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Arturo Ripstein es uno de los realizadores cinematográficos más importantes de Latinoamérica. Cuenta en su haber alrededor de 40 películas y es una institución en el cine mexicano. Cuando se aproxima a los 70 años, se mantiene activo con su estilo inquietante, acompañado por su esposa, y guionista de la mayoría de sus películas, Paz Alicia Garciadiego.
El mexicano Arturo Ripstein es un cineasta con una trayectoria de largo rodaje. Se vinculó al cine en la década de 1960 y tuvo un acceso privilegiado a la industria cinematográfica de México, ya que su padre era productor de películas.
En su obra, algunos de sus guiones fueron escritos no por guionistas de tiempo completo sino por renombrados escritores latinoamericanos. Ha llevado a la pantalla textos escritos por José Donoso, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez.
Recientemente el Archivo Fílmico de la Universidad de Harvard mostró una retrospectiva de Ripstein y le rindió un homenaje en su sede principal, ubicada en el paisaje aladrillado de Harvard Square.
Logramos conversar con el cineasta y a continuación presentamos un resumen del diálogo, en el que aclaró su relación con Luis Buñuel, habló de literatura y también, por supuesto, de su experiencia como director.
Cuéntenos cómo fue su relación con Luis Buñuel…
Quiero aprovechar esta entrevista para contar que yo no trabajé con Luis Buñuel. Esa es una leyenda. Yo nunca fui su asistente. Eso es completamente falso.
¿Pero cómo comenzó esa “leyenda”? Porque es casi un lugar común que usted trabajó con él, hay numerosas fuentes que lo citan…
Le voy contar lo que pasó. Es un mito que en algún momento inventó el escritor Max Aub. En esto del cine yo comencé muy jovencito. En esa época no había escuelas de cine, ni DVDs, ni televisión. Uno aprendía leyendo o yendo a cineclubes y, por supuesto, yendo al cine. Otra forma de aprender era viendo filmar.
Y ver filmar estaba a su alcance porque usted es hijo de un productor de cine…
Exacto. Ese fue un privilegio que tuve. Yo les pedía permiso a productores y directores que eran amigos de mi papá y ellos me dejaban entrar a las filmaciones. Buñuel, como muchos otros directores, me dejaban entrar al set. Así que yo me paraba en una orillita y desde ahí los veía filmar.
Pero, un momento… en el libro Conversaciones con Luis Buñuel, Max Aub incluye entrevistas con amigos y colaboradores cercanos, en cuenta una entrevista a usted. Allí Aub dice que usted fue el asistente de Buñuel en El ángel exterminador…
Es correcto. Aub incluyó una pequeña entrevista mía en la que me puso como asistente de Buñuel. En aquel momento a mí me pareció muy halagador. Pero la verdad es que no es cierto. Eso lo inventó Max Aub. La referencia de ese libro ha sido infernal. Desde luego conocí a Buñuel y él tuvo la generosidad de invitarme a su casa, como tantos otros directores que conocí a través de mi papá. Pero de ahí a que yo fuera su asistente, pues no. Cada vez que dicen que yo era el asistente de Buñuel el maestro debe revolcarse en su urna. Max Aub era un hombre muy perverso y absolutamente fascinante, un gran autor.
En su vida como cineasta, ¿cómo ha sido su relación con la literatura?
Yo siempre fui lector. Cuando era jovencito había dos opciones: o se era lector o se escuchaban discos, porque el dinero no alcanzaba para las dos cosas. A mí me gustaba más comprar libros. En mi casa había una linda biblioteca. Era un lector por placer. En el caso del cine, la literatura es una fuente de inspiración. Pero la verdad es que la literatura es una fuente de inspiración como cualquier otra. Uno se inspira de donde puede. Uno tiene que tener los ojos bien abiertos y las antenas bien disciplinadas para darse cuenta por dónde vienen las cosas… puede ser una nota en el periódico o una conversación que uno tiene con alguien o que se escucha.
Como lector, ¿qué autores lo han marcado?
A mí me marca mucho Stevenson, que es un narrador fascinante que es de los primeros que leo desde muy chiquitín. Salgari que me abrió los ojos a lo posible de lo imposible. Y Verne. Pero tengo que decir que la marca mayor la dejaron dos autores no muy cercanos pero que determinaron mi gusto por la lectura: Borges y Faulkner. Yo siempre pretendí filmar como Faulkner escribía, largos párrafos que no se acaban nunca. Esos párrafos son una belleza.
Del proceso creativo de una película, ¿cuál es el paso que más disfruta como director?
Cuando hago una película yo estoy en control de todas las cosas o pretendo estarlo. Arranco con la cronología, sigo con la elaboración del guión, donde también colaboro, y después viene la elección del equipo. Más tarde llega el rodaje. Esa es la parte que más me divierte. A muchos directores les gusta más la edición, cuando ya todo está listo. El rodaje es muy tenso, muy rápido, muy complicado y difícil. Pero esa es la parte que a mí más me gusta y a la que más atención le pongo.
¿Tiene alguna obsesión en su relación con un actor o actriz?
Llevarlo de la mano para que todo le salga bien. Y después soltarle la mano y dejarlo hacer lo que sabe hacer.
¿Cuáles son los actores con los que mejor se siente filmando?
Hay actores con los que me gusta mucho trabajar, como Patricia Reyes Espíndola, quien ha trabajado muchísimo conmigo. Es una de mis actrices favoritas. Y unos tres o cinco actores más, porque sé los resultados que me van a dar. Pero ya no hay muchos actores que quieran trabajar conmigo… porque no soy muy simpático que digamos.
Tras tantos años filmando, ¿siente que ha llegado a depurar un método propio?
Yo filmo por instinto y ante una serie de gustos muy marcados. Y he afinado el oficio después de tantísimos años de trabajo. Sé que A más B me va a dar C. Pero al principio de mi trabajo no sabía cuáles serían los resultados. El cine no es un arte exacto, es irregular y complicado. Lo que hay que hacer es estar atento. Lo que procuro es que las ventajas y las desventajas del rodaje trabajen a mi favor.
¿Cómo espectador de cine, cuáles obras considera que son imprescindibles?
Una vez me puse a pensar en las diez películas que más me habían gustado y cuando iba por la 114 pues pensé ‘ya me pasé’. Pero en mi lista definitivamente están Nazarín y El ángel exterminador de Buñuel, Los siete samuráis de Kurosawa, La dolce vita de Fellini, un par de cosas de Einsenstein y el último de los que me parecen grandes es Béla Tarr.
¿Cómo valora el cine contemporáneo?
Ya casi no voy al cine pues me parece terriblemente decepcionante. Meterme al cine y oír el estruendo que es… el cine de efectos especiales. No me gusta ese cine que no se ve sino que se siente. Es un cine donde ya no hay mirada sino emoción. Es la misma sensación que produce una rueda de la fortuna o los coches que chocan. Todo eso me altera muchísimo. El cine se ha vuelto otra cosa que cuando a mí me tocó comenzar.
¿Actualmente qué cineastas están en su radar?
En México hay cuatro o cinco que están muy bien. Por ejemplo, Carlos Reygadas, Julián Hernández, Fernando Eimbcke y Nicolás Pereda. Ya no existe una industria cinematográfica como cuando yo empecé. Lo que hay es una serie de autores que son los que van a llevar la estafeta del cine y ellos harán que esto camine. Están surgiendo buenos cineastas.
¿Qué pasó con esa industria del cine mexicano del pasado?
Es un problema económico de oferta y demanda. Hay muchos otros factores, desde luego. Pero los gringos tuvieron el genio de hacerle creer al mundo entero que no sólo hacían las mejores películas, algo que está lejísimos de la verdad, por cierto, sino también que sus películas eran las únicas. Hay oferta pero no hay demanda. Siguen habiendo muy buenas películas afuera de Hollywood pero son muy pocos quienes las ven.
¿Cuál es el mayor engaño que se ha contado en el cine?
En el cine todo es mentira. Todo el arte es mentira en el sentido más riguroso del término, gracias a lo cual entendemos la vida. La vida no se entiende con la verdad, con los hechos, con la realidad. La vida se entiende con la estructura y la estructura es un asunto de geometría y arte. La geometría no cuenta, no es narrativa. Entonces la única posibilidad de entender la vida es una estructura narrativa artística que sí le da sentido a las cosas. Esa es la gran mentira. Hemos inventado la vida a partir de pensar cómo somos, como seríamos, cómo debíamos ser o cómo fuimos.
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