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El viaje de la Presidenta a Venezuela y Perú resultó en un gran escándalo por haber aceptado la dádiva de viajar en un jet privado y cuestionado.
La versión del ejecutivo fue que “fallaron los filtros que deben velar por la seguridad de la mandataria”. Pero dos razones contradicen esta disculpa presidencial: En primer lugar el principio llamado culpa in vigilando, que demanda del jerarca la diligencia y el deber de velar porque sus subalternos hagan bien su trabajo; es decir, antes de aceptar la regalía debió asegurarse de que el ofrecimiento provenía de buena fuente. ¿Cómo? Insistiendo ante sus asistentes para que le entregaran la información correcta y exhaustiva sobre la bondad, legalidad y ausencia de sospechosos vínculos de tal donación con el crimen internacional. En segundo lugar, no es aceptable ni creíble que hayan sido tan incautos en la presidencia para pensar que un obsequio de tal magnitud se haga gratis y exento de otras intenciones. Precisamente, por ser la Presidenta, debió dar ejemplo de diligencia y no aceptar ciegamente el ofrecimiento. En todo caso, hubiera sido mejor y más elegante admitir el error y no culpar a los “filtros”. Al fin y al cabo somos humanos…
En tema parecido en cuanto a sujetos, objetos y fines, se ha dicho que la Presidenta, en lo que va de su mandato viajó al exterior unas 17 veces y tan solo unas tres veces con el permiso constitucional de la Asamblea legislativa. Por otro lado, la historia reciente recuerda que hay expresidentes que llegaron a ser presidentes porque “se pasaron de lado” la Carta Magna.
Son dos tristes ejemplos que demuestran que las autoridades que debieran tener más respeto que nadie por la norma constitucional, la burlan: sistemáticamente, en el caso de los permisos de salida; y olímpicamente, en el segundo caso. Muchos se preguntarán: Con el desprestigio y falta de seriedad que arrastra la Asamblea Legislativa, qué objeto tiene, en la práctica, que deba conceder permiso a la Presidenta para ausentarse del país. Pero ese no es el caso; se trata de la norma constitucional; y para los que creen en ella está en juego el respeto a la misma o su tácita derogación. Recordemos que esa violada Constitución debe fiscalizar toda ley y es la responsable por toda transgresión y desprecio al derecho positivo.
Pensamos entonces: ¿A todo esto, qué hace el otro poder de la República, la Sala Constitucional? Porque pareciera que no tiene la autoridad de oficio necesaria para expresarse siquiera; y que las cúpulas de los poderes son entonces individualmente intocables, a pesar de los controles, pesos y contrapesos y de las teorías que dan origen a la división de poderes, desde Platón y Aristóteles, hasta Locke y el barón de Montesquieu, que enunciaron los famosos postulados del “espíritu de la ley”; y desde ellos, esa “ley suprema” es la máxima directriz, “sagrada e inviolable”, del Estado moderno; su “columna vertebral”. ¡Pura teoría! Y al final, papel mojado y letra muerta. Como decíamos antes los ticos: ¡Pura paja!; porque si los jerarcas (más bien nuestros monarcas de Zapote) que juran su mandato sobre la Constitución y pregonan su respeto, se la burlan y se la brincan como jugando rayuela, ¿cómo podrían sancionar a cualquier hijo de vecino que se inicia quebrantando leyes “veniales” como estacionarse en amarillo o no pagar impuestos?
No hay que ser doctor en derecho constitucional para saber que quien viola la Carta Magna, siendo la cabeza del sistema constitucional que nos rige, reniega de su juramento y está “predicando con la jareta abierta”, y eso no es bien visto por los “feligreses”. Está dándole al ciudadano normal el mejor ejemplo de irrespeto al sistema; y al ciudadano alborotero lo incita a que le tire piedras a este sistema “constitucional” de papel. ¡No Amigo! la Constitución está ahí para los “de a pie”, para el ciudadano común, no para los políticos, no para los poderosos que disfrutan violándola.
Sería interesante hacer un estudio para saber en forma aproximada cuantas veces los Poderes de la República, los tres dueños del Estado y sus jerarcas, atropellan anualmente la Constitución, le pasan por encima y luego dan marcha atrás para volverla a atropellar.
Nuestra pobre Constitución
Ha caído en letra muerta.
Como la justicia tuerta
Que se la brincan los jueces,
Los políticos a veces
¡También le roban la vuelta!
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