.
Lo cierto es que, por su papel clave en una región convulsa y de perspectivas cada vez más imprevisibles, la eventual desestabilización del Gobierno turco añadiría un nuevo factor de inestabilidad a la crisis.
En el mundo árabe, dijo Mark LeVine, “lo que está ocurriendo en Turquía podría poner fin a cualquier visión que se acerque a un Gobierno islamista ‘liberal”.
Por otro lado, dice LeVine, si no terminan pronto, las protestas podrían terminar por desacreditar completamente el “modelo turco” que, desde el resurgimiento de los partidos islamistas postrevolucionarios, se ha venido sugiriendo como modelo de un futuro político viable para el mundo árabe.
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