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El 17 de julio el Semanario Universidad publicó un artículo de Vinicio Chacón, dedicado al estreno en La Habana, del Concierto Nº1 Iniciático del compositor y catedrático Marvin Camacho, teniendo como solista al pianista cubano Leonardo Gell, ambos profesores de la Universidad de Costa Rica (UCR). Esta obra en tres movimientos, “Caminando”, “En el umbral” y “Fuego y purificación” −que incluye el poema “Omeros” del Premio Nobel de Literatura Derek Walcott, originario de la isla caribeña de Santa Lucía −, fue estrenada en Costa Rica en agosto del 2012, por la Orquesta Sinfónica de la UCR, bajo la conducción de Guillermo Villarreal en el Teatro Nacional. El pasado 21 de julio, el lugar fue el Teatro Nacional de Cuba, donde la Orquesta Sinfónica Nacional del hermano país, dirigida por el maestro Enrique Pérez Mesa, acompañó a Gell en esta, la primera interpretación del Concierto, fuera de nuestras fronteras.
¿Por qué recuerdo todo este contexto? Porque esta obra fue recientemente Premio Nacional en Costa Rica, y está ligada a la creación cultural que desde la UCR nutre el patrimonio nuevo que construye el presente. La reseña del estreno en La Habana no pudo ser más elogiosa: “Cuando Marvin Camacho decidió escribir hace un par de años su primer concierto para piano y orquesta, debió preguntarse en un inicio qué sentido tendría apelar a una estructura convencional si no es para cuestionarla.” Señala el crítico cubano Pedro de La Hoz, dándole por título, “La respuesta de Calibán” (Granma.co.cu, 24/07/2013). Cuando leí esta afirmación, además de la referencia al pensamiento de William Shakespeare y José Enrique Rodó, pensé en lo que suponía ya no “decolonizar” el canon del concierto para piano como modelo de construcción de lo sonoro en Lo Musical, desde la tradición, sino en lo que implicaba como “colonización” del género, desde la música y poética de Camacho y Walcott.
Decir que las fuerzas del Caribe se confabularon para pensar una “escucha otra”, y empoderarse desde el canon concertístico de una tradición occidental donde el piano, y la orquesta, representan el paradigma de civilización y “gran cultura”, sería reduccionista. Sin duda la tentación de justificar la transgresión y reinvención del pensamiento desde la perspectiva geopolítica es un recurso válido, y la propuesta de Pedro de La Hoz no carece de cierto “arielismo”. Pero si leemos con cuidado el texto eminente de Rodó, su lectura de La Tempestad dirige hacia Ariel, no hacia Calibán. Ariel como ideal de trascendencia del maestro, Próspero, su búsqueda espiritual e inquietud existencial. Aunque los discursos sobre la reivindicación de Calibán también podrían caber aquí.
La crítica del pensar por versus el pensar con, no deja también de estar presente en la recepción del crítico cubano. No obstante, confío en que su otra lectura, la de “cuestionar” una forma canónica desde una otredad creativa, como puede ser la de un compositor costarricense, y el pensamiento musical devenido de su inquietud como creador, me parece aún más interesante.
Otros medios en Costa Rica no se han hecho eco todavía de esta acontecimiento; quizás se cree que muchos son los artistas costarricenses que tienen presencia y reconocimiento en el exterior. Pero aquí esa no es la cuestión. Una comunidad tan sofisticada y cosmopolita como puede ser la que se reunió en el máximo Teatro de la Isla, donde la cultura es un valor neurálgico en la vida cotidiana, escuchó la voz “otra” de Camacho y no solo la ovacionó, sino que encontró en ella una innovación, un cuestionamiento. Y eso es algo que debería resonar no solo en la comunidad universitaria, desde la cual fue engendrada esta obra, si no en la comunidad costarricense. Nuestro país no solo posee un importante patrimonio cultural, sino personas e instituciones que están apostando por el patrimonio del presente. Aportando al mundo no solo interpretes o técnicos eficientes, sino creadores transgresores.
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