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Las engañosas racionalizaciones

Como señala Ayn Rand en Filosofía ¿Quién la Necesita?, una  emoción se experimenta de inmediato, pero, de hecho, se deriva de algo más complejo, y le permite a algunas personas practicar uno de los fenómenos psicológicos más detestables o peligrosos: la racionalización. La racionalización es un encubrimiento, un proceso por el cual se provee a las emociones propias de una identidad falsa y se les otorgan justificaciones espurias, para ocultar los motivos propios, no solo a otras personas, sino primordialmente a uno mismo.

Como señala Ayn Rand en Filosofía ¿Quién la Necesita?, una  emoción se experimenta de inmediato, pero, de hecho, se deriva de algo más complejo, y le permite a algunas personas practicar uno de los fenómenos psicológicos más detestables o peligrosos: la racionalización. La racionalización es un encubrimiento, un proceso por el cual se provee a las emociones propias de una identidad falsa y se les otorgan justificaciones espurias, para ocultar los motivos propios, no solo a otras personas, sino primordialmente a uno mismo.
Un ejemplo es la frase “Nadie puede estar seguro de algo”, que es la racionalización de un sentimiento de envidia y odio hacia aquellos que sí están en lo cierto. Además, tal declaración se incluye a sí misma; por lo tanto, uno no podría estar seguro de que no puede estar seguro de algo. Es absurdamente contradictoria.
La racionalización no es un proceso destinado a percibir la realidad, sino que es tratar de hacer que la realidad se ajuste a las emociones de uno.
Las frases filosóficas hechas, engañosas, son instrumentos convenientes de racionalización. Se las cita y perpetúa para justificar sentimientos que las personas son renuentes a admitir.
Por ejemplo, “Puede ser cierto para usted, pero no lo es para mí” es una racionalización ante la incapacidad y poca voluntad para probar la validez de las propias aseveraciones; lo que busca es que nadie le exija a alguien probar lo que afirma. ¿Cuál es el significado del concepto “cierto” o “verdad”? La verdad es el reconocimiento de la realidad. La misma cosa no puede ser cierta y falsa a la misma vez. Esta frase engañosa, por lo tanto, significa que no existe una realidad perceptible de manera objetiva –en cuyo caso, no puede existir una cosa como la verdad−.
“Puede haber sido cierto ayer, pero hoy ya no lo es”, es una racionalización del deseo de cometer contradicciones impunemente, de que sean aceptadas sin reclamo. “Nadie es perfecto en este mundo” es una racionalización del deseo de continuar consintiendo a las imperfecciones propias, es decir, el deseo de escapar de la moralidad. “Nadie puede evitar hacer lo que hace” es una racionalización para no asumir la responsabilidad moral.
“No lo puedo probar, pero siento que eso es cierto” es más que una racionalización: es una descripción del proceso de racionalización. Las personas no aceptan una frase engañosa mediante un proceso de pensamiento, se aferran a ella, cualquiera que sea, porque se ajusta a sus emociones. Tales personas no juzgan la verdad de una declaración por su correspondencia con la realidad, juzgan la realidad por su correspondencia con sus sentimientos.
Otro ejemplo: “Puede ser bueno en teoría, pero no funciona en la práctica”. Si una teoría no es aplicable en la realidad, ¿mediante qué estándar puede estimarse que es “buena”? El propósito de esta frase engañosa es el de invalidar la facultad conceptual del ser humano.
Si en un intercambio de ideas usted se encuentra bloqueado por una pregunta que produce indignación y desconcierto: “¿Cómo pudo llegar alguien a semejante disparate?”, comenzará a entenderlo cuando descubra que algunas proposiciones son formas de racionalización. Pero los disparates no son accidentales, y sus proponentes rara vez son inocentes. Quien insinúa que la verdad es cuestión de moda o de costumbre –“ya no es cierto hoy”- pronto insinuará que “La razón era válida ayer, pero no hoy”, o que “La libertad era valiosa ayer, pero no hoy”.
Para detectar  estas falsedades uno debe asignarle significados claros y específicos a las palabras. Estos engaños o fraudes intelectuales cuentan con que uno usará las palabras como ambiguas aproximaciones. Pero uno no debe interpretar una frase engañosa –o cualquier afirmación abstracta− como si fuera aproximada. Tómela literalmente. No cometa el error de pensar, como  hacen algunas personas, que “¡Nadie podría querer decir esto!”, y que luego proceden a endilgarle algún significado propio. Acéptela tal como es, por lo que dice y significa.
En vez de descartar la frase engañosa, acéptela por unos breves momentos. Pregúntese: “Si la aceptara como cierta, ¿qué seguiría?”. Esta es la mejor forma de detectar un fraude intelectual.
Son muchos los impostores que disfrazan sus emociones malévolas detrás de racionalizaciones. Pero un buen análisis de sus afirmaciones puede desenmascarar su deshonestidad intelectual. Esto es muy necesario en la batalla de ideas.

  • Raúl Costales Domínguez (Escritor)
  • Opinión
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