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Telefonitis: dícese de reciente síndrome de progresiva difusión social caracterizado por transformación de la personalidad ante la presencia, transporte, sonido y visualización de un teléfono, éste último generalmente móvil (celular). La telefonitis se manifiesta con desesperación del afectado al descubrir éste que ha salido de casa sin llevarlo consigo; a su vez, se puede acompañar de impronta necesidad de responder al sonido del mismo o de utilizar el teléfono en sitios, circunstancias y momentos alejados de toda delimitación y coherencia posibles, así por ejemplo, será posible que alguien impulsivamente tome su teléfono en el autobús o en el servicio sanitario y que, aunque no cuente con mucho salario al mes, haga llamadas durante todo su viaje, que apriete las teclas de su teléfono y envié mensajes como desesperado náufrago que solicita inmediato rescate de la peor de las islas del Atlántico rodeada, por lo demás, de caimanes, pirañas y tiburones y en ocasiones visitada por robustos , gigantescos, fieros y hambrientos caníbales.
Parece ser que la telefonitis es causada por un virus de contacto directo, pues su contagio está garantizado sobre todo en lugares de aglomeración social, restaurantes tradicionales y de comidas rápidas, ferrocarriles, autobuses, incluso en conductores de tránsito y taxistas (estos últimos sufren de este mal incluso mientras llevan a un pasajero o varios pasajeros). Puede encontrarse también contagio social en los estadios deportivos, en los supermercados, en los peatones cotidianos e incluso dentro de los templos evangélicos y católicos; en este último caso el oficiante puede entrar en angustia y algunos fieles se desconcentran y el implicado se levanta con franco aire de personalidad de la farándula, la política, o del más destacado jet set de la industria holliwoodense. Uno de los contagios más marcados es en los centros educativos, ante todo de primaria y secundaria. En las instituciones educativas tiene la peculiaridad de manifestarse paradójicamente: causa distracciones en la educación del alumno, desesperación en el evaluador y permisividad en psicólogos, abogados, políticos educativos y padres de familia.
A nivel etiológico se sospecha que la telefonitis se relaciona con el virus de la figuración o “aparentamiento”, típicamente llamado “farolazo”, que es una inflamación del ego cuyo propósito es exclusivamente llamar la atención, admiración y envidia de los demás. En algunos casos la telefonitis es causada por el virus de la ingenuidad o la ignorancia.
La telefonitis puede ser tratada, dependiendo de su evolución, por medio de una adecuada administración del uso del aparato implicado (el teléfono, aunque también la boca, oídos y cerebro de su propietario), o aplicando el sentido común (que lleva a discriminar entre llamadas y llamadas y mensajes y mensajes). El tratamiento más radical y efectivo es la experiencia del cobro insalvable: una factura apocalíptica suele causar sentimientos de culpa y resentimiento en el bolsillo, cosa que suele doler a los conscientes, no a los descarados.
La telefonitis se previene con estas medidas: saber precisar y establecer el uso adecuado del teléfono, pagar cada quien su propia cuenta, y, finalmente, por una de las medidas más efectivas pero ya declarada anticuada, la autodisciplina y el ejemplo de los padres. En resumen, que la telefonitis se puede prevenir, pero su prevención no beneficia ni gusta a los que la padecen, a los agentes sociales que fomentan la permisividad de su contagio, al imaginario social que despierta (estereotipos) y, por supuesto, a las compañías telefónicas.
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