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1956 – Agosto
18-19. Sábado y domingo. Leo +La guerra y la paz, de Tolstoi. Cercanía del hombre de la corte. Fiestas tras las fiestas. Influencia de Tolstoi sobre Proust. Lectura hecha en la niñez.
23-Jueves. Entierro de un hermano de Labrador Ruiz. Qué imposible nuestro cementerio. El sol, contento de la enemistad del mármol, quema como un soplete. La capilla al final del cansancio.
24-Viernes. Para divertirme exclamo en la oficina: ¿Han visto lo único interesante que hay hoy en Cuba: mi artículo en el periódico? En seguida: caras como puchas, risitas, labios fruncidos.
25-26. Sábado y domingo. El sábado, día de la imaginación, ha transcurrido tocado de una monotonía inmisericorde. Parecía que no respetaba nada, que sólo gozaba en extenderse.
30-Jueves. Leyendo a Tolstoi es fácil concluir que Rusia es un país para la novela. Inglaterra y Francia, solamente la España del Quijote, también tienen «novela». Pero ningún país como Rusia para andar, para ajustarse a la novela. Gogol, Dostoyevski, Tolstoi elaboran lo que para ellos es historia, hecho, sucedido, y que nosotros saboreamos como novela.
1956 – Octubre
12-Viernes. Leo Almas muertas, de Gogol. Qué lástima de final. Con encarcelamientos, intervención de místicos, perdones. Al revés de los finales de Dostoyevski, cambiantes, más misteriosos que al principio. Cerramos El príncipe idiota, y la pregunta ¿es un místico, es un imbécil? sigue rondando como un presagio que cada cual lleva sobre su cabeza.
25-Jueves. Premio Nobel a Juan Ramón Jiménez. Retrocedió con las palabras, estrella, diamante, primavera, al último paredón, y allí se encontró que la palabra era la arcilla primera, el canto del nacimiento.
1957 – Marzo
28. Oigo los Tannegeers, el Calipso, selecciones de Rock and Rolls. A qué plenitud se va acercando Norteamérica. Los Tannegeers, cantado por un grupo de muchachos norteamericanos, me impresionan como las buenas cosas populares de los rusos o de los españoles. Oyendo música norteamericana, sacada de los negros del sur, de Spirituals, de canciones de Trinidad o de la isla de Santo Tomás, tiene uno la sensación de fijar a ese pueblo, de intuir las reservas de su poderío. En sus mejores canciones hay proverbio, sabiduría, algo que distingue y algo que se hunde en un torrente universal. Como si terminase la alegría superficial, para dar paso a la sabiduría. (…)
1957 – Setiembre
7. Nos parece realmente profundo, en Heidegger, unir el concepto de finitud al de culpabilidad. En cuanto el ser se siente finito, parece preguntar: ¿Qué he matado? ¿A quién he destruido? Vive, entonces, como apretado, recibiendo una contracción sin onda de salida, sin participación del espacio.
11. Al fin, estamos en el caos consecuente de la desintegración, confusión e inferioridad de la vida cubana de los últimos treinta años. (Igualmente se puede decir: de todo el período republicano). Por un lado, susto, sorpresa, perplejidad. Por el otro, desesperación. Falta de lazos históricos, de sentido arquitectónico en la nación, de metas para llenar por las generaciones.
No se puede decir que el cubano carezca de energía, de resolución. La tiene. Tan sólo que su punto de inserción entre el individuo y lo histórico, es fofo, ligeramente hedonista, con ribetes ingenuos de conquistador impotente. Más que soluciones políticas, el país necesita un administrador [ininteligible], un contador público teocrático, místico. Una especie de contador público sacerdote, que ofrende a los dioses la energía monetaria acumulada en la hacienda nacional. Sin sentido histórico, ver, al menos, en qué forma podemos fortalecernos. Después veremos en qué forma esa fuerza se desenvuelve, labra su cauce, adquiere un sentido. Lo que nos hace falta es gravedad esencial, medianoche con Dios, orgullo que desprecia lo insignificante social. Gravedad, orgullo. Dios: nos parece que es bastante lo que nos falta. Nos falta un fragmento, «una cosa», pero en ese fragmento y en esa cosa están todas las cosas esenciales, verídicas y eternas.
JOSÉ LEZAMA LIMA (1910-1976) fue una de las mayores figuras de la literatura cubana. Comenzó a publicar poesía desde la década de 1930, pero su obra consagratoria fue la novela Paradiso (1967). Dejó inconclusa otra novela, Oppiano Licario, publicada póstumamente en 1977.
Tomado de El Cultural.
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