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En su segunda semana de ejercicio el nuevo Ministro de Comunicación e Imagen de la presidenta Chinchilla, señor Carlos Roverssi, se lució de cuerpo entero al declarar a la prensa que la Presidencia del país carecía de toda idea acerca del objetivo de la manifestación ciudadana del 25 de junio recién pasado (LN: 25/06/2013). Con una candidez que lo torna serio postulante al próximo viaje aéreo de L. Chinchilla señaló que “El gran dilema es que todavía no entendemos cuál es el objetivo de la manifestación, porque como hay varios, no sabemos qué pretenden”. Al parecer en Zapote desean se les aclare si la ciudadanía está irritada por el éxito de los vestidos de la Presidenta, por los repetidos éxitos del MOPT y CONAVI en cualquiera acción, diminuta o ambiciosa, que emprenden, o porque el negocio de la refinería china se tramitó por parte de RECOPE con la misma eficiencia de la que hizo gala la fracción gubernamental, con el diputado Villanueva a la cabeza, en el inicio de un mandato hace ya larguísimos tres años. El Gobierno desea que pobladores y ciudadanos, caso por caso, y uno a la vez, detallen qué se les ha tornado insoportable de la administración Chinchilla. Si no se hace así, no se entiende. Brutas que son estas gentes que no saben expresarse.
La estudiada y profesional candidez del Ministro de Imagen es señal de dos procesos íntimamente enlazados. El primero es la corrupción que afecta al ámbito político de las sociedades que distancian y autonomizan este ámbito de las necesidades sentidas de la población y la ciudadanía. Habrá de repetirse: ‘corrupción’ significa aquí pérdida del carácter propio del ámbito político. No es igual a ‘venalidad’, aunque la corrupción potencia la venalidad. Esta última consiste en favorecer el patrimonio personal (económico o cultural) utilizando los cargos públicos. Puede o no tipificar delito. En la separación/escisión entre la realidad de la vida de la población y la ciudadanía y el ámbito político, con sus escenarios tradicionales, influye, entre otros factores, el carácter autárquico o la tendencia endógena en la gestación y reproducción de las minorías dirigentes. Su aislamiento potencia tanto su soberbia/vanidad como la pérdida de sentido común. Si el punto de partida es flojo, en el sentido de que se acerca a la ignorancia o la idiotez, o a la codicia, o a todas ellas, los alcances resultarán generalizadamente dramáticos. En América Latina abundan ejemplos de este despliegue. De hecho, tiende a constituir su ‘normalidad’.
El otro proceso es la configuración, dentro del movimiento anterior, de una nomenklatura, o sea de una administración de los asuntos públicos centrada en el clientelismo y amiguismo y no en la capacidad de servicio. El término se socializó en Occidente, en el marco de la Guerra Fría, para denunciar la existencia en la Unión Soviética de una ‘nueva clase’ enraizada en el poder y que se sostenía/reproducía creando cargos y asignándolos discrecionalmente a quienes resultaran incondicionales a los apetitos y prestigio de quienes los nombraban. Costa Rica hace ya mucho da muchos signos de este proceso de corrupción vía la amicalidad y el clientelismo selectivos. Cuatro botones: ¿Cómo explicar la impericia esférica del responsable de Recope en el trámite del plan para ampliar y modernizar la refinería de Limón? Renunció, es cierto. Pero los “errores” no pueden haber sido solo responsabilidad de él. ¿Y cómo entender los desastres pactados en la concesión de la carretera a San Ramón? ¿Y las presidencias ejecutivas de un imprescindible Eddy Da Vinci local en la CCCS y el ICE? ¿Y la imperturbabilidad del ‘nunca renunciaré’ Ministro de Aquí y de Allá y de Acullá René Castro?
Como se ve, arruinante y pintoresca nomenklatura charraleada tercermundista haciendo lo suyo y quedando impune. Su marco: una dirigencia política que afirma ni siquiera saber de qué y por qué se irritan las poblaciones y la ciudadanía y tampoco comprender por qué se tira la gente a la calle. Pura vida.
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