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Considerado como una ‘mentira artística’, el Kitsch puede ser utilizado como medio para lograr una mejor comunicación con grandes audiencias.
Para el filósofo Benedetto Croce, el mal gusto sufre la misma suerte que el arte: todo el mundo sabe perfectamente lo que es, pero nadie es capaz de definirlo. Su reconocimiento se torna instintivo, parece surgir de la reacción ante una desproporción, ante algo que se considera fuera de lugar.
La ausencia de medida caracteriza principalmente al mal gusto. Pero esta ‘medida’ –como también las nociones de lo bello− cambia dependiendo de la época y de la condición socio-cultural.
En arte, la definición del mal gusto puede derivarse del desconocimiento de la técnica o la falta de ‘talento’ de un determinado autor. Aunque, también, surge de la prefabricación e imposición del efecto que pueda tener una obra.
El Kitsch se presenta como el intento de obligar a un lector a sentir un determinado efecto; es decir, en lugar de pretender una experiencia de descubrimiento activo con una obra, se reduce el rango de posibilidades de significado para favorecer casi una sola ‘visión’ de esta.
A pesar de ser considerado como mal arte o una mentira artística, el Kitsch puede ser utilizado como una herramienta. La publicidad, el cine y la televisión han revertido la fórmula para alcanzar sus objetivos y favorecer una mejor comunicación con la audiencia: lo Kitsch ya no es un fin, sino un medio.
ARTE DE PLÁSTICO
El Kitsch ha sido considerado muchas veces un retroceso del fin del arte, una falsificación de formas ya utilizadas en otras obras. No por nada, el escritor austriaco Hermann Broch lo consideraba “un mal en el sistema de valores del arte”.
El origen de la palabra indica sus características. En algunos dialectos de origen alemán, el verbo kitschen significaba ensuciarse de barro por la calle; además, el verbo verkitschen era equivalente a vender barato. El crítico cultural alemán de origen húngaro Ludwig Giesz señala que la primera aparición del término data del siglo XIX cuando los turistas americanos buscaban comprar un cuadro barato en Mónaco y pedían un bosquejo (sketch).
Así, las obras Kitsch ‘engañan’ a sus lectores diciéndoles qué entender; en otras palabras, son fácilmente comestibles, no necesitan de mucha reflexión. Esto se logra a través de los diferentes elementos que un autor elige para la composición del texto.
Estos elementos van a derivarse de formas o estilos ya consumados. Así, puede tomar tendencias del arte de vanguardia –o de lo que alguna vez fue vanguardia− para hacerlas ‘accesibles’ a una audiencia más general.
Por ejemplo, el estilo de Van Gogh fue, en algún momento, de vanguardia (es decir, no formaba parte del canon tradicional de su época) pero si un autor decide utilizar este estilo hoy para componer una obra y venderla como si fuera arte verdadero o de vanguardia, se está frente a una dinámica meramente Kitsch.
En consecuencia, dentro del Kitsch no intervienen solamente los factores internos del mensaje, sino también la intención con la cual el autor vende su obra al público.
Estas obras están construidas de tal forma para que sus lectores piensen que están viviendo una experiencia ‘estética’. El espectador cree que el disfrutar estilos ya gastados implica una verdadera fruición artística.
ES O NO ES KITSCH: HE AHÍ EL DILEMA
Desde un punto de vista general, el Kitsch puede definirse como un proceso de comunicación, cuyo fin es la provocación de efectos, que toma prestados estilos de la vanguardia artística para adaptarlos y confeccionar un mensaje comprensible por todos.
Cómo distinguir una obra Kitsch es una interrogante que surge inmediatamente. El semiotista italiano Umberto Eco propone que la mejor forma es a través del código del mensaje.
Un código da las reglas con las que se puede leer una obra (o texto); es decir, implica un modelo que marca los límites y las posibilidades que se tienen a la hora de interpretar un mensaje. Así, un receptor debe comprender los signos del código, y también del contexto, para lograr descifrar el mensaje del emisor.
El mensaje es redundante cuando tiene como objetivo la precisión, que se entienda sin ningún problema lo que se quiere comunicar. Para esto, el código se contrae para aumentar la efectividad. Tiene elementos de refuerzo y con la repetición se pretende que el emisor capte el significado deseado sin ningún inconveniente.
Por otra parte, un mensaje es ambiguo cuando estimula muchas interpretaciones. No pretende una significación fija e involucra un lector activo. El código es amplio aunque no infinito; es decir, genera una corriente de múltiples lecturas dentro de un rango de interpretación flexible pero definido.
El mensaje verdaderamente artístico o poético es ambiguo tanto en forma como en contenido. Involucra al lector en una reflexión activa, lo invita a generar su propia interpretación. Como sugiere Eco, es una “fuente de mensajes”.
Al contrario, un mensaje Kitsch es engañosamente ambiguo pero, en el fondo, es redundante. Sus elementos confabulan para llevar al lector a una sola interpretación. Los significados son limitados.
LA CULTURA KITSCH
El Kitsch se identifica con una cultura de masas y de consumo. Una industria cultural con una amplia audiencia necesita vender efectos ya confeccionados, prescribir las reacciones que el mensaje debe provocar.
Así, se produce una nueva dinámica: la vanguardia surge como reacción a la difusión del Kitsch, pero este se renueva y prospera aprovechando los descubrimientos de la vanguardia.
Comienza a emerger, entonces, una relación ente propuestas innovadoras y adaptaciones homólogas. Las primeras son continuamente traicionadas por las segundas mientras la mayoría del público disfruta de las segundas, creyendo disfrutar de las primeras.
En un contexto de medios masivos de comunicación, la publicidad, el cine y la televisión aprovechan el Kitsch como una herramienta para llegar a un mayor número de personas, como una forma de difusión.
En arte, el Kitsch era considerado un fin: se pretende imponer un efecto. En esta nueva perspectiva, se convierte en un medio que se utiliza deliberadamente como manera de entablar comunicación con una audiencia.
Por ejemplo, se toma La Persistencia de la Memoria de Salvador Dalí para crear un anuncio en el cual paquetes de té frío Lipton emulan el derretimiento de los relojes de la obra original. En este caso, el Kitsch es un medio de referencialidad y empatía con el público, pero el verdadero fin es vender o reforzar la imagen de la marca.
El caso del cine es más problemático. Aunque puedan existir películas que utilicen el Kitsch como medio (las muchas parodias o filmes que tienen escenas que emulan pinturas, óperas, e, incluso, partes de otras cintas), hay producciones cuyo fin es ese. The Tree of Life del director Terrence Malick, podría considerarse un ejemplo de Kitsch absoluto si su mensaje y estilo son considerados como la versión consumada y comprensible para un público más amplio de los complejos postulados filosóficos de 2001: una odisea en el espacio de Stanley Kubrick.
LA BÚSQUEDA POR LA FEALDAD
Otra propuesta estética vinculada al kitsch es el Camp, una corriente artística que se interesa deliberadamente por la exageración y lo artificial. Es decir, hay una búsqueda del mal gusto como forma estética.
Esta perspectiva busca en el pasado manifestaciones de fealdad para utilizarlas como referentes. Aunque se debe aclarar que también puede encontrar estas manifestaciones en el presente.
Para la escritora estadounidense Susan Sontag, “lo camp es la experiencia del mundo constantemente estética. Encarna una victoria del estilo sobre el contenido, de la estética sobre la moralidad, de la ironía sobre la tragedia”.
El Camp puede ser ingenuo. La fealdad no era el objetivo de la obra. Por ejemplo, cuando en la década de 1960, Batman en sus películas vencía tiburones con aerosoles, los productores de estas no creían que estuvieran haciendo nada más allá de lo risible.
Por otra parte, el Camp deliberado se relaciona ya con la corriente artística. Los autores se fijan como objetivo crear una estética con elementos asociados al mal gusto. La experiencia estética radica en lo ‘monstruoso’.
Con lo Camp, el Kitsch fue transportado a otro nivel. Se convertía en fin, en medio y en aspiración. La búsqueda por crear un efecto en el espectador se realiza a través de formas ya consumadas, formas que remiten al mal gusto.
Ante todo, se debe recordar que todo lo Camp es Kitsch, pero no todo lo Kitsch es Camp.
KITSCH DE LO KITSCH
Buen gusto, mal gusto y lo verdaderamente artístico no determinan completamente los mensajes ya que estos asumen otras funciones dentro del contexto de un grupo o de una sociedad.
Sin embargo, desde la construcción de una obra, lo Kitsch puede convertirse en un medio para facilitar la comunicación. Pierde el estigma que sufría en los círculos artísticos para ser utilizado como herramienta.
El Kitsch deliberado busca captar una audiencia específica; con esto, también busca la satisfacción del espectador cuando este siente que entendió el texto. Puede ser una burla hacia sí mismo (como en las parodias o en las sátiras) o ser un recurso que utiliza estilos ya consumados para crear una estética fácil de disfrutar.
Como sugiere Umberto Eco, “el problema de una comunicación cultural equilibrada no consiste en la abolición de dichos mensajes, sino en su dosificación, y en evitar que sean vendidos y consumidos como si fueran arte”. Es decir, no se debe satanizar el disfrute de lo Kitsch, sino promover la consciencia del acto.
La relación entre el Kitsch con la sociedad y la cultura es intertextual. Mantienen un diálogo constante que promueve una alta referencialidad. Aunque es un término de creación ‘reciente’, no sería imprudente afirmar que toda cultura genera su propio Kitsch. Pero el peligro de este pensamiento –y de este artículo− es que resulte también ser Kitsch.
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