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Cuando Amit Kumar, cabecilla de una red que vendía riñones en Mumbai, India, fue arrestado el 20 de febrero de 2008 –ver este enlace− regresé a mis viejos tiempos de periodista en mi querido Semanario y me acordé que este negocio es tan viejo como la venta de jugadores de fútbol al mundo industrial. O a la necesidad mercantil –la necesidad científica la entiendo distinto− que las seis o siete grandes compañías que controlan la producción mundial de fármacos, tienen de hacer sus experimentos en humanos en Latinoamérica y África.
Al negocio usted le pone el nombre que quiera. La reciente incorporación del brasileño Neymar a mi club Barcelona, los “expertos” la encasillaron como “traspaso millonario” y a los trasplantes de órganos alrededor del mundo sus interesados los llaman pomposamente “turismo médico o de salud”. ¡Para todo hay gente!
Lo cierto del caso es que cada año se realizan alrededor de 100.000 trasplantes en el mundo. Uno de cada diez, con órganos provenientes del comercio ilícito. Enfermos de países ricos viajan a Pakistán, India, China, Egipto o Colombia, en busca de una solución rápida (veáse El País, domingo, 3 de mayo de 2009, Tráfico de órganos; un negocio oscuro y atroz). Costa Rica, por lo visto recientemente, está incorporada a este selecto club, quién sabe desde cuándo, pero que el negocio funciona ya nadie lo niega.
La reciente detención por agentes del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) de un especialista del Hospital Rafael Angel Calderón Guardia, a quien implican en un presunto trasplante ilícito de riñón, se me hace pensar que es solo una de mucha puntas de un enorme “iceberg”, donde están implicados quien barre el quirófano, anestesiólogos, quien alquiló el quirófano de un hospital público, etc. Es, como dice “El País”, un negocio que funciona como “red”, algo así como una aceitada maquinita que ve en el dolor humano la gran “salvada” económica, y a los ciudadanos en pobreza, “exportadores” de nueva materia prima o “material que da vida a ricos y famosos”.
Luc Noel, responsable de las cuestiones relativas a los trasplantes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), considera que esta actividad es un negocio de “intermediarios” y “con tentáculos por todo el mundo”, que hoy encuentran asidero, gracias a las redes sociales.
Se sabe que estos intermediarios se encuentran con estos negociantes de sus cuerpos en cafés, escuelas, centros sociales. Han detenido a miembros de bandas que llevan a donantes de Brasil hasta hospitales de Suráfrica; de la República de Moldavia hasta centros de Turquía. En algunos países, se trata de una salida económica tan enquistada, que incluso aparecen anuncios en la redes sociales, prensa o en televisión (en Costa Rica, veáse La Nación, domingo 24de junio 2013).
Jorge Chavarría, Fiscal General de la República, conociendo su acuciosidad, sabe perfectamente que estas “redes” aprovechan vacíos legales introducidos por “despistes” o “dolosamente”, para encontrar a personas dispuestas a vender un órgano y a profesionales que ayudan con el negocio por un puñado de dólares. Él sabe que generalmente los órganos fluyen de Norte a Sur. Mientras que en los países ricos la donación se considera un gesto de generosidad y altruismo necesario para el bienestar de otro, en las naciones con la miseria creciente el tráfico se convierte en un acto desesperado para sobrevivir. Nancy Scheper-Hughes, miembro de Organs Watch, un grupo de investigación independiente de la Universidad de Berkeley (California), explicó en un artículo de The Lancet que en el mercado global se paga por un riñón indio o africano $1.000; en Filipinas, $1.300; en Moldavia o en Rumania, $2.700. Un riñón turco o peruano cuesta unos $10.000. Un riñón tico, por los anuncios de venta aparecidos en las redes sociales, no baja de $5.000 dólares.
El Fiscal conoce perfectamente, como también saben los colegios profesionales y diputados, que estamos frente a un negocio tan ilícito como el lavado de dinero o el tráfico de drogas, solo que aquí no hay patrulleras, perros adiestrados en estupefacientes, ni a la DEA le interesa un bledo el asunto, pero es una actividad tan detestable como todas las anteriores. Está de por medio la dignidad colectiva. Ya veremos la efectividad de nuestros jueces y autoridades frente a esta versión mejorada de la que Al Capone mucho nos diría.
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