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¡Ah mi querido amigo Andresito!, huésped a veces autoinvitado a nuestra casa en Alajuela en fines de semana largos. De conversación infinita, fluida, ponzoñosa (se regocijaba), difícil de complacer, pues hasta el café había que hacerlo rechinado. En su ausencia, para evocarlo y disfrutarlo están sus libros “La comedia es cosa seria” y “El mundo todo es representaciones” EUNED: interpretaciones melodramáticas en las que entran en juego el acontecimiento, el público, el bisturí certero, los beatificadores gratuitos, temor a la verdad y derecho a la autocomplacencia (que muchos reclaman); y las fobias o filias (como dice con tino Eduardo Ulibarri) que manejaba Andrés, las convirtió el tiempo en creaciones narrativas que se disfrutan, al margen del origen que las provocó. Muchos teatreros respiran ahora con tranquilidad, después de aquellas noches escabrosas… cuando alcanzaban a ver en las butacas del teatro a don Andrés. Algunos me confesaron, años atrás, que los desequilibraba (los fobias), los filias le guiñaban desde el escenario. Siendo director del programa de arte y cultura de cana 13 “Caleidoscopio”, fui invitado por el gremio teatral a firmar una carta en la que se solicitaba la destitución de Andrés Sáenz como crítico de La Nación. Por supuesto no lo hice, pero a esos extremos se llegó.
A mano alzada, algunas de sus frases que han arañado mi memoria y me río cuando aparecen como divagaciones en momentos de solaz esparcimiento. Las pueden encontrar en sus libros, pero aquí doy pistas quizás metamorfoseadas por mi mala memoria jugando siempre al escondite:
Una diatriba con don Alberto Cañas, que él cariñosamente llamaba Bombeto. Ante la supremacía social de don Beto, reclamaba una injusticia, pues era “como burro suelto contra tigre amarrado”.
Otro pleito (porque en eso se convertían) con don Daniel Gallegos, por la crítica que hizo a la obra teatral de don Guido Sáenz “La llamada del tiempo”, que llevé a la pantalla chica en el canal 13 con Caleidoscopio y en la que don Guido me sirvió de asistente de dirección. Le respondía a don Daniel que él (Andrés) “no era el culpable de tratar de convertir al patito feo en cisne”.
Otra, cuando por motivo de un divorcio apareció en un afiche teatral y en el programa de mano doña Haydee Stirwood, se dejó decir “bajo el nombre de Haydee Stirwood encontramos a la misma Haydee de Lev de siempre”.
En otra obra de dudosa calidad dijo: “lo más llamativo de la puesta en escena eran los cabeceos intermitentes de la audiencia”.
Por cierto, en mi libro “Ese ojo extraño” −también publicado por la editorial EUNED− hay una anécdota de Andrés, en el último capítulo titulada “Decisiones de un jefe de producción” escrita en el más estricto estilo andresiano, en los años que fuimos compañeros en el SINART. Que en paz descanses Andresito.
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