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Gladys Tzul: “No podemos tener un proyecto de futuro si no resolvemos ese pasado”. (Foto: Rebeca Arguedas)
Las palabras de Gladys Tzul son precisas y tajantes, justamente porque con ellas describe todo un proceso de borrón y cuenta nueva que se pretendió imponer en Guatemala, respecto al reconocimiento de los crímenes ocurridos durante los años de la guerra: “La memoria histórica es recordar y enseñar”.
Así lo explicó a en una entrevista con UNIVERSIDAD, poco antes de que se iniciara el encuentro “Mujeres centroamericanas: dignidad y resistencia”, organizado por el Centro de Investigación en Estudios de la Mujer (CIEM) de la Universidad de Costa Rica, el pasado 3 de junio.
En medio del bullicio del vestíbulo del auditorio Abelardo Bonilla, de la Escuela de Estudios Generales, la activista feminista −quien posee un doctorado en sociología por la Universidad de Puebla, México− reconoció que de no haber sido por la protesta civil y la resistencia organizada, no se hubiera dado el juicio contra el exdictador guatemalteco, Efraín Ríos Montt.
“Hay una potente organización comunal que ha sido la base fundamental para que se llegara a realizar” (el juicio), expresó. Cabe recordar que recientemente se anuló la sentencia de 80 años contra el exgobernante guatemalteco por genocidio y crímenes de guerra. A pesar de ello, Tzul destacó que “se colocó en el centro de la discusión nacional que la guerra fue un acto genocida”.
“El ciclo se puede volver a repetir -advirtió-, pero si lo ocurrido en Guatemala llega a ser juzgado, también lo pueden ser los hechos de las masacres de Acteal o Atenco −en México− o las que ocurren ahora en el Perú”.
“No podemos tener un proyecto de futuro si no resolvemos ese pasado. Nuestro futuro está en el pasado”, sentenció.
MEMORIA ES LIBERTAD
La socióloga recordó que en los años 80 surgieron formas de control social desde el Gobierno, sobre hombres, mujeres y niños. A los hombres se les obligó desde los 16 años a participar en las patrullas de autodefensa civil, mientras que las mujeres debían participar en la entrega de alimentos de programas como los de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) o la Alianza para el Progreso, cuyos funcionarios eran acompañados por el ejército.
Los años 90 trajeron nuevas formas de control, en la forma de iglesias protestantes que ofrecían −“ante tanta política de terror y muerte−, un discurso de lanzarse hacia una nueva vida, dejando atrás el pasado y la historia”.
Tzul detalló que esos “potentes discursos” buscaron permear las acciones de lucha y reivindicación de justicia, ante la violencia que vivió su pueblo en la década anterior, lo cual no fue casualidad: “Muchas personas que se desempeñaron como comisionados militares, hoy son pastores de iglesias protestantes”.
En el juicio contra Ríos Montt fue notoria la participación testimonial de mujeres ixiles, de manera que fue inevitable preguntar a Tzul acerca de la frustración de haber alcanzado la justicia y que luego −de nuevo− se les negara. Sin dudarlo, respondió que “las palabras de las mujeres, con todo lo doloroso que fueron, nos liberaron, nos quitaron el miedo”.
A su parecer, a pesar de que los tribunales son “el principal obstáculo para la justicia”, todo lo que dijeron las mujeres ante ellos “no se puede borrar”, pues se trató de “un acto de memoria que abrió el tiempo, porque a mi generación, de niñas nos decían que no se podía hablar de ciertas cosas”.
Destacó también que “por primera vez fuimos los acusadores y no los acusados, lo cual revierte en su esencia el aparato jurídico guatemalteco”.
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